Hace 20 años, Yeltsin fue reelecto como presidente de Rusia. A cambio de evitar la victoria de los comunistas, selló una funesta alianza con los oligarcas, que es piedra angular del actual régimen.
Las elecciones ocurrieron hace exactamente veinte años, pero sus consecuencias perduran hoy: el 3 de julio de 1996, Boris Yeltsin fue reelecto en segunda vuelta, con el 53,8% de los votos. Adelantó por casi 13 puntos porcentuales a su contrincante, el líder del partido comunista Gennadi Ziugánov. Antes de la votación, nadie auguraba un resultado tan claro.
Según Manfred Sapper, redactor jefe de la revista alemana Osteuropa (en español: Europa del Este), políticos y oligarcas cerraron filas en 1996, en una alianza que ha marcado a Rusia hasta hoy: "Eso afectó increíblemente la relación entre los medios independientes y la política", dice Sapper a DW. El pluralismo mediático se redujo a que diferentes oligarcas controlasen diferentes televisoras. "La absolutamente idéntica cobertura de los diferentes canales televisivos no era entonces la meta, pero sí fue a la larga el punto de partida para el desarrollo actual", afirma.
Desempleo e hiperinflación. A mediados de la década de 1990, Rusia experimentó importantes cambios. En diciembre de 1993 se aprobó una nueva Constitución que prescribía una sociedad democrática, en la que se introducía la economía de mercado en lugar de la economía planificada. Se proclamó, además, el respeto a los derechos humanos. Pero, al mismo tiempo, muchos rusos perdieron sus empleos y fueron incapaces de vivir de sus ingresos, devaluados por la hiperinflación.
Las radicales reformas en la economía y la política fueron "convincentemente planeadas sobre el papel", pero no condujeron a una "pronta recuperación económica", explica el eslavista Gerhard Simon, de la Universidad de Colonia. Como consecuencia, Yeltsin perdió masivamente en popularidad, para beneficio de su opositor, el comunista Gennadi Ziugánov, con su programa de anti-reformas.
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En 1999, Yeltsin (der.) nombró como su sucesor a Vladimir Putin, el preferido de Berezovski.
Campaña oligarca por Yeltsin. En medio de las dificultades económicas hubo quienes se enriquecieron muy rápidamente con una mezcla de habilidad y falta de escrúpulos: los oligarcas. Con su influencia económica, esos nuevos ricos comenzaron a diseñar, también, la política rusa. Temían perder su fortuna en una eventual vuelta a la era comunista soviética y, para impedirlo, se unieron. Apoderados de los grandes medios del país, la campaña de apoyo a Borís Yeltsin fue para ellos un juego de niños.
Según Gemma Pörzgen, miembro de la directiva de la sección alemana de Reporteros Sin Fronteras, en aquel entonces se temía, incluso, una mayor limitación de las libertades: "Se quería evitar la vuelta al comunismo. Se discutió sobre la libertad de expresión, que aún existía con Yeltsin y se limitó crecientemente con el ascenso de Putin al poder", argumenta. El peligro de una victoria electoral de los comunistas era entonces muy real para muchos periodistas: "cuando hoy miramos atrás, vemos una confusión de roles. Muchos periodistas se posicionaron contra los comunistas y a favor de Yeltsin, y relegaron así su encargo periodístico de reportar lo más neutralmente posible", recuerda Pörzgen.
"Yeltsin era el mal menor frente a Ziugánov y, desde la perspectiva actual, el mal menor frente a Putin", opina Gerhard Simon. Entonces, la decisión se inclinó hacia "la continuidad del desarrollo democrático de Rusia". En últimas, Yeltsin no había tocado la libertad de prensa: con todo y las críticas, no fue alguien que "quisiera principalmente silenciar a la oposición", alega Simon.
En manos de los oligarcas. El pacto con los oligarcas aseguró la reelección de Yeltsin. Los comunistas perdieron cada vez más importancia. Pero Yeltsin no pudo continuar la democratización ni controlar a los demonios que había desatado. En agosto de 1999, con la salud debilitada y en deuda con los oligarcas, renunció al candidato de su preferencia, Borís Nemtsov, y nombró como su sucesor a Vladimir Putin, el entonces preferido del oligarca Borís Berezovski.
Putin no continuó con las reformas de Yeltsin. Desplazó de la política a algunos de los antiguos oligarcas y los reemplazó por sus propios amigos. Bajo su presidencia, Rusia se tornó crecientemente autoritaria y antiliberal. Pero el terreno sobre el que se trazó este rumbo no fue solo abonado por Putin. Los cimientos de esta nueva Rusia habían sido plantados durante aquellas elecciones de 1996. Lo cierto, reflexiona Manfred Sapper, es que "nadie tenía un plan maestro para la reforma de un imperio multinacional, fuertemente militarizado. Sucedió bajo el principio de prueba y error."