Uno de los peores incendios en una prisión de que se tenga noticias puso el foco en la delincuencia, la corrupción y la debilidad de las instituciones hondureñas, que han hecho del país centroamericano un caso de estudio como nación en crisis.
Tegucigalpa. Unos segundos tomó en encender el fuego que mató a más de 350 reos en una prisión de Honduras esta semana, pero la espiral de ausencia de ley, pobreza y violencia en el país lleva años.
Uno de los peores incendios en una prisión de que se tenga noticias puso el foco en la delincuencia, la corrupción y la debilidad de las instituciones hondureñas, que han hecho del país centroamericano un caso de estudio como nación en crisis.
Honduras, alguna vez atesorado por Estados Unidos como un área estratégica desde el punto de vista político en Centroamérica, es considerado actualmente como uno de los países más violentos del mundo, con la tasa más alta de homicidios, de 82 por cada 100.000 habitantes, según Naciones Unidas.
La extendida impunidad y un sistema de justicia tambaleante han dejado al país exportador de café de 8 millones de habitantes a merced de las pandillas o "maras" y en los últimos años de los cárteles mexicanos de la droga, que lo han convertido en base de operaciones.
Sicarios han tomado control de barrios y pueblos, alentados por una policía corrupta e ineficiente.
"Nuestros barrios se han convertido en zonas de guerra. ¿Dónde está el gobierno para protegernos?", se preguntó Jennifer Castellanos, cuyo hijo fue tiroteado en San Pedro Sula, una ciudad industrial pero también la más violenta del país.
En noviembre, el presidente Porfirio Lobo, del conservador Partido Nacional, despidió a los jefes de la policía y arrestó a 176 agentes bajo cargos de asesinato, secuestro y narcotráfico.
"Tenemos que sacar las manzanas podridas", dijo Lobo, el presidente electo tras el golpe de Estado contra el ex presidente Manuel Zelaya que en junio del 2009 sumió al país en una de peores crisis políticas.
Pero los críticos dicen que la corrupción es sistémica en un país donde el 70% vive en la pobreza y muchos ven el crimen o la emigración a Estados Unidos como la única salida.
Las pandillas juveniles, surgidas en la década de 1980, se han transformado en agrupaciones sólidas muchas veces al servicio de cárteles mexicanos como los Zetas o el cártel de Sinaloa, que ha establecido allí laboratorios para fabricar metanfetaminas.
Cárceles, bomba de tiempo. A menudo las pandillas enemigas se enfrentan entre sí en las sobrepobladas cárceles, donde cerca de la mitad de los 13.000 reclusos esperan por sentencia durante años.
En Comayagua, el penal que ardió la noche del martes, muchos murieron consumidos por las llamas, entre gritos desesperados de auxilio, o asfixiados por el denso humo.
Tras la tragedia, Lobo suspendió al director de cárceles Danilo Orellana, quien meses antes había calificado al sistema carcelario como "una bomba de tiempo" y planteado los problemas de hacinamiento, instalaciones antiguas y de los sistemas de electricidad existentes en las prisiones.
Poco después, el Gobierno decretó estado de emergencia en las prisiones y prometió aplicar medidas para superar la crisis, pero escasas acciones se habían tomado hasta que ocurrió el incendio.
El golpe de Estado del 2009 fue un grave golpe para la economía, debido a que muchos países suspendieron ayuda vital para Honduras.
"La reacción internacional a la crisis del 2009 nos dañó mucho (...) Apenas estamos empezando a recuperarnos este año", dijo el diputado José Toribio.
El congresista asegura que es injusto decir que hay un colapso total en la seguridad del país y señaló que se pueden hacer progresos si mejora la economía mundial.
Para Rodolfo de la Garza, investigador político de la Universidad de Columbia, Honduras va en un camino hacia ninguna parte porque gran parte de la población ve que no hay salida.
"La gente desesperada hace cosas desesperadas. Piense en Somalia, piense en los piratas sobre la costa africana. Por qué lo hacen, porque es divertido. No. Es que no tienen opciones", dijo.
Nueva Generación. Un escuálido integrante de una pandilla, que se hace llamar Flavio, es el típico ejemplo de una nueva generación de matones callejeros que impulsa la violencia en Honduras.
Creciendo con una madre soltera en un empobrecido barrio de la capital Tegucigalpa, Flavio se unió a una mara y dejó su casa antes de la adolescencia.
Se convirtió en un líder en su grupo, conocido como "el que lleva la voz", y se encarga de coordinar con otros jefes.
"Esto no es sólo pandillas, esto es crimen organizado", dijo Flavio, con voz baja, casi susurrando. Pidió no ser identificado por temor a ser asesinado.
Las maras surgieron con los inmigrantes luchando por sobrevivir en Los Angeles en la década de 1980, pero conforme sus miembros fueron siendo deportados a Centroamérica, encontraron nuevos reclutas en sus países.
La pandilla de Flavio controlaba "negocios" como la venta de cocaína o el robo de autos, que defendían con un arsenal de armas, incluyendo rifles automáticos y explosivos.
Los mareros (integrantes de una mara) solían portar tatuajes en el rostro, pero la nueva generación abandonó esa práctica, enfocándose en hacer dinero.
"No tengo tatuajes visibles, y sólo uso ropa normal, quiero lucir como cualquier persona", dijo Flavio.
"Una vez que te unes a una mara, tienes que matar e intimidar, por mera supervivencia", dijo Flavio.