Para muchos latinoamericanos México fue en los años 70 el lugar ideal para su refugio político o intelectual, hoy es el destino de quienes huyen de la violencia y la pobreza, pero que ya no pudieron entrar a EE.UU.
La situación migratoria de México no podía ser más difícil: por una parte, tiene que atender a millones de mexicanos que podrían ser deportados de Estados Unidos, además de los miles que están siendo ya expulsados y que llegan, a menudo, sin arraigo social o cultural, y sin trabajo.
Por otra parte, la crisis de los inmigrantes en tránsito de los más diversos países del mundo crece, y aún no se detiene el flujo de personas que quieren cruzar la frontera mexicano-estadounidense. Primero, porque querían pasar antes de que se fuera Obama, y ahora porque quieren entrar a Estados Unidos antes de que se construya el muro ordenado por Trump.
Mientras el Gobierno de México lanza un vasto programa de asistencia jurídica para los migrantes que temen ser deportados de EE.UU., tiene que atender el problema humanitario en que se ha convertido la entrada a México de inmigrantes de Centroamérica, pero también del Caribe, África y Asia. Todas personas que han iniciado verdaderas odiseas desde Guatemala, El Salvador, Honduras, Haití, Senegal, Bangladesh o Nepal, entre otros países.
Las peticiones de asilo en México pasaron de 3.424 en 2015 a 8.781 en 2016, según la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), la cual resalta los casos de los niños no acompañados, que entre enero y abril del año pasado llegaron 58, reconociéndosele el estatus de refugiado a 37 de esos menores. Algunos de ellos son niños y jóvenes que huyen del reclutamiento forzado de pandillas en El Salvador, por ejemplo.
COMAR advierte que todas las cifras anteriores son provisionales, toda vez que México apenas está en un proceso de "transformación hacia un país destino”. En todo caso, el 86.6% de las peticiones provienen de ciudadanos de Honduras y El Salvador, dice COMAR, una oficina adjunta del Gobierno de México, en su página virtual.
Oportunidad para México. Por su parte, José Francisco Sieber, jefe de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en México, estimó en entrevista con la agencia EFE que las solicitudes de asilo en 2017 podrían llegar a las 20 mil, debido a las nuevas restricciones migratorias de Estados Unidos. "Números que reflejan que México, más que ser un país de tránsito, es cada vez más un país de asilo o de destino”, subrayó Sieber.
Así, México se está convirtiendo en una opción para miles de personas que recorren cada año su territorio rumbo a Estados Unidos y que ahora ven cómo esa nación cierra sus puertas con la cancelación, por ejemplo, de la política "Pies secos, pies mojados”, que privilegiaba a los cubanos.
"México tiene ahora la oportunidad de dar una respuesta distinta, integral, y sobre todo, congruente con lo que le estamos pidiendo a EE. UU.: que no discrimine, que no excluya a la población migrante”, señala, por su parte, en un comunicado Irazú Gómez, coodinadora de la ONG humanitaria Sin Fronteras.
Una odisea transcontinental. Pero el problema no solo aqueja a México, las barreras a los migrantes y personas que buscan refugio son cada vez más altas, a medida que avanzan en su camino. Eso ha generado un verdadero atasco que culmina en México, pero que ha empezado en Argentina, Brasil y Venezuela para el caso de los migrantes provenientes de África, Asia y algunos del Caribe.
De estos países pasan a Colombia, que ya está endureciendo los controles migratorios. "Los 33.981 migrantes irregulares detectados en 2016, quienes pagaban, en promedio, entre US$2 mil y US$2.500 por cruzar nuestro país, fueron deportados del territorio nacional”, revela a DW Christian Krüger, director de Migración Colombia. En Colombia ya se ha vuelto común encontrar a africanos o chinos perdidos en carreteras y pueblos buscando el camino hacia el selvático Tapón del Darién que separa a Colombia de Panamá. Una vez allí, sea por tierra o por mar, sigue el calvario que hoy termina en México.
A pesar de la actual crisis humanitaria, el meollo del problema parece haber sido identificado por los gobiernos de la región que ahora tienen que desarrollar una estrategia común, en cierta forma similar a la que busca la canciller Angela Merkel en África.
Y el Sistema de Integración Centroamericana (SICA) podría jugar en esto un papel importante, a juzgar por las palabras del canciller mexicano, Luis Videgaray Caso, al diario mexicano La Nación: "Se requiere tomar medidas de control, pero el control migratorio no es más que atender un síntoma de un problema mucho más profundo que es la falta de desarrollo”.
Para los migrantes mismos, regresar es señal de retroceso, como lo expresaba un mexicano amenazado por la deportación de Estados Unidos: "Regresar es ir otra vez para atrás”