La Copa del Mundo se ha convertido en un tema difícil para el gobierno. Las protestas contra la organización del torneo no paran, ni siquiera a días de que comience la fiesta.
Se trata, sin duda, de una escena inusual. Ahora, cuando los jugadores de la selección brasileña de fútbol llegan al aeropuerto Internacional de Río de Janeiro, no hay fanáticos vestidos con la camiseta verdeamarilla de su equipo, sino más bien personas molestas que sostienen carteles bastante decidores: “Créanme, la educación tiene más valor que Neymar” y “No necesitamos ninguna Copa del Mundo”, dicen los nuevos mensajes de bienvenida.
No solo a Neymar, la superestrella de 22 años del plantel, le tocó vivir esta recepción. Ahora se ha vuelto normal que los jugadores no puedan salvarse de esa clase de situaciones protagonizadas por “seguidores”. Una y otra vez se han visto rodeados de manifestaciones, de personas sin casa que exigen atención e igualdad o de ciudadanos hartos. Por eso, para que el bus de la selección pueda avanzar entre la gente, ahora requiere de la protección policial. Los tiempos parecen haber cambiado.
Ánimo de protesta. No hay música alegre, tambores, bailarines de samba ni nada de eso. Pocos días antes de que comience el torneo de la FIFA, una nueva oleada de protestas contra la construcción de estadios carísimos (mientras hospitales y escuelas lucen abandonados) se ha extendido por el país. No solo se encuentran en huelga los profesores, sino también los conductores de buses y los policías tienen previsto manifestarse.
“Aunque el fútbol y la política no tienen mucho que ver, eso está cambiando”, dice el sociólogo Valeriano Mendes Ferreira Costa, de la Universidad Unicamp en la ciudad de Campinas, cerca de Sao Paulo. “Para los brasileños este es el primer mundial realmente político”, asegura el especialista.
Y así parece que es. En la capital Brasilia, indios de diversas etnias se han levantado contra el gobierno. El jueves 27 de mayo, pintados para la guerra, unos 300 indígenas armados con arcos y flechas se reunieron en el acceso al Congreso para llamar la atención sobre la protección de sus reservas. Este jueves 29 de mayo se repitió la escena, esta vez frente al Ministerio de Justicia, donde bloquearon los accesos al edificio a la espera de ser recibidos por el ministro José Eduardo Cardozo.
El Mundial queda en casa. El Mundial de Fútbol, que comienza el 12 de junio, ya no es solo un tema político, sino que también se ha convertido en algo puramente brasileño. ¿Cómo es esto? Según datos del Ministerio de Turismo con sede en Brasilia, un 80 por ciento de las personas que verán los partidos en los estadios serán brasileños. De los hasta ahora 2,7 millones de boletos vendidos, solamente 500.000 se encuentran en manos de extranjeros. Y las estimaciones hacen que esa cifra crezca solamente hasta los 600.000 en el mejor de los escenarios. Para comparar: en la Copa del Mundo organizada por Alemania, cerca de 1,3 millones de los asistentes eran de otros países.
Las estadísticas de visitantes en Río de Janeiro, el epicentro turístico por excelencia, es una muestra de esta tendencia a nivel nacional. Incluso en la ciudad más famosa de Brasil, la mayoría de los visitantes son locales. Según datos de la oficina de turismo Riotur, a la ciudad del Cristo Redentor llegarán unos 950.000 visitantes, de los que alrededor de 400.000 serán extranjeros.
“Debido a que en esta Copa del Mundo no habrá muchos visitantes foráneos, la presión porque todo funcione a la perfección no es tan grande”, afirma el sociólogo Valeriano Costa. Finalmente los brasileños están habituados al caos cotidiano del país y no debieran sorprenderse, entonces, si las cosas no funcionan tan bien como es de imaginarse en un acontecimiento como éste.
No solo las enormes expectativas puestas en la Copa del Mundo como un catalizador del crecimiento económico y en el mejoramiento de la infraestructura nacional parecen haberse reducido al mínimo. También el entusiasmo clásico de los brasileños por el fútbol se ha esfumado. De la euforia que había en el país cuando le fue adjudicada la organización del torneo, en 2007, ya no queda casi nada. Bastaron siete años para acabar con la alegría.
La euforia se fue. Cerca del 80% de la población de Brasil apoyaba entonces la organización del campeonato, según una investigación del periódico Folha de Sao Paulo. Para la Copa Confederaciones, en julio de 2013, esas cifras bajaban al 65%. Y ahora, a semanas de que comience en espectáculo más grande del fútbol mundial, los números alcanzan apenas un 48%.
En un artículo escrito para el periódico español El País, el ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva hizo responsable de este desánimo a la oposición. “La Copa del Mundo ha sido mal utilizada con fines electorales”, escribió el ex jefe de Estado, de 68 años. “Parece que algunas personas confían en que el fracaso de la Copa les dará dividendos electorales”, apuntó Lula.
Para la columnista Dora Kramer, del diario O Globo, está claro que esta vez el éxito debe ir más allá del campo de juego, donde Brasil ya ha obtenido cinco copas mundiales. “Si todo sale bien, el gobierno de Dilma Rousseff se verá recompensado”, profetiza la especialista. “Pero si no, la presidenta recibirá la cuenta en las elecciones de octubre”.
El sociólogo Valeriano Costa considera que las protestas contra la organización del Mundial de Fútbol allanan el camino para una nueva época. “Yo creo que la FIFA, en el futuro, evitará otorgar la organización del torneo a países donde puedan esperarse protestas. Este riesgo no van a querer correrlo dos veces”.