Con la promesa de desmantelar la corrupción y reducir la inequidad, Gustavo Petro deja el ejercicio de la oposición para ocupar, por primera vez, un cargo ejecutivo.
Este domingo, a mediodía, Gustavo Petro Urrego asumió como alcalde de Bogotá. Atrás quedó su pasado como miembro de la guerrilla M-19, su fallida aspiración presidencial y su brillante carrera de denuncia en el Congreso. Por delante le esperan cuatro años como gobernante de una ciudad en crisis.
No la tiene fácil. Recibe a una Bogotá resentida por el millonario desfalco del cartel de la contratación, secuestrada por los trancones, las obras inconclusas y la inseguridad en las calles.
Consigo trae la promesa, hecha una y otra vez durante su campaña, de desmontar las “mafias que se tomaron Bogotá”. A esto se suma el compromiso inconcluso de los años de gobierno de su antiguo partido, el Polo Democrático, de reducir la inequidad social sin descuidar las necesidades inmediatas de los ciudadanos, como la seguridad, la movilidad y la defensa del espacio público.
Para lograrlo se ha rodeado de un grupo de investigadores y políticos experimentados de izquierda que, con contadas excepciones, no han tenido hasta ahora experiencia en la administración pública.
El reto para este nuevo equipo es grande. Deberán dejar sus tribunas académicas y críticas para gerenciar cargos administrativos, desde los cuales se enfrentarán con las ya institucionalizadas prácticas políticas que durante los últimos años le costaron tanto al Distrito.
Hay quienes manifiestan temor frente a los nombres que se barajan como posibles secretarios de su gabinete. Para el analista y concejal electo Juan Carlos Flórez, “la debacle de Bogotá se debe a la ausencia durante ocho años de una gerencia pública de calidad. Y el equipo del alcalde adolece del mismo déficit”.
Angélica Lozano, elegida concejal por el Movimiento Progresistas, considera, en cambio, que con sus colaboradores Petro “ha mostrado que quiere un gabinete de alcalde, conformado por personas en las que confía y que comparten su línea política”. Con esto, asegura Lozano, “está demostrando que se la va a jugar a fondo por hacer realidad su programa de gobierno”.
Un programa complejo y ambicioso, que le ha prometido a la ciudad la reordenación de su suelo, la reconciliación con el medio ambiente, la reducción de su segregación social, el salto hacia la sociedad del conocimiento y el saneamiento de sus perversas prácticas de gestión pública.
Para el electo concejal Roberto Hinestrosa, del Partido Cambio Radical, Petro deberá aterrizar algunas de sus propuestas si quiere lograrlo. “Le tengo mucho temor al tema de la improvisación. Esperamos que haga políticas responsables, pues hasta el momento ha hecho propuestas como la integración de las empresas públicas de Bogotá, que deben ser analizadas muy de cerca y con seriedad”.
La relación con el Concejo será, asimismo, un elemento crítico para su gestión: “Él querrá construir una relación distinta, y esto va a generar momentos de pugnacidad no sólo por lo que quiere hacer, sino por las relaciones tradicionales entre el Concejo y el Ejecutivo”, asegura Antonio Sanguino, del Partido Verde.
Junto con varios concejales electos, Sanguino está a la espera de rendir indagatoria ante la Fiscalía en el marco de las investigaciones sobre el escándalo de la contratación en Bogotá. Petro -quien fue uno de los principales denunciantes del desfalco- estará en el centro de esta coyuntura, lo que para Sanguino podría generar una “desafortunada judicialización de las relaciones con el Concejo”.
Con todas las miradas puestas sobre el futuro alcalde y con el corazón adolorido, los bogotanos verán llegar al Palacio Liévano a un exguerrillero que quiere demostrar, como declaró en su discurso de aceptación, “que la paz y la reconciliación en Colombia son posibles”.
De cómo sortee los obstáculos que le esperan dependerá que lo demuestre y salga en cuatro años del Palacio Liévano con miras a mudarse al palacio vecino o prolongue la frustración de una ciudad que alguna vez sintió que avanzaba por un buen camino.