Cuando soplan aires que anuncian la reanudación de la Guerra Fría entre sus dos principales protagonistas: Estados Unidos y Rusia, la visita de Putin a Cuba es una señal que marca el retorno de las antiguas alianzas.
El fin del imperio soviético que comenzó en 1989 con la caída del muro de Berlín y se prolongó, como el desplome de un castillo de naipes, por el resto de las naciones donde la extinta URSS implantó su modelo de socialismo, no significó el fin de la Revolución Cubana como muchos creyeron que sucedería, pero sí marcó el comienzo de una transición forzosa tras la supervivencia política por sendas que los gobernantes cubanos jamás habían imaginado.
La Cuba que cambió en 1959 la dependencia económica de Estados Unidos por la dependencia absoluta de la Unión Soviética, tras la muerte del eje socialista, entró a su período de mayor estancamiento en todos los ámbitos de la vida social, económica y política. Desaparecido el generoso subsidio soviético que garantizó la estabilidad de un régimen con un sistema económico inoperante y parásito, los cubanos asistieron a radicales cambios como el de la transformación del turismo en la primera industria (sustituyendo así a la ineficiente industria azucarera), el de la implantación de un sistema financiero regido por la doble moneda (el dólar y el peso nacional), y el de las demoledoras limitaciones que a la existencia cotidiana trajo la mayor crisis de desabastecimiento en la historia del país: el llamado por Fidel Castro “Período Especial en Tiempos de Paz”.
Ventiscas rusas en Cuba. La visita de Vladimir Putin a La Habana y sus recientes acuerdos con Raúl Castro reviven el trauma de un país que durante casi 30 años vivió bajo la égida soviética no sólo en el plano económico, pues, como diría el genial escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, “todo, hasta el aire, tenía el olor de las ventiscas rusas”: desde algo tan simple en apariencia como el brote masivo de nombres rusos para los recién nacidos hasta la limitación de que las universidades utilizaran sólo manuales rusos y que toda la industria nacional se renovara con tecnología llegada desde Moscú o cualquier otra nación de la Europa socialista.
Poco después, el subsidio venezolano (105 mil barriles de petróleo diarios) enrarecía con una nueva dependencia económica los aires de la política y la vida social. Y aunque Fidel Castro primero y luego Raúl manifestaran inconformidad con el idilio que acercó un tiempo a Estados Unidos y Rusia, el gobierno de La Habana dejaba escapar señales muy claras en su política internacional de que sus acuerdos con Venezuela o Irán, por ejemplo, formaban parte de una estrategia que apuntaba a una reconciliación con el naciente “Imperio Ruso” encabezado por quien en Cuba era muy conocido de sus tiempos en la KGB, Vladimir Putin.
Aunque ya en el 2009 y el 2012 Putin y Raúl Castro se encontraron, no es hasta hace unos meses que esta estrategia de acercamiento se hace visible tras el acuerdo de seguridad entre ambos países, firmado por el hijo de Raúl, el Coronel Alejandro Castro Espín y N.P. Patrushev, del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa. Y ahora que Rusia perdona a Cuba la deuda adquirida de US$35.200 millones se confirma una obvia jugada de ajedrez político: Moscú siempre supo que La Habana no pagaría esa deuda (como también se niega a pagar los US$35.193 millones que le debe al Club de París) y decide condonarla sabiendo que ese paso le permitirá disponer de una ficha geoestrátégica esencial en estos momentos de tanta tensión, a raíz de los últimos acontecimientos en Ucrania y otros sitios del mundo donde se ha enfrentado a los intereses de Washington.
Minimizando riesgos. Como quiera que el pueblo cubano, en tiempos del subsidio soviético, vivió su “época dorada”, numerosos entrevistados por la prensa oficial de la isla manifiestan esperanza en que estos acuerdos abran una salida a la complicada situación económica, justo cuando su principal aliado, Venezuela, ha reducido 30 mil barriles de petróleo de la cuota diaria que envía.
Pero Rusia no va a suministrar petróleo gratis, ni pagará otra vez el azúcar cubano a un precio siete veces mayor al del mercado mundial, ni enviará gratuitamente alimentos, medicamentos, transporte, tecnología o armamento, como antes hacía. Esos tiempos ya pasaron y la señal es bien clara: el 10% de la deuda cubana, que debe ser pagada por Cuba en un plazo de 10 años, se depositará en una cuenta abierta por una empresa estatal rusa en el Banco Nacional de Cuba, y según palabras del ex diplomático cubano, Pedro Campos, “serán esos fondos cubanos los que invertirán los rusos. No es de esperar que el Gobierno, o los capitalistas rusos, vayan a arriesgarse a invertir en grande en Cuba sin garantías de que obtendrán en forma segura su inversión y buenas ganancias. El gobierno raulista no ofrece tales garantías. Antes tendría que hacer reformas económicas estructurales, como liberar las fuerzas productivas, restablecer el derecho a la propiedad capitalista, abrir el país sin trabas al capital extranjero y suprimir la doble moneda. Obviamente sí habrá inversiones rusas, pero no de la envergadura que necesita la devastada economía cubana”.