La convención nacionalista concluye con total respaldo a la gestión de Porfirio Lobo. La medición de fuerzas políticas se desarrolló fuera de la asamblea.
San Pedro de Sula. El presidente de Honduras, Porfirio Lobo Sosa, se llevó todos los honores de la convención ordinaria del Partido Nacional (PN), así como el apoyo de los líderes y de los delegados al evento político, que lo han ratificado como el máximo referente del nacionalismo.
Los delegados a la convención y los principales líderes respetaron el pacto de no proclamar candidaturas presidenciales, especialmente las figuras que tras las bambalinas de la ostentosa convención, que fue transmitida por siete canales de televisión y por al menos tres radioemisoras nacionales, hicieron mover sus piezas a favor de sus intereses.
Ante el público, la convención nacionalista mostró una cara de unidad de todos sus líderes, pero detrás de las cámaras fotográficas y de televisión y en sesiones privadas se observó rostros de desencanto y de líderes descontentos por la manipulación que produjo de todo el evento.
Polémica preconvención. El primer forcejeo se produjo en la preconvención, ante la intentona del grupo del presidente del Congreso Nacional, Juan Orlando Hernández, de querer imponer como presidenta de la convención a Nancy Ávila, esposa del alcalde de Talanga, Rosvelt Avilez, que llevó su grupo de choque al local donde se realizaba el evento.
El otro candidato fue Emil Hawit, que fue propuesto por el grupo de Miguel Pastor, Óscar Álvarez, Mario Canahuati, María Antonieta de Bográn y el mismo Ricardo Álvarez.
Las posiciones de estos grupos eran tan irreconciliables que la deliberación llevó tres horas, tiempo en el cual se produjeron varios zipizapes, golpes y agresiones entre los mismos convencionales.
En estos enfrentamientos a trompadas, la esposa del alcalde, la señora Lucrecia Álvarez, se llevó la peor parte al ser agredida por el diputado Juan Carlos Díaz, de la facción del presidente del CN. Al final, Hawit fue electo presidente de la Convención y Nancy Ávila tuvo que conformarse con la secretaría, pero en el ambiente quedó la sensación que la proclamada unidad fue del diente al labio.
La convención. Nuevamente, miles de nacionalistas que fueron llevados a la convención desde distintas partes del país quedaron burlados al no poder ingresar al recinto.
En las afueras del gimnasio Olímpico había tres veces más personas que en el interior de la instalación deportiva, donde ingresar a la misma fue una odisea tanto para los activistas como para la prensa debido a las extremas medidas de seguridad policial.
A seguidores de algunos líderes como Ricardo Álvarez y Miguel Pastor se les impidió el ingreso al gimnasio, por lo que algunas butacas estaban vacías, en tanto, activistas de Juan Hernández que en el interior rompieron el pacto de no mostrar afiches de su candidato, fueron reprimidos y les ordenaron alzar la propaganda.
Al gimnasio lograron entrar activistas del presidente del congreso, a pesar de que el ingreso al recinto era controlado por la Policía. Otros activistas denunciaron que hubo confabulación de la Policía para permitir el ingreso de los simpatizantes de Hernández y precisaron que solo entraban los que tenían una identificación particular.
Centenares de buses aparcados en los alrededores del gimnasio y la concentración de miles de personas fue una muestra del derroche y del costo de este evento político que, según cálculos conservadores, consumió un presupuesto de al menos 15 millones de lempiras.
A la convención asistieron como invitados especiales los ex presidentes Rafael Leonardo Callejas y Ricardo Maduro, que se unieron al discurso de unidad y a la proclama de apoyar al gobierno de Porfirio Lobo Sosa.
Callejas ponderó a Lobo Sosa por la toma de decisiones para restablecer la paz y la armonía al país, pero advirtió que a los responsables del descalabro económico en que encontró el país "no hay que condonarle sus pecados", dijo refiriéndose a la administración de Manuel Zelaya.
Por su lado, el ex presidente Ricardo Maduro reconoció que Lobo ha logrado la reconciliación, el reconocimiento internacional, pero le falta lo más difícil: combatir el desempleo y la inseguridad, así como mejorar la situación económica.