Pequeños negocios que facturan mucho, hoteles cuatro estrellas en barrios populares, restaurantes periféricos y cheques de viajero con firmas ilegibles. El lavado de dinero tiene múltiples formas en constante evolución, y el sistema financiero ha fallado una y otra vez en detectarlo.
El dealer de mi barrio era un tipo de clase baja. Acudimos a la misma escuela pública, él unos años abajo. Nunca fue muy brillante ni destacó en nada; se pasaba las tardes parado en la puerta de su casa o en la esquina sin molestar nadie y sin que nadie lo molestara. Diría que hasta es un tipo pacífico, alguien conocido pero de perfil bajo, casi un fantasma. Por eso su trabajo ideal fue el de vender drogas. Dudo que tuviese una gran cultura criminal o siquiera que aspirara a ser un capo. Sin embargo el negocio fue creciendo. De la nada compró una motoneta, luego una moto y al final un viejo Mustang. Un día tuvo la genial idea de abrir una lavandería para justificar su nuevo estatus económico. Con más cinismo que historia, reprodujo el esquema inventado por Meyer Lansky, en el Chicago de la mafia, y que dio nombre al lavado de dinero.
El principio del blanqueo de capitales es sencillo: justificar o encubrir el origen de recursos obtenidos a través de una actividad ilícita. La forma más sencilla es abrir negocios que operen con altos flujos de efectivo, pero que, en el fondo, sean poco rentables, por ejemplo, un hotel de cuatro estrellas en un barrio popular o un restaurante ubicado lejos de núcleos comerciales. El dueño reportará lleno total y ganancias altas a pesar de que el negocio en cuestión esté vacio. Este esquema básico se ha ido sofisticando para evitar ser detectado.
En la actualidad el lavado de dinero es una actividad multinacional, según explica Ricardo Sahagún, director de línea de negocios para América Latina en Pitney Bowes Software. Involucra el concurso de individuos, organizaciones e instituciones en diferentes países para poderse llevar a cabo. Por ejemplo, en Australia, Pitney Bowes trabajó en conjunto con el gobierno de aquel país para rastrear cómo una pequeña tienda de productos persas captaba recursos y los enviaba a Irán, uno de los varios países sobre los que pesan sanciones por sus vínculos con el terrorismo.
En el libro Los delitos económicos en la actividad financiera, Antonio Hernández Quintero describe tres fases en el proceso de lavado. La primera es la colocación física de la moneda en el sistema financiero a través de un banco, casa de bolsa o caja de ahorro. El segundo paso es borrar el rastro, lo que se logra realizando transferencias a otros bancos, sobre todo en aquellos ubicados en paraísos fiscales. Por último el dinero se reintegra al mercado de donde inicialmente salió, por lo general a través de la compra de inmuebles y negocios de fachada que arrojarán ganancias legales.
Como ejemplo de lo que exponen ambos expertos está el caso del Banco HSBC, el que en cuatro años blanqueó US$ 290 millones en cheques de viajero, en una trama tan intrincada que bien pudo haber sido escrita por los hermanos Wachowski. El proceso fue descubierto durante una investigación realizada por la OCC (Office of the Comptroller of the Currency), por sus siglas en inglés de Estados Unidos y revelado por el Subcomité de Investigaciones del Senado de aquel país, en un estudio de caso que reúne, aparte de ésta, una media docena de situaciones que en total aglutinan “deficiencias en el monitoreo de US$ 60 billones (US$60 trillones en el sistema sajón) en transferencias y manejos de cuentas”. Para tener una idea: el PIB mundial en 2011 fue de US$ 69,9 billones.
Los personajes de esta operación son una treintena de personas y empresas de origen ruso cuyo capital provenía de bancos en ese país o de cuentas radicadas en las Islas Vírgenes Británicas; SK Trading Company Ltd., una empresa coreana con sede en Seúl, fundada en 1984; el banco japonés Hokuriku Bank; HBUS, la filial estadounidense del banco HSBC (Hong Kong and Shanghai Banking Corporation).
