A nadie extrañó que Hillary Clinton se pronunciara dispuesta a representar al Partido Demócrata en la próxima carrera hacia la Casa Blanca, pero no todos dan por sentado que su candidatura presidencial esté asegurada.
Este domingo, al anunciar que estaba dispuesta a representar a los demócratas en la próxima carrera hacia la Casa Blanca, Hillary Rodham Clinton emprendió oficialmente su segundo intento de convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos. Para llegar a la recta final, la política de 67 años tendrá que ganar las elecciones primarias de su partido, analizando todas las circunstancias y todos los errores que la llevaron a perder las anteriores, cuando Barack Obama prácticamente acaparó el respaldo de sus cofrades.
Quienes apoyan su candidatura están convencidos de que, esta vez, Clinton tiene los tópicos correctos en su agenda: en un momento en que el tema de mayor relevancia de la política estadounidense es la creciente desigualdad socioeconómica, todo apunta a que la ex primera dama se concentrará en prometer mejoras tangibles para las familias blancas de la clase media y trabajadora. En las próximas semanas se encontrará con los electores de Iowa y New Hampshire, los primeros estados en donde se realizarán los comicios primarios.
Clinton es la primera personalidad del Partido Demócrata en declarar intenciones de aspirar a la jefatura del gobierno federal. Y sus probabilidades de éxito son altas, en comparación con las de sus posibles competidores. Algunos describen la de Clinton como una “candidatura inevitable”. Chris Galdieri, profesor de Política en el St. Anselm College de New Hampshire, es uno de ellos. “Desde la campaña de 2008, sobre todo desde que se retiró del Ministerio de Exteriores, Clinton lo ha hecho todo para ser nominada”, dice Galdieri.
Aprendiendo del fracaso. No obstante, al recordar el año 2008, lo primero que viene a la mente es la miríada de observadores que daba por sentado el triunfo de Clinton por encima de sus adversarios internos –Barack Obama, Joe Biden y John Edwards– y el poco tino de esos pronósticos. La población estadounidense estaba hastiada de la Guerra de Irak, que Clinton respaldó en 2003, y preocupada por las secuelas de la crisis financiera global, justo cuando Clinton estaba siendo acusada de “mezclar los negocios con el placer”, es decir, la política y el dinero.
Obama era, en comparación, una hoja en blanco sobre la cual muchos votantes proyectaron sus ilusiones de futuro; un político que estaba abiertamente en contra de la Guerra de Irak y que prometía diversidad cultural, justicia social y bienestar. El duelo final entre Clinton y Obama se puso muy feo, en términos de retórica. El Partido Demócrata estaba dividido entre quienes apostaban al cambio con Obama y a la experiencia con Clinton. Demás está contar que “cambio” fue la palabra que se impuso hace siete años.
Sin embargo, es mucho lo que ha cambiado en ese tiempo. Entre las fracciones cercanas a Obama y a Clinton se han tendido puentes para que el Partido Demócrata no sufra. En su seno, la base electoral de Clinton está formada por los ciudadanos blancos de la clase media y trabajadora, por los sindicalistas, y por los funcionarios moderados y conservadores en el corazón industrial de Estados Unidos y en el sur del país. Por su parte, quienes ayudaron a Obama a ascender a la presidencia no tienen otra opción que votar por Hillary Clinton.
Una rival de temer. Los votantes más jóvenes, los pacifistas, los afroamericanos y los latinos probablemente habrían votado por la senadora demócrata Elizabeth Warren, quien ha luchado contra la corrupción y los intentos de manipulación, también dentro de su partido. Pero Warren ha dejado saber en repetidas ocasiones que no participará en las elecciones primarias. Y aquellos que sí competirán con Clinton por la candidatura oficial del Partido Demócrata tienen todos puntos débiles demasiado evidentes.
Bernie Sanders, senador por el estado de Vermont, es un socialista independiente en un partido donde los socialistas independientes siguen despertando recelo. Martin O’Malley, antiguo gobernador de Maryland, no se distingue lo suficiente de Clinton como para tener un perfil propio. Y Jim Webb, otrora senador de Virginia, es un político de derechas en comparación con Clinton. “Todos ellos son candidatos serios, pero, al parecer, Clinton les roba luz y espacio para maniobrar”, comenta Donna Hoffman, profesora de Política en la University of Northern Iowa.
A pesar de las controversias en las que se ha visto involucrada a lo largo de los años, Hillary Clinton es una rival de temer debido a su larga experiencia política: de primera dama de Arkansas (1979-1981, 1983-1992) pasó a ser la primera dama de la nación y la asesora más importante del presidente Bill Clinton (1993-2001), fue senadora por el estado de Nueva York durante ocho años (2001-2009) y luego ganó relieve como Secretaria de Estado. Aunque no todos dan por sentado que su candidatura presidencial esté asegurada, sus perspectivas son prometedoras.