La política bogotana y excandidata presidencial Íngrid Betancourt, una de las rehenes más prominentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, habla en exclusiva con DW sobre la perspectiva de paz en su país.
Siendo candidata presidencial, la política bogotana Íngrid Betancourt fue secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia en 2002 cuando intentaba pactar la paz con ese grupo guerrillero. Desde julio de 2008, cuando fue rescatada, ella ha seguido haciendo presión para que se ponga fin a la guerra civil de su país. Faltando pocos días para la firma del pacto de paz con las FARC, pautada para el 26 de septiembre, Astrid Prange, reportera de DW, entrevistó a Betancourt en París.
-¿Cuál fue su primer pensamiento cuando oyó hablar de las negociaciones de paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC en 2012?
-Aunque en realidad no nos sorprendió la noticia, me emocioné mucho cuando supe que las conversaciones tendrían lugar. Recuerdo haber ido a la basílica del Sagrado Corazón, en Montmartre, para agradecer por ese suceso, y haber encontrado a muchos otros colombianos haciendo lo mismo. Pasamos horas simplemente celebrando, abrazándonos y llorando.
-¿Qué la ayudó a soportar el sufrimiento del cautiverio?
-La voz de mi madre transportada por las ondas radiales fue mi red de seguridad más grande. Eso me permitió recordar que yo era un ser humano, que yo era querida. En la jungla, la fe se tornó en algo muy real; me ayudó a entender lo que me estaba ocurriendo y a cambiar las preguntas que yo me hacía. Al principio me preguntaba ‘¿por qué yo?', pero terminé por preguntarme más bien ‘¿cómo puedo sacarle provecho a esta situación?' o ‘¿cómo puedo ser una mejor persona?' o ‘¿cómo puedo entender para qué estoy aquí y aprender?' Eso no habría sido posible sin mi fe. Si tú no crees que Dios está ahí ni que hay una razón detrás de lo que te ocurre, por muy difícil de percibir cuál es ese motivo, es muy fácil caer presa de la amargura y de la sed de venganza.
-¿No temía que su cautiverio nunca acabaría?
-Recuerdo que algunos guardias me decían que yo no sería liberada antes de convertirme en abuela. Eso me torturaba porque no podía evitar calcular la edad de mis hijos y lo que esa amenaza significaba en términos de tiempo; eso fue muy doloroso, emocionalmente. Pero yo siempre pensé que regresaría a casa algún día. A veces, morir era para mí una forma de ‘regresar a casa' porque era una manera de escapar del control de la guerrilla, una suerte de libertad. Pero la emoción fue enorme cuando fui rescatada porque todo fue muy repentino y no había manera de prever que ocurriría.
-¿Cree usted que el acuerdo de paz sellado por el Gobierno de Santos y las FARC toma en cuenta suficientemente el sufrimiento de las víctimas?
-¿Qué es suficiente? Nada es suficiente. En mi caso, ¿qué podría yo considerar como justo? ¡Nada! ¿Cómo remplazar a la gente que perdí? Mi padre murió mientras yo estaba en cautiverio. ¿Cómo compensar los años que pasé sin mis hijos? Entonces, yo no creo que esa sea la pregunta correcta.
-¿Cuál sería la pregunta correcta?
-A mi juicio, la pregunta correcta es: ‘¿Por qué estamos haciendo esto?' Yo creo que estaos haciendo esto para que ningún otro colombiano padezca en el futuro lo que nosotros hemos padecido. Tenemos la respuesta correcta porque estamos salvando vidas. Estamos evitando traumas. Estamos rescatando familias. Y le estamos dando a los colombianos la oportunidad de tener un país en paz. Mi generación no sabe lo que es eso. Como colombiana, el sufrimiento es lo único que me permite relacionarme con mi país. Yo espero que mis hijos y mis nietos puedan relacionarse de una manera más positiva y amorosa con ese hermoso país.
-En el referendo del 2 de octubre, a la población colombiana se le preguntará si están o no de acuerdo con el tratado de paz.
¿Acaso hay tanta gente en contra de este pacto?
