Las fricciones entre los actores políticos de la oposición venezolana se acentuaron en mayo, pero aún están a tiempo de respaldarse mutuamente y negociar con el gobierno sin renunciar a las protestas de calle pacíficas.
Este mes ha sido particularmente duro para los adversarios de Nicolás Maduro, sucesor de Hugo Chávez (1999-2013) en la presidencia de Venezuela.
Los eventos registrados en las últimas semanas han marcado un nuevo hito en el accidentado historial de la oposición. Como muestra, un botón: el 8 de mayo, sus líderes y simpatizantes amanecieron unidos por la indignación cuando se supo que las fuerzas de seguridad del Estado habían destruido un campamento donde pernoctaban manifestantes pacíficos y arrestado a los jóvenes sin mayor ceremonia. Pero la discordia que prevalece en el seno de ese heterogéneo colectivo volvió a quedar en evidencia antes de que cayera la noche.
La subsecretaria de Estado para el Hemisferio Occidental, Roberta Jacobson, declaró que personas ligadas a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) –la coalición más grande de partidos opositores– le habían pedido a Washington que se abstuviera de imponer sanciones sobre funcionarios del gobierno venezolano por la violación de los derechos humanos de quienes protestan desde febrero. Aunque Jacobson se desdijo poco después, alegando haberse confundido, el daño ya estaba hecho: la MUD, cuyo diálogo con el establishment chavista ya era mal visto por algunos sectores de la oposición, fue acusada de “colaboracionismo”.
El periodista venezolano Luis Carlos Díaz, cuyo blog recibió el premio BOB de Deutsche Welle en 2013, resumió los acontecimientos del 8 de mayo en un tweet: “Se las arreglaron para convertir un día de represión y gente detenida en una factura contra la MUD”. Ahora cabe preguntarse si los políticos y partidos opositores de Venezuela volverán a apoyarse mutuamente tras el último desencuentro. “Algunos analistas creen que todavía tienen posibilidades de crear una síntesis estratégica, perseverando en sus negociaciones con el Gobierno sin renunciar a las protestas de calle pacíficas, que son legítimas”, sostiene el politólogo Víctor M. Mijares.
Ese reencuentro de voluntades puede requerir un gran esfuerzo. Después de todo, como lo explica Mijares, investigador del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA) de Hamburgo, la composición de la oposición venezolana es más compleja de lo que parece. Fernando Mires, profesor emérito de la Universidad de Oldenburg especializado en Teoría Política, opina lo mismo: “Los opositores del chavismo no se dividen en sólo dos bandos. Hay unos cuantos descarriados que apuestan a una solución militar para la crisis nacional, ignorando que las condiciones no están dadas para una salida que no sea constitucional”, apunta Mires.
Mesa de negociaciones y protestas de calle. “Existe una oposición ‘leal’, encarnada por la MUD, que respeta las reglas de juego establecidas en la Constitución de 1999 y está dispuesta a dialogar con el Ejecutivo. Hay una oposición ‘semileal’ que asume una posición más combativa de cara al gobierno y llama a protestar en las calles, pero que al mismo tiempo ocupa o aspira a ocupar posiciones gubernamentales sin desconocer el sistema jurídico post-Chávez. Y existe una oposición ‘desleal’ integrada por quienes aplaudirían la caída, por cualquier vía, de lo que ellos consideran una dictadura flagrante. La MUD es la entidad mejor organizada y tiene la base electoral más amplia”, dice Mijares.
La oposición ‘semileal’ –representada por partidos como Voluntad Popular, Vente Venezuela y Alianza Bravo Pueblo– atraviesa una seria crisis porque dos de sus dirigentes han sido neutralizados: el actual alcalde mayor de Caracas, Antonio Ledezma, sigue estando políticamente activo; pero Leopoldo López fue arrestado bajo el cargo de ‘instigar a delinquir’, tras convocar las manifestaciones del 12 de febrero, y María Corina Machado fue despojada de su cargo como diputada mediante un proceso controvertido. Según Mijares, la oposición ‘desleal’ está compuesta por políticos y grupos marginales con visiones más extremas de derecha o liberales.
“Chavismo social” y “chavismo político”. “Henrique Capriles Radonski –dirigente de Primero Justicia, rival de Chávez y Maduro en los dos últimos comicios presidenciales, y actual gobernador del estado Miranda– exhibe intuición e inteligencia al concentrar sus energías en articular un discurso que atraiga a los sectores económicamente desfavorecidos, tradicionalmente percibidos como chavistas.
El suyo es un proyecto político a largo plazo, pero yo lo celebro porque la oposición estará perdida si no se gana la confianza del ‘chavismo social’, es decir, de los activistas y líderes comunales excluidos de la lucha por el poder que tiene lugar en el marco del ‘chavismo político’ ”, señala Mires.