Elba Esther era ya una pieza incómoda para el ejercicio del gobierno. Así, hasta quienes le rindieron pleitesía la dejaron sola. El PRI regresó con toda su habilidad política y hambre de poder, y la maestra, al parecer, pagará caro su traición al partido que la cobijó y le dio tanto poder.
Sí en México existieran estatuas de la lideresa del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), la gente habría salido a las calles el 26 de febrero pasado para derrumbarlas.
La noticia de que una de las mujeres más poderosa del país había sido detenida por malversación de fondos y lavado de dinero fue recibida en un inició con incredulidad, sin embargo, en cuanto las autoridades dieron el anuncio oficial, hubo felicidad y algarabía. Las bromas inundaron las redes sociales y hasta algunos de sus defensores y ahijados políticos dijeron a los medios de comunicación que una época terrible había terminado.
Iracunda como sólo lo pueden ser los megalómanos, Elba Esther era capaz de abofetear a uno de sus asistentes por no disponer correctamente de la mantelería que ella había pedido para un banquete, como gritarle en un programa de radio al candidato presidencial del PRI: “de mi cuenta corre que tú, Roberto [Madrazo], nunca serás presidente de México)". Sin embargo, el día que le notificaron en el juzgado que se le acusaba del desvío y lavado de fondos por más de US$200 millones, fue sumisa, su voz era apenas audible, durante su estancia en el penal sufrió dos desmayos y la noche previa, la primera que pasara en prisión, no comió nada.
Elba Esther Gordillo Morales fue hasta la década de 1980 una profesora de escuela como cualquier otra, con un sueldo paupérrimo y las deudas del común de los mortales. Su carrera sindical no fue meteórica, pero gozó del beneplácito de su predecesor Carlos Jongitud Barrios, quien estuvo 17 años al frente del SNTE, el cual aglutina a la casi totalidad del millón y medio de profesores de primaria y secundaria de todo el país (a menos que soliciten lo contrario, son inscritos al SNTE al momento que entran a trabajar). Jongitud decidió retirarse en 1989, cuando el gobierno de Salinas de Gortari envió al ejército para cercar y detener al líder sindical de los petroleros, Joaquín Hernández Galicia, quien, junto con el líder magisterial, se opusieron a la candidatura del entonces presidente.
Así, tras ese golpe, Gordillo Morales fue llamada para pastorear a uno de los gremios más numerosos y combativos del país (buena parte de los líderes guerrilleros en México durante la segunda mitad del siglo XX fueron profesores). Lo logró, durante casi 23 años con mano de hierro y despotismo. Repartió dinero a manos llenas, sobornó a quien lo permitió, amenazó a quien se negó, y destruyo más de una carrera política.
Al igual que a Hernández Galicia, el sistema que la creó hoy plantea destruirla. Su pecado, la soberbia. En 2000 no sólo dirigía al SNTE, sino que además era Secretaria General del Partido Revolucionario Institucional y vice coordinadora de ese partido (por primera vez en la oposición, pero con mayoría) en la Cámara de Diputados. Desde ese espacio, La Maestra intentó convertirse en el segundo personaje más poderoso del país y entregarle a Vicente Fox Quesada el Congreso a sus pies. El PRI todavía era demasiado poderoso y Emilio Chauffet, un viejo lobo de mar, fue el encargado de correrla del partido. Trece años después, al regresar al poder el PRI, designó a ese mismo lobo como Secretario de Educación Pública, el décimo segundo desde que Elba Esther fuese nombrada dirigente de los maestros.
CONJURO EN NIGERIA
Sus excesos son de todos conocidos. En 2008, en plena crisis económica mundial, Gordillo Morales regaló a la cúpula del sindicato 59 camionetas Hummer. El escándalo desatado los obligó a rifarlas y “reintegrar” el dinero a las arcas del SNTE, las mismas que la profesora utilizaba a su libre antojo y sin fiscalización. El día que la detuvieron, ella bajaba de su avión privado. Se sabe que tiene un apartamento en París, casas en Los Ángeles y San Diego, EE.UU., además de lujosas propiedades en la Ciudad de México.
En el libro Los Brujos del Poder, el periodista José Gil Olmos da cuenta de unas de sus mayores excentricidades: cuando Ernesto Zedillo llegó a la presidencia de la República, procedente de Educación Pública, le hizo llegar a Elba Esther la sugerencia de se fuera del país. Ella, sin renunciar, le tomó la palabra: viajó a África para consultar a un adivino en Marruecos, quien la envió con un brujo vudú de Nigeria, el cual le cobró US$45.000 para realizar un acto de brujería donde se sacrificó a un león vivo. Según el brujo, así podría controlar al presidente en turno.
Más allá de si el conjuro funcionó, lo cierto es que Elba Esther era ya una pieza incómoda para el ejercicio del gobierno. Así, hasta quienes le rindieron pleitesía la dejaron sola. El PRI regresó con toda su habilidad política y hambre de poder, y la maestra, al parecer, pagará caro su traición al partido que la cobijó y le dio tanto poder.