¿Es el incremento de los cargos gubernamentales ocupados por líderes evangélicos o su influencia indirecta sobre la esfera pública un riesgo para el Estado secular en Latinoamérica? DW habló al respecto con dos expertos.
Aquellos que ven con recelo la creciente influencia política de evangélicos militantes en América Latina esgrimen desde hace semanas un ejemplo contundente: el de Marina Silva, candidata del Partido Socialista Brasileño (PSB) a la presidencia del gigante sudamericano. Silva puede vencer a la actual jefa del Gobierno, Dilma Roussef, en los comicios del 5 de octubre con el respaldo de las 22 millones de personas que, como ella, se han unido a las “iglesias libres”. Eso inquieta a quienes la perciben como una religiosa fundamentalista.
El pasado 2 de septiembre, Silva perdió a un asesor de su campaña tras eliminar una frase de su programa de gobierno que expresaba apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo. Sus adversarios la acusan de ceder ante los reproches de líderes pentecostales y ella los critica de vuelta por presentarla como una fanática. Al admitir que consultaba la Biblia en búsqueda de “inspiración”, antes de tomar decisiones importantes, la candidata brasileña aclaró enfáticamente que ella llegaba a sus determinaciones “racionalmente”.
Pero Brasil no es el único país latinoamericano donde los defensores del laicismo advierten la acumulación de poder político en manos de dirigentes evangélicos o su fortalecimiento como grupos de presión en lo que respecta a la naturaleza confesional del Estado, la regulación de las libertades individuales, la flexibilización de la moral sexual y los roles de género tradicionales, la salud reproductiva (aborto, fecundación in vitro), los derechos de la mujer y de la población LGBTI (lesbianas, gays, personas bisexuales, transgénero e intersex).
Carismática oración. Alentado por una alianza de organizaciones evangélicas estadounidenses, un diputado impidió la legalización de las uniones civiles homosexuales en Perú. En Caracas, una versión carismática del padrenuestro –“Chávez nuestro que estás en el cielo”– fue rezada durante un evento del Partido Socialista Unido de Venezuela. En Centroamérica, un proyecto de ley busca hacer de Costa Rica un Estado multiconfesional. Y en Guatemala se denunció un intento de interferencia de instituciones religiosas cristianas en la elección del fiscal general.
¿Hasta qué punto es la multiplicación de los cargos gubernamentales ocupados por líderes evangélicos o su influencia indirecta sobre la esfera pública un riesgo para el Estado secular en Latinoamérica? “Aunque la fuerza de estos dirigentes varía de un país a otro, yo diría que las iglesias libres siguen siendo minoría en buena parte del continente y están concentradas en disputarle privilegios a la Iglesia católica”, comenta Gerhard Kruip, profesor de Antropología Cristiana y Ética Social en la Universidad de Maguncia, en entrevista con DW.
“En este momento, no creo que su prioridad sea que el Estado se inmiscuya más de lo que puede estarlo haciendo en los asuntos valóricos o espirituales”, acota Kruip, secundado por otro catedrático: “La influencia indirecta de las iglesias evangélicas es innegable; pero, a corto plazo, seguirán representando una fuerza política menor. Todo depende de la resistencia que ofrezca el pensamiento secular. No veo razón para atizar el pesimismo”, señala Antonio Sáez-Arance, profesor de Historia de España y América Latina en la Universidad de Colonia.
Diversidad protestante. Ambos especialistas ubican el origen de las iglesias libres latinoamericanas en las congregaciones evangélicas estadounidenses, entes muy distantes del protestantismo histórico noreuropeo. Su expansión en los ochenta, sobre todo en Sudamérica, es atribuida a que muchos grupos pentecostales y carismáticos se ocuparon de las tareas sociales que la Iglesia católica abandonó. “Roma prefirió fomentar las organizaciones de élite –al Opus Dei y a los Legionarios de Cristo, por ejemplo– y hacerle la guerra a los teólogos de la liberación en sus filas”, cuenta Sáez-Arance.
Kruip concede que muchos pastores heredaron la superficialidad de la reflexión teológica prevalente al norte del Río Bravo, pero confía en que los jóvenes latinoamericanos son lo suficientemente asertivos como para no dejarse reprimir por una moral retrógrada. Kruip no niega que las iglesias libres se estén expandiendo rápidamente por América Latina ni que ese factor demográfico propicie la intensificación de la influencia política de evangélicos militantes, pero asegura que también estas iglesias muestran una evolución positiva.
“Desde hace algún tiempo se viene predicando una ‘teología de la prosperidad’ que se contrapone a la apología de la pobreza. Con el paso de los años, las iglesias libres han creado un paisaje religioso en América Latina independiente del que se ve en Estados Unidos. La formación teológica de sus pastores está mejorando y eso contribuye a que sus discursos dejen de contener los mensajes ultraconservadores que conocemos”, dice Kruip. A sus ojos, educación y bienestar son claves para un acercamiento racional a las religiones.
Vertiginosa expansión. “En Argentina, Brasil, Chile y Uruguay el proceso de modernización que fomenta el secularismo está más adelantado que en Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y los Estados centroamericanos. En Argentina y Brasil crece la cantidad de personas que se declaran agnósticas o ateas”, sostiene el experto de Maguncia. Sáez-Arance disiente parcialmente en lo que se refiere a Chile. “En cuestión de quince años, la población evangélica ha crecido en Chile del 2 al 15%”, comenta el profesor de Colonia.
“Ahora mismo, la feligresía evangélica se extiende mucho más rápidamente en América Latina que en la Europa del siglo XVI. En Argentina y Uruguay no supera el 10%, pero en Venezuela representa entre una quinta y una cuarta parte de la población. Las naciones latinoamericanas con la mayor cantidad de habitantes evangélicos son Brasil y Guatemala”, cierra Sáez-Arance. Más de 20% en Brasil y más del 40% en Guatemala, según la encuestadora chilena Latinobarómetro.