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Conozca el caso de una matanza entre tribus indígenas ocurrida en Ecuador
Lunes, Septiembre 29, 2014 - 10:06

En marzo de 2013 más de una docena de huaoranis se internaron en la selva para vengar la muerte de una pareja de ancianos y acabaron con un clan del pueblo no contactado taromenane.

Velone Tani ha vuelto a cazar después de doce días de recuperar su libertad. En la cárcel, en la que estuvo casi diez meses, comía carne, pollo, arroz, lo que le ha dejado unas cinco libras de más. Ahora ha retomado la dieta que extrañaba: la carne de monte y la chicha, aunque dice que ya no es el mismo. Las jornadas de más de seis horas en la selva se han reducido a unos 30 minutos, porque se cansa.

En Yarentaro, su comunidad huaorani en la provincia de Orellana, Tani es un cazador-recolector que habla poco. Pese a que entiende español, prefiere expresarse en huao terero (idioma huaorani), afirma. Ahora, aparte de cazar para recuperar su físico, dice –entre risas– que busca mujer con quien procrear.

También se considera “un guerrero”. En marzo de 2013 él y otros 16 huaoranis, algunos con bermudas, jeans y camisa, a la usanza de los mestizos, se internaron en la selva para vengar la muerte de la pareja de ancianos Ompure y Buganey, ocurrida días antes. Tras siete días de caminata encontraron la maloca (casa, en huao terero) y acabaron con un clan del pueblo no contactado taromenane.

Cinco, quince, treinta muertos. Las versiones sobre el número de víctimas de esta matanza varían, al igual que el tipo de armas utilizadas. Cuatro de los procesados contaron en sus declaraciones a la Fiscalía en noviembre pasado que sólo usaron lanzas, esas que fabrican de forma milenaria para defenderse de sus enemigos como parte de lo que llaman una guerra ancestral. Otro de los acusados indicó que utilizaron armas y las botaron al río, porque eran pesadas. De esta incursión hay fotos tomadas por los propios huaoranis que participaron de la matanza, las que fueron remitidas por el ministerio de Justicia a la Fiscalía y en las que se ven los cadáveres y a los responsables con escopetas y lanzas.

“La cultura es ir, vengar y traer a alguien”, afirma Tani en referencia a Conta, de 6 años, y Daboca, de 3, las dos niñas del clan taromenane que sobrevivieron a la matanza y que fueron llevadas para que crecieran con los huaoranis. “Había que recompensar”, dice el dirigente de esta etnia Jorge Yeti.

Tras la matanza, la Fiscalía inició un proceso en el que 17 huaoranis fueron investigados por genocidio, concebido en el sistema jurídico como actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo étnico, racial o religioso. En la audiencia de reformulación de cargos del viernes pasado se cambió el delito a homicidio simple y el juez ordenó propiciar encuentros esporádicos entre las hermanas que viven separadas.

Previamente, en un operativo policial realizado el 26 de noviembre del 2013, seis de los procesados fueron detenidos en Yarentaro, entre ellos Tani. El 16 de septiembre pasado, el juez Segundo de Garantías Penales de Orellana, Álvaro Guerrero, revocó la prisión preventiva y la reemplazó con la medida de presentarse cada quince días ante el juez, pero al momento solo tres lo han cumplido: Tani, Venancio Yeti e Inihua Miinico.

Ellos llegaron el 19 de septiembre pasado al juzgado en Coca junto con otros huaoranis que usan celulares y visten de saco y corbata. Yeti y Miinico sólo se comunican en huao terero y aún mantienen la costumbre de cazar venados, saínos, monos para su alimentación. También van a la chacra, de 40 por 40 metros, en la que siembran yuca, maíz, como sus antepasados.

Cuentan que en sus recorridos por la selva hallan señales que los taromenanes les dejan, como lanzas colocadas de forma inclinada entre los árboles como advertencia de no avanzar.

Son los mismos indicios que Ompure y Buganey encontraban, antes de ser lanceados, en las inmediaciones de su maloca, ubicada en las afueras de Yarentaro, en el bloque petrolero 16 que administra la firma española Repsol. Ambos se habían quedado, al igual que otros huaos, en el medio de dos mundos. Uno que aprendieron de sus antepasados con códigos distintos, como vengar la muerte de los suyos, sin que ello sea concebido en la selva como delito de asesinato o genocidio, palabras que en huao terero serían wenonte o wenongui, que significan venganza o guerra ancestral, según Jorge Yeti.

El otro mundo es el mestizo, donde la matanza es un asesinato múltiple que se sanciona con prisión. Pero para la cosmovisión huaorani es parte de un enfrentamiento ancestral en el que sólo hay un bando vencedor. De hecho, en la comunidad de Dicaro preparan una ceremonia el 17 de octubre próximo para dar la bienvenida a los liberados.

Nadie habla de sancionar. Yeti dice que para casos como robos se aplican latigazos con otome (bejuco de liana, en huao terero) o huento, que significa ortiga, con cada luna llena.

En el mundo huaorani, nada sucede por accidente. Para los no contactados, que son parte del mismo grupo lingüístico de los huaoranis, Ompure y Buganey murieron por incumplir un pacto. Previamente les habían pedido ollas de aluminio, hachas y machetes metálicos, que les facilitaban la vida en la selva. Incluso, según versiones de los huaoranis a la Fiscalía, los taromenanes se habrían llevado alimentos como latas de atún de la casa de los ancianos.

También les pidieron que la empresa petrolera se retirara del lugar, porque el ruido que causaba les molestaba, lo que los ancianos, que eran considerados como jefes tribales, no pudieron cumplir.

La agonía de Buganey, quien murió en Coca tras siete horas de traslado desde el sitio donde la lancearon, fue captada en video por un huaorani en el que se observa cómo las mujeres lloran y tratan de retirar alguna de las seis lanzas que le atravesaron el cuerpo.

Estas lanzas, de 3,4 metros de largo fabricadas con madera de pambil, según Yeti, fueron la prueba de que los taromenanes eran los responsables. Las de los huaos son más pequeñas. Miden 2,50 m y son de chonta, una madera más liviana.

En un documental del periodista español David Beriain presentado en junio en Discovery Max (canal de televisión pagada) aparece Iteka, otro de los procesados, quien da detalles de la matanza: “Llegó mi primo y me dijo: Han asesinado a mi padre, y entonces me convertí en jaguar. Vamos a matar”. Dice que los taromenanes son ‘gigantes’ y que mataron a diez hombres y cinco mujeres.

Miinico, señalado por otros huaoranis de ser quien lanceó a uno de los taromenanes, según sus versiones ante la Fiscalía, no da detalles de la matanza durante su visita a Coca el 19 de septiembre último para cumplir las medidas cautelares. Venancio Yeti se queda en silencio y fija su mirada en cada edificio. “Casi no viene a la ciudad”, dice un huao que lo acompaña.

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El Universo.com