Los cheques de viajero fueron adquiridos por los rusos para comprar autos usados a SK Trading Company, quien a su vez los depositó en el Hokuriku Bank. Éste, por su parte, abrió dos cuentas con HBUS, al que envió los cheques de viajero que venían hasta en paquetes de 220 con folios consecutivos, en denominaciones de US$ 500 o US$ 1.000, los cuales estaban firmados y contrafirmados por la misma persona con un nombre ilegible. De acuerdo al reporte, HBUS estimó que en 2008 llegó a lavar para el banco japonés entre US$ 500.000 y US$ 600.000 diarios. Hokuriku calcula que de 2005 a octubre de 2008 se lavaron entre US$ 70 millones y US$ 90 millones por año.
Si alguna vez ha intentado cambiar un cheque, sabrá lo complicado que es. Dependiendo del país, le solicitarán documentos de identidad, algún número telefónico o dirección. Por lo regular quien se lo reciba será particularmente cuidadoso de que las firmas concuerden. Si el trámite lo realiza como extranjero, las cosas se complican. ¿Cómo, entonces, pasan cientos de cheques de viajero diarios, sin que nadie sospeche? La respuesta es obvia: un par de actores en la cadena son cómplices por acción u omisión. Basta imaginar las comisiones que le dejan a un ejecutivo US$ 90 millones. La investigación de las autoridades estadounidenses encontró correos electrónicos y evidencia que HBUS tenía registro detallado de esas irregularidades, pero no las usó.
Una vez que HBUS se vio investigado por la OCC y que fue imposible sacarle a Hokuriku Bank cualquier dato de sus depositantes, los ejecutivos decidieron poner fin a su relación con los japoneses. Eso sí, en el correo donde se da la instrucción se pide no presionar demasiado a Hokuriku Bank, toda vez que “el mundo de los bancos regionales en Japón es muy pequeño” y no les gustaría perder ese mercado.
Relaciones peligrosas
El lavado está considerado un delito de cuello blanco y, en algunos tratados de economía criminal, se le llega a considerar parcialmente un delito sin víctimas. Pero lo que lo hace peligroso son los delitos precedentes: trata de personas, secuestro, sicariato, lenocinio, hurtos y estafas, terrorismo, tráfico de armas, desvío de recursos del Estado y sobornos, entre otros.
“En la actualidad ya no necesito aliarme con el crimen organizado para participar en una operación de lavado”, comenta Jorge García Villalobos, especialista de la agencia Deloitte, quien asegura que basta con evadir impuestos, participar en la compra o venta de facturas y hacer alianzas con personas sin investigarlas para terminar fondeando una actividad criminal en el extranjero.
De esta manera cualquier empresa o individuo puede ser cómplice en una acción que distorsiona la actividad financiera, comercial y empresarial legítima.
En 2008 el director de la agencia Stratfor, George Friedman, publicó un reporte donde aseguraba que “México es un Estado fallido sólo si se acepta la idea de que la meta es atacar a los narcotraficantes. Si, por otra parte, uno acepta la idea de que toda la sociedad mexicana se beneficia de la entrada de billones de dólares, incluso pagando un precio alto, entonces México no es un Estado fallido; está siguiendo una estrategia razonable para convertir un problema nacional en un beneficio nacional”.
Esta afirmación tan temeraria y sensacionalista, como la calificara Ernesto Carrasco, de la consultora Kroll, tiene un punto de verdad no sólo en México, sino en el mundo entero. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), la suma total de fondos blanqueados en el mundo podría variar entre 2% y 5% del PIB mundial, pues los recursos de procedencia ilícita pueden ser transferidos con facilidad y de forma inmediata de una jurisdicción a otra. En México la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) estima que el monto del lavado de dinero asciende a casi US$ 10.000 millones de dólares al año.
Por ello tanto Ernesto Carrasco como Jorge García Villalobos son enfáticos al señalar que no existe Estado, empresa o sistema que sea 100 % inmune al lavado. “Cada vez que haces un sistema a prueba de tontos, alguien inventa un nuevo tipo de tonto”, comenta Ricardo Sahagún.
