Aunque la monarquía española no goza del favor popular, el relevo da un mensaje de estabilidad al país.
Para muchos españoles, iniciando la semana, el alud de mensajes que bombardearon los teléfonos celulares el lunes 2 de junio fue el primer indicio de que algo grande había ocurrido. No era para menos: el monarca que había capitaneado la democracia española, surgida de los oscuros años de la dictadura del general Francisco Franco, había dimitido en favor de su hijo. Su majestad el rey Juan Carlos I de España dejaba en manos de nuevas generaciones los retos que enfrenta el país de ahora en adelante.
En una comparecencia ante la prensa el presidente, Mariano Rajoy, lo dijo sin pelos en la lengua: “Su majestad el rey don Juan Carlos acaba de comunicarme su voluntad de renunciar al trono y abrir el proceso sucesorio”. Horas más tarde, el mismo rey explicó su decisión a los españoles en un discurso televisado: “Una nueva generación reclama el papel protagonista, el mismo que correspondió a la mía. Merece pasar a la primera línea una generación más joven, que afronte con renovada intensidad los desafíos”. De esta manera el príncipe heredero se convertirá en las próximas semanas en el rey don Felipe VI de España y su esposa en su majestad doña Leticia, la primera reina proveniente de la clase media española.
Pero, ¿por qué ahora? Rajoy detalló en su discurso que el rey opinaba que era el momento oportuno para realizar la sucesión “con total normalidad”. El mismo rey luego aclararía al pueblo español la situación en su mensaje: “Una vez recuperado tanto físicamente como en mi actividad institucional, he decidido abdicar”. El monarca había tomado la decisión el 5 de enero día de su cumpleaños número 76. Desde entonces aumentó sus actos y viajes en materia económica, con énfasis especial en el golfo Pérsico. Para él era importante dejar su cargo recuperado de su convalecencia tras una serie de operaciones y en un momento en el que el debate sobre su abdicación había menguado. De esta manera, el rey quiso dejar la Corona en el mejor momento posible, facilitando la ascensión de su hijo, dicen fuentes de la Zarzuela, sede de la Casa Real.
Sin embargo, la popularidad de la monarquía no está en su mejor nivel, a pesar de una levísima mejora en los últimos meses. Pasó a una aceptación de 3,72 en abril de este año, una leve alza respecto del 3,68 que registró en 2013, muy lejos de las cifras que ponían al jefe de Estado entre los monarcas más populares hace unos años.
Este deterioro, admite la Zarzuela, está cercanamente relacionado con los escándalos que afectan a la infanta Cristina, hija del rey, quien está imputada y a la espera de que el juez José Castro tome una decisión definitiva en el llamado caso Noos, que deja al yerno del rey, Iñaki Urdangarín, acusado de corrupción y fraude, muy mal parado. Este es un problema que perdurará a pesar del relevo: queda pendiente la fase del juicio que representa la máxima exposición mediática de Urdangarín. Será una realidad delicada con la cual tendrá que lidiar un joven Felipe VI.
La Zarzuela relata que fue una decisión “muy meditada” que no está relacionada ni con la salud de Juan Carlos ni con el momento político. Fuentes del Ejecutivo, en cambio, reconocen que el momento es idóneo al encontrarse el país en mitad de la legislatura, permitiendo así que el rey y el príncipe cuenten con un sólido pacto entre el gobernante Partido Popular (PP) y la oposición, el Partido Socialista (PSOE), más del 80% del parlamento español. Esto es relevante a la luz de unos comicios europeos recientes que dejaron evidente una crisis en el bipartidismo, que cuenta con menos del 50% del apoyo popular, por primera vez desde 1977.
El reinado de Felipe VI
Los españoles ahora ponen los ojos en Felipe VI. En su mensaje televisado, el rey cuidó todos los detalles. Le acompañaban dos fotos, una suya con su padre, don Juan, y otra con Felipe y su nieta Leonor, la siguiente generación, como mensaje de continuidad monárquica. En tres ocasiones mencionó la “nueva generación”, a modo de un mensaje clave que quiso comunicar, haciendo hincapié en la estabilidad: “Mi hijo Felipe encarna la estabilidad, seña de identidad de la institución monárquica”, aseguró.
Para algunos comentaristas españoles, el relevo de “la máxima institución de nuestra democracia tiene un brillante porvenir y la jefatura del Estado pasará a manos de un hombre altamente cualificado, prudente, atento a los deseos de la sociedad de la que forma parte y consciente de la particular relación de la Corona española con un pueblo que no es vocacionalmente monárquico”, explica Antonio Caño, director del diario El País.
Felipe VI ascenderá al trono con 46 años. A pesar de no ser un “jovenzuelo”, su reino sí supone la ascendencia de la generación que asume el liderazgo del país. De esta manera, como su padre anteriormente, le corresponde capitanear el relevo generacional tan necesario en una España golpeada por la crisis más grave de su breve historia democrática. “Una nueva generación reclama con justa causa el papel protagonista, el mismo que correspondió en una coyuntura crucial de nuestra historia a la generación a la que yo pertenezco”, explicó el rey. Y quien salga a las calles del reino verá claramente el clamor español por un aire fresco, nuevas ideas y energías.
El príncipe puede representar aquel aire. Ha vivido cercanamente la transformación, incluidas las abdicaciones que se han presentado en las otras monarquías europeas. Está familiarizado con las nuevas tecnologías y se relaciona con personalidades que marcan el horizonte hacia donde se mueve el mundo. Le quedará más fácil saber cómo viven los jóvenes de hoy y qué quieren.
Su éxito como rey depende de esta realidad. En un país sumido en la incertidumbre, nada se puede dar por seguro. Una encuesta reciente publicada por El País indica que una mayoría de los menores de 35 considera favorablemente un relevo monárquico, a pesar de declarase republicanos. Esta realidad la aprovecharon grupos de izquierda, indignados y sindicatos para convocar a los españoles a que se reúnan en las plazas del país para clamar por un referendo que decida el futuro marco gubernamental del país a las 8 de la noche del mismo día que abdicó el rey. Es decir, este sentimiento es una realidad que seguramente seguirá vigente por mucho tiempo.
Don Felipe ha mantenido una relación muy estrecha con Latinoamérica. El último compromiso con la región fue el fin de semana pasado, cuando asistió a la posesión presidencial de Sánchez Cerén en El Salvador. Esto pertenece al patrón de ser el encargado de representar a España en 69 tomas de poder latinoamericanas en los últimos años, comenzando en 1996 con la ascensión a la jefatura guatemalteca por el presidente Álvaro Arzú. Esta semana se especula en España si el príncipe asistirá a la próxima posesión presidencial de Colombia en calidad de rey. Su relación cercana con las antiguas colonias le ha servido para conocer de primera mano la realidad regional y estrechar lazos con sus líderes.
Lo único seguro para el nuevo monarca es que no será fácil. Tomará las riendas de una sociedad profundamente escéptica, tras una larga lista de escándalos de corrupción y mal gobierno que han dejado a los españoles un sinsabor con respecto a sus dirigentes.