En el último año Corea del Norte ha despertado el rechazo de gran parte de la comunidad internacional al realizar su tercera prueba nuclear y lanzar un satélite, lo que se consideró como un ensayo balístico encubierto, además de elevar su tono belicista hasta cotas insospechadas.
Seúl, EFE. La permanente tensión que se vive en la península coreana desde hace 60 años ha alcanzando en los últimos meses una elevadísima intensidad merced a la línea de dura retórica y provocaciones potenciada con una insistencia inédita por el régimen de Kim Jong-un.
En el último año Corea del Norte ha despertado el rechazo de gran parte de la comunidad internacional al realizar su tercera prueba nuclear y lanzar un satélite, lo que se consideró como un ensayo balístico encubierto, además de elevar su tono belicista hasta cotas insospechadas.
Tras el fallecimiento en diciembre de 2011 del dictador Kim Jong-Il comenzó la era de su hijo, el joven Kim Jong-un, con el anuncio de una moratoria para el programa norcoreano de misiles y de enriquecimiento de uranio -posible nueva vía para fabricar armas nucleares- a cambio de ayuda humanitaria de EE.UU.
Sin embargo, tras ese ejercicio de distensión las aparentes buenas intenciones del régimen se desvanecieron con el lanzamiento fallido en abril de 2012 de un cohete de largo alcance, que se produjo a pesar de que la comunidad internacional pidió a Pyongyang que renunciara a sus planes.
Azotada por las sanciones de las Naciones Unidas, que consideró la acción como una prueba encubierta de misiles, Corea del Norte insistió en seguir desarrollando su supuesto programa espacial y en diciembre logró lanzar con éxito el cohete portador Unha-3, que puso en órbita el primer satélite del país.
El nuevo lanzamiento acarreó más penalizaciones de la ONU y, como respuesta, Corea del Norte rompió las negociaciones orientadas a retomar el diálogo a seis bandas para su desnuclearización -en el que participan las dos Coreas, Rusia, China, Japón y EE.UU.- y prometió retomar su programa atómico.
En esta línea, el régimen de Kim Jong-un llevó a cabo en febrero de 2013 en la base de Punggye-ri (al noreste del país) una nueva prueba nuclear, la tercera tras las realizadas en 2006 y 2009, lo que desató el temor ante una posible escalada armamentística en la península.
Aislada y asfixiada por las sanciones económicas internacionales, Corea del Norte decidió mantener su pulso al exterior y disparó la tensión con una inusualmente endurecida campaña de amenazas.
Como parte de esta campaña, declaró nulo el armisticio que puso fin a la guerra de Corea (1950-1953) y advirtió de un ataque preventivo a EE.UU. y Corea del Sur, además de realizar constantes advertencias de guerra inminente a través de sus medios estatales.
En el último mes la retórica del régimen comunista se ha radicalizado al declarar el máximo estado de alerta de su Ejército, orientar sus misiles a objetivos estadounidenses y anunciar la próxima reapertura de sus instalaciones atómicas de Yongbyon, detenidas en 2007 tras un acuerdo de desnuclearización.
Ante las crecientes amenazas de Pyongyang, Seúl y Washington han incrementado sus recursos militares en la región con equipos y armamento pesado, en el marco de las maniobras militares de carácter anual que los aliados llevan a cabo en marzo y abril en Corea del Sur.
EE.UU. envió al país asiático buques de guerra equipados con sistemas antimisiles Aegis, aviones furtivos B-2 Spirit con capacidad para lanzar ataques atómicos, submarinos nucleares y cazas F-22, además de desplazar a la zona la plataforma naval SBX-1 para vigilar movimientos en el Norte.
El conflicto también ha afectado al complejo industrial de Kaesong, ubicado en territorio norcoreano y único proyecto de cooperación bilateral que sobrevive, después de que Pyongyang bloqueara la entrada de trabajadores y vehículos surcoreanos.