Como asegura la SHCP en su boletín semanal del 15 de octubre del 2012, el lavado de dinero y el financiamiento al terrorismo pueden incidir negativamente en la estabilidad financiera y la evolución macroeconómica de un país al disminuir el bienestar, desviar recursos de actividades económicas más productivas e incluso al generar efectos de contagio desestabilizadores en las economías de otros países. Ernesto Carrasco, quien antes de llegar a Kroll trabajó en la fiscalía colombiana, nos recuerda que buena parte de los grandes edificios de Miami se construyeron con dinero del narco colombiano, tal y como ahora sucede en Panamá, donde es posible crear empresas en manuscrito y utilizar gestores locales para concretarlas, debilidades que se muestran en el expediente sobre HSBC y que, en una entrevista con Reuters, la ex procuradora de la nación Ana Matilde Gomez reconoce.
Esta permeabilidad del sector inmobiliario queda evidenciada en un estudio conjunto del Financial Action Task Force (GAFI) y el Grupo de Acción Financiera de Sudamérica (GAFISUD) sobre la situación del lavado en Brasil. En él se da cuenta de los decomisos de la autoridad vinculados a ese delito durante 2008 y 2009; el resultado es que, si bien en número de unidades lo que más se compró fueron autos, en términos de valor los 383 bienes inmuebles decomisados sumaban casi US$ 75 millones. Carrasco advierte la vulnerabilidad de los hoteleros españoles, dada la crisis del sector de aquel país.
Sorprende cómo, dentro de la economía subterránea, las teorías neoliberales fluyen como se diseñaron en la pizarra: una vez que la riqueza llega comienza a derramarse a los estratos bajos vía salarios y consumo. El dealer de mi barrio no sólo tenía la lavandería que cobraba más barato, sino que comenzó a generar empleos, uno en el negocio legal y otro que iba por los pedidos. Compraba mejor ropa para él y su mamá, empezó a arreglar su viejo Mustang y cada vez era más frecuente verlo salir de viaje. Según el dueño de la tienda de la esquina, ahora compraba “jamón del caro”.
Esto prueba que uno de los sectores beneficiados por el lavado es el de lujo, pues este tipo de artículos puede ser adquirido en efectivo, son fácilmente transportables y no se les fiscaliza. Tal es el caso de la relojería de alta gama. Si bien al entrar a un país uno debe declarar documentos o efectivo que excedan los US$ 10 000, nadie le pedirá que reporte un reloj de medio millón. Tan sólo en México se vende el 1% de los relojes fabricados en Suiza.
Cuide su prestigio
“Muchas veces nosotros, como empresa, llegamos a explicarles a los empresarios qué fue lo que sucedió, por qué uno o dos de sus empleados abusaron de su confianza”, comenta Jorge Villalobos, de Deloitte, quien apuesta por la prevención: tener manuales, capacitar a la gente y realizar auditorías.
Una vez que el caso está avanzado se requiere paciencia, ya que por lo menos requiere un año para arrojar los primeros resultados. “Al final del día se trata de tomar la punta del hilo e irla jalando con investigadores de campo, analistas financieros, con cooperación policial en diversos países”, comenta Ernesto Carrasco, de Kroll. “Lamentablemente la información de inteligencia no siempre se puede usar en un proceso judicial, pero sí ayuda a las autoridades”.
En los casos de Colombia y Guatemala, la ley de extinción de dominio se aplicó de manera exitosa en más de 2.700 procesos en tan sólo un año, mientras que en México, desde su promulgación en 2009, sólo se ha utilizado en 10 casos a la fecha.
Hasta cierto punto las implicaciones legales que conlleva el blanqueo de capitales todavía no son lo esperado. HSBC pagó una multa de US$ 1.260 millones para librarse de los cargos por lavar dinero proveniente del narcotráfico mexicano que produce miles de muertes violentas por año, y otros US$ 665 millones por violar sanciones contra Cuba, Irán, Libia, Sudán y Myanmar. Por su parte, el dealer de mi barrio cerró la lavandería, remodeló la fachada de la casa de su mamá y desapareció sin dejar rastro; es posible que haya escalado en la estructura criminal o que esa misma estructura lo convirtiera en parte de las estadísticas de asesinatos y desaparecidos. Sin embargo, tanto el dealer como el gran banco se vieron involucrados en una actividad que degrada. Como asegura Sahagún, de Pitney Bowes Software, “el desconocimiento ya no puede utilizarse como excusa”.