A Ibagué llegarán el mayor de la policía Guillermo Solórzano, el cabo del Ejército Salín Sanmiguel y el patrullero Carlos Alberto Obando Pérez, los tres últimos rehenes que dejarán esta jornada su cautiverio.
Bogotá. Lo último que supo su familia es que el cabo Salín Sanmiguel fue al único de su grupo que se llevó la guerrilla el 23 de mayo de 2008. Cuentan que hacia la una de la mañana, entre El Tambo y Cajamarca (Tolima), los militares fueron atacados por el frente 21 de las Farc. Al sargento de la tropa lo mataron y Sanmiguel asumió el mando hasta que supuestamente se quedó sin municiones y sin otra opción que entregarse.
Desde entonces, su familia ha recibido dos pruebas de supervivencia. Hilda Valderrama quedó con la impresión de que en la primera su sobrino se mostró fuerte, pero en la segunda no pudo ocultar su tristeza.
“Lo más sorprendente fue que Salín apareció en las imágenes mostrando una muñeca de trapo, que él mismo hizo, peinada con colas y capul tal cual su hija Samanta, a la que él conoció apenas recién nacida”, cuenta la tía.
Por cuenta del secuestro, Angélica tuvo que asumir sola la responsabilidad de su hija y el Ejército apenas le reconocía unos 300 mil pesos mensuales durante el cautiverio de su esposo. “Ella es la mano derecha de mi sobrino, es una excelente esposa. Se dedicó a estudiar y a trabajar por la niña”, dice Hilda Valderrama.
La vida del cabo del Ejército siempre ha estado rodeada de mujeres. Además de Hilda, Samanta y Angélica, están Alissa Indira Sanmiguel, la hermana; Tatiana, la otra hija, de seis años; Olga Mercedes Valderrama, la mamá; Alcira Valderrama, la abuelita, y Amparo y Olga Valderrama, las tías.
Así, al enterarse de la liberación no faltaron las ideas para el recibimiento a Salín Sanmiguel, eso sí, un surtido menú de su comida favorita, era lo primero: la lechona, tamal y el cuchuco con espinazo de cerdo. Claro que los planes no duraron mucho tiempo, su familia no podrá recibir al cabo en el aeropuerto de Ibagué y sólo estarían autorizados para encontrarse en Bogotá. “Mi mamá (la abuela del cabo) está sufriendo, porque va a cumplir este lunes 81 años y por problemas de salud no puede viajar hasta Bogotá a ver a su amado nieto”, dice Hilda Valderrama.
Salín y su tía tuvieron una relación especialmente estrecha desde la infancia. Él y otros primos se reunían en su casa para escuchar cuentos de La patasola, La llorona y La madremonte. Después de eso su plan favorito era ver películas de terror.
El sueño de Sanmiguel era ser médico, parecía tenerlo claro desde muy joven. Pero tras la repentina muerte de su padre Salomón quedó a cargo de su madre, quien no tenía los medios económicos para pagarle esa profesión. Sanmiguel pensó como Plan B estudiar enfermería, pero como tampoco se pudo, se vio obligado a entrar al Ejército para no quedarse sin hacer nada. Por eso, su familia no cree que se retire de la profesión que finalmente a todos les tocó vivir.
Dos años después de su secuestro, la familia del mayor de la Policía Guillermo Solórzano recibió una de las más conmovedoras pruebas de supervivencia, en la cual, con resignación, señalaba que “esta situación produce dolor y sufrimiento, el sufrimiento genera redención y, dependiendo con la actitud que uno lo padezca, recibe regocijo espiritual”. Con estas palabras Solórzano les hacía un llamado a sus seres queridos para que tuvieran fortaleza.
Su familia escuchó y desde entonces se encomendó a Dios. Hoy, tres años y ocho meses después de la noche del 4 de junio de 2007, cuando fue secuestrado en Miranda, Cauca, se verán cumplidas las plegarias que elevaron pidiendo la liberación de Solórzano a quien señalan como un policía ejemplar. Su hermano Luis afirma con orgullo que desde que entró a la Policía ha sido asignado a zonas de conflicto en donde, consciente del riesgo que implicaba cumplir su labor, decidió trabajar de la mano de la comunidad, labor reflejada en las 97 condecoraciones y menciones especiales recibidas.
Su mamá, Noemí Julio, viajó desde el viernes a Bogotá acompañada de sus hijos Luis (32 años), Francisco (30 años) y Piedad (25 años). En la capital se encontraron con la esposa del mayor Solorzano, Julia María Orozco, y su hija Laura Sofía. Juntos esperan su llegada en medio de un gran hermetismo, pues aunque prepararon un “parrandón”, prefieren esperar los chequeos médicos.
Este policía, de 34 años, es esperado con ansias por su esposa Julia María, quien sostiene que “cuando lo liberen, entonces podremos compartir en familia”, manteniéndose fiel a la solicitud que le realizó Solórzano en una prueba de supervivencia en la que señalaba: “Para mi esposa fortaleza, cuídate mucho, sé que nuestro matrimonio se puede golpear por este secuestro, pero quiero seguir y decirte que te amo”.