Pese a las denuncias de que hubo donaciones ilegales para la campaña de reelección de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, analistas consideran prematuro afirmar que su Gobierno está “acabado”.
Los problemas de la presidenta Brasileña van de mal en peor. En las últimas semanas se ha sumado a ellos la sospecha de que su campaña electoral recibió dinero ilícito.
La economía tampoco ayuda. Entre enero y junio, la inflación llegó al 6,17%, el mayor índice desde 2003 en un período similar. El Banco Central estimó a fines de junio que la inflación podría cifrarse en 9% en 2015. Y el retorno del crecimiento económico parece un sueño distante.
Todo eso se refleja en pésimos índices de aprobación. En una encuesta publicada a comienzos de julio, solo el 9 por ciento de los entrevistados calificó al Gobierno de “bueno” o “muy bueno”. Un 68 por ciento reprobó su gestión. Son resultados similares a los que obtenía el expresidente Fernando Collor poco antes del impeachment, en 1992.
Aprovechando la crisis, políticos opositores y rebeldes de sectores aliados señalan que la presidenta está acabada. “El gobierno acabó. Ya estamos asistiendo al velorio. La duda ahora es la fecha del entierro”, dice el diputado Lúcio Vieira Lima, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB).
Los recursos de Dilma. Especialistas consultados por DW no lo ven así. Concuerdan en que la situación de la presidenta es frágil y la crisis política, profunda, pero estiman que la mandataria tiene opciones para enfrentar esos problemas. Gaspard Estrada, analista ligado al Instituto de Ciencias Políticas de París, afirma: “No se puede olvidar que en Brasil el cargo de presidente concentra grandes poderes ejecutivos. Dilma tiene la posibilidad de buscar un arreglo con los rebeldes del PMDB”.
Mariana Llanos, investigadora del Instituto de Estudios Globales y Regionales (GIGA), de Hamburgo, afirma que la crisis es grave, pero no tanto como algunos sectores políticos y la prensa quieren hacer creer. “Muchos políticos tienen interés en profundizar la crisis para fortalecer su poder. Pero, por malo que pueda parecer el escenario ahora, si no ocurre un nuevo hecho determinante, es probable que la situación se estabilice”, indica.
Popularidad y legitimidad. En cuanto a la bajada de la popularidad de Dilma Rousseff, el politólogo Frederic Louault, de la Universidad Libre de Bruselas, afirma que es una situación habitual en momentos de mal desempeño económico. Además hace notar que los índices, tal como caen, también se recuperan, de modo que no sirven para cuestionar la legitimidad de un presidente. En este contexto, cita el ejemplo de Francia, donde François Hollande también sufrió una fuerte caída de popularidad hace poco. “No por eso se discutía su legitimidad como presidente, como ocurre con Dilma”, apunta, añadiendo: “Las encuestas pueden indicar que un 68 por ciento de la población no aprueba al presidente, pero esos números, a pesar de ser llamativos, muchas veces son cíclicos, al igual que ocurre en otros países de la región”.
A juicio de los analistas, las acusaciones hechas por la oposición y los pedidos públicos de impeachment son parte de una estrategia electoral que no tiene nada de original. Más que una demostración de fuerza, evidencian una tentativa de reorganización. “La oposición ya acumula cuatro derrotas consecutivas y finalmente tiene la oportunidad de reorganizar sus fuerzas. Y está aprovechando la crisis para hacerlo”, sostiene Louault.