-Por un lado, parece extraño que en un país tan golpeado por la violencia se debata sobre si se quiere o no la paz. Pero en Colombia, una parte de la sociedad está conectada profundamente con la guerra como forma de ganarse la vida: ahí está el negocio de la guerra que enriquece a mucha gente, la política de la guerra que le da poder a muchos líderes, y la corrupción que prospera a la sombra de la guerra. Quienes piden que se vote contra el acuerdo de paz no pueden decir que desean la guerra para poder seguir ganando dinero, así que usan otros argumentos. Eso es lo que está pasando.
-El presidente Juan Manuel Santos quería vencer a las FARC por la vía militar. Ahora es él quien firmará el acuerdo de paz con la guerrilla. ¿Qué cree usted que lo hizo cambiar de táctica?
-Juan Manuel Santos era un hadrliner, pero también es un líder que reflexiona sobre la historia de Colombia. Y él entendió que, tras la muerte de Manuel Marulanda, Raúl Reyes y Alfonso Cano, cabecillas de las FARC, los jóvenes que los sucedieron no tenían las mismas destrezas militares; éstos estaban abiertos a una solución política del conflicto. Santos aprovechó esa oportunidad para negociar la paz.
-¿Tuvo usted la oportunidad de conocer a Santos?
-Sí, así es.
-¿No fue usted quien lo convenció de cambiar su estrategia?
-¡No! Yo creo que él realmente estaba convencido de que éste era el camino a seguir. Y yo sólo puedo aplaudirlo porque hay tantas fuerzas empeñadas en que la guerra continúe… Yo creo que Santos es muy valiente. Si su plan tiene éxito, él será un colombiano memorable.
-Todo apunta a que, como usted, buena parte de las víctimas del conflicto está clamando por la reconciliación. ¿Habla usted en nombre de la mayoría de ellas?
-Perdonar es un acto muy personal e íntimo. Perdonar no es algo que uno pueda hacer en nombre de otra persona porque ese acto involucra no solamente tu deseo y tu voluntad, tu reflexión y tu intelecto, sino también tus emociones. ¿Y quién está en control de sus emociones? ¡Yo todavía estoy forcejeando con las mías! Así que, aunque me he comprometida a perdonar, puedo entender perfectamente a otras víctimas que se rehúsan a hacerlo o no están en capacidad de hacerlo. Eso depende de tu grado de sufrimiento y de cómo lidias con él. A veces es imposible perdonar.
-¿Cree usted que los miembros de las FARC realmente puedan ser reintegrados a la sociedad y adaptarse a la vida en paz o piensa que muchos de ellos terminarán siendo contratados por los carteles de la droga?
-Ese es el gran desafío que tenemos como sociedad. A los colombianos se les está pidiendo que reciban a aquellos guerrilleros dispuestos a deponer las armas y desmovilizarse. Ellos deben estar en condiciones de conseguir un oficio dignificante y legal para no vivir en la miseria. En este sentido, un precedente importante es el de los paramilitares. Ese fue una suerte de fiasco porque algunos líderes fueron extraditados y el resultado de esas extradiciones no fue muy claro; éstos terminaron cumpliendo penas de cárcel más cortas de las que habrían cumplido de haber sido procesados en Colombia. Peor aún: muchos miembros de las organizaciones paramilitares lo que hicieron fue abandonarlas para luego servir a las organizaciones criminales involucradas en el narcotráfico y otras actividades ilícitas. Su presencia amenaza la seguridad de los colombianos hasta el día de hoy.
-Usted siempre estuvo ligada al mundo de la política. ¿Sopesa usted la posibilidad de aspirar a la presidencia en las próximas elecciones?
-(Risas) ¡No, para nada! No he pensado en optar ni por la presidencia ni por un mandato en el Parlamento.
-¿No lo haría ni siquiera si el presidente Santos se lo pidiera?
-Bueno, las cosas pueden cambiar. Yo no tengo una bola de cristal, así que no quiero decir ‘nunca'. Si el presidente Santos me lo pidiera, yo iría, por supuesto. Pero hay otros factores determinantes que hacen difícil responder a esta pregunta.