Por muchos años coordiné un informe diario de análisis de riesgo político latinoamericano publicado en Wall Street. En un momento determinado, por allí por 2002 ó 2003, mis clientes me pidieron que redujera la cantidad de columnas sobre Argentina. Las repetidas crisis económicas en Argentina y las repuestas de sucesivos gobiernos en ese país, significaron que para los mercados internacionales la Argentina dejara de ser un país de interés. El país se dio por perdido.
La elección de Néstor Kirchner puso fin a la puerta giratoria que se había instalado en la Casa Rosada y estabilizó la economía, pero sus políticas económicas nunca lograron realmente reposicionar a la Argentina como un destino atractivo para los inversionistas extranjeros. En comparación con Brasil, Argentina se ha quedado atrás bajo los Kirchner. Esto, el excesivo personalismo, y el afán por los negocios lucrativos le dieron al régimen Kirchnerista una pátina de oportunidad perdida, para no decir improbidad, del cual hasta hoy no se ha podido deshacer.
Con todos sus problemas, por toda la concentración de poder y populismo, el legado de Kirchner ha sido exitoso, tanto en el ámbito económico, electoral y político. Triunfó en reponer en la agenda argentina temas como los derechos humanos o el caso AMIA, que habían sido ignorados en la era menemista. Paradojalmente, un político que basó su carrera en los vaivenes de la política doméstica, pasó la última etapa de su vida dedicado a la política internacional, o más bien, regional.
Cuando le cortó el suministro de gas a Chile en 2004, quedó más que claro que para Kirchner las relaciones internacionales eran secundarias a sus necesidades políticas internas, o incluso una herramienta de la política domestica. Sin embargo, como presidente de Unasur, Kirchner también fue bastante exitoso en profundizar la relevancia e institucionalización de ese organismo, hasta tal punto que fue Unasur, no la OEA ni la ONU, la que tuvo la reacción más fuerte e inmediata a la reciente crisis en Ecuador. Pero, al final de cuentas, en la arena internacional y más allá de la región, Kirchner no tuvo nunca el caché de un Lula, una Bachelet o incluso de Cristina.
Aun así, si el protagonismo internacional le hubiera bastado a Néstor, podría haber pasado a la historia como uno de los ex presidentes más exitosos de su país. Pero Kirchner no pudo soltar las riendas del poder dentro de su propio partido, donde logró instalar una máquina de total dominación. Tanto así, que logró ser sucedido por su señora, y ya estaba planeando su regreso a la Casa Rosada. Es a partir de este éxito que la pregunta más relevante en las últimas 24 horas ha sido: ¿y ahora, qué?
Uno de los inconvenientes del personalismo es que depende de la persona. ¿Qué ocurre cuando esa persona ya no está? ¿Basta con tener a otra persona del mismo apellido? En Corea del Norte ha funcionado, hasta el momento, pero aceptando que Argentina goza de un sistema un poco más democrático, la muerte de Kirchner presenta muchos interrogantes.
El primero es, ¿hay Kirchnerismo sin Kirchner? La muerte de su marido le dará una luna de miel a Cristina Fernández, pero en el mediano plazo la debilitará, en la medida que otros vean que no tiene el apoyo y poder político de su marido. Néstor dominó su partido durante una década. Habrá personajes dentro del Justicialismo que llevan años esperando que se presente esta oportunidad.
Luego está el interrogante sobre el futuro del Partido Radical. Está el curioso rol del vicepresidente de la nación, Julio Cesar Cobos, un Radical-K, que debe su cargo a su otrora buena relación con Néstor Kirchner, pero cuyas relaciones con Cristina han ido de mal en peor. De hecho, la relación entre los Kirchner y Cobos refleja de alguna forma la conflictividad del estilo político Kirchnerista: peleas con los empresarios, con la Iglesia, con el FMI, con los Radicales, con la prensa, e incluso con su propio vicepresidente. El manejo de estos conflictos ha sido la fortaleza y la debilidad de Néstor. Ahora la presidenta hereda los conflictos.
Al final, la vida de Néstor Kirchner ha sido una buena metáfora para su país: grande, talentoso y extremadamente rico, pero empañado por la corrupción, el populismo, y la falta de respeto por las instituciones políticas. Una promesa de éxito siempre bajo una sombra. Da como para un tango.