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Los medios argentinos y su fuerte enfrentamiento
Sábado, Mayo 4, 2013 - 14:08

El periodismo parece cada vez más polarizado en dos bandos, uno que acompaña a Lanata difundiendo y acrecentando sus denuncias, y otro que busca denostarlo, cuestionando sus prácticas profesionales.

El símbolo del periodismo argentino en la década de 1990 era la mosca del programa "Caiga quien caiga”. La imagen del insecto zumbón era visible en los micrófonos de aquellos noteros vestidos de negro, que a mitad de camino entre el periodismo de denuncia y el humor cómplice, le gastaban bromas pesadas a los funcionarios del gobierno menemista.

Aquel periodismo reflejaba exactamente el humor social de los argentinos en aquellos días, o por lo menos de los integrantes de la clase media: había una ambigüedad entre la conformidad por una situación económica en apariencia floreciente y por otro lado la sospecha de que ese bienestar se estaba logrando al alto precio de la exclusión social y de la corrupción.

En consecuencia, aquellos noteros, con su estilo socarrón, cumplían el rol que la sociedad demandaba al periodismo: hostigar a los funcionarios, aunque fuera de una forma leve, casi como una cosquilla o un zumbido molesto. Y hacerles saber que, ya que tendrían impunidad en la Justicia, al menos deberían enfrentar la mínima sanción moral de ser ridiculizados por periodistas irreverentes.

Ningún otro país podría haber inventado un programa de ese estilo. Y de hecho, cuando Mario Pergolini vio el filón de exportar ese formato a las televisiones de Chile, España, Francia, Israel, quedó en claro que la tolerancia a la “canchereada” era mucho menor en esos países que Argentina. Y es que solo ahí se considera que un funcionario deba tolerar la insolencia de bromas pesadas o insinuaciones de corrupción con una sonrisa en los labios y responder, a su vez, con un chiste.

De la mosca al dedo levantado. Ese tipo de periodismo, que en varios países fue considerado de una agresividad inadmisible, entró en decadencia Argentina, pero no por “duro”, sino porque aparece como demasiado “light” para estos tiempos.

Todo un síntoma del nivel de polarización social y de agresividad discursiva que caracteriza la actualidad del país: el tipo de periodismo que se demanda ya no es el de un bufón irreverente, sino el de un fiscal de modos irascibles.

Así, la mosca de CQC dejó lugar a un nuevo símbolo: la mano con el dedo mayor levantado, adoptada como emblema del programa Periodismo para todos, conducido por Jorge Lanata.

El propio periodista estrella del multimedios Clarín comenzó su ciclo haciendo el gesto a cámara, mientras, por si quedaba alguna duda acerca de qué significaba, sonaba el tema musical elegido como cortina del programa: Fuck you, de Lily Allen.

Es probable que los propios argentinos no hayan tomado conciencia de cómo la agresividad se ha naturalizado en la vida social. Un gesto universalmente considerado insultante, que en muchos países es motivo de multa, despido laboral y sanciones de diversa índole, allí ocupa el primer plano y es reivindicado como una postura de dignidad.

Más aun, el público es alentado a enviar sus fotos familiares. Así, decenas de padres con sus niños pequeños levantan el dedo mayor o visten remeras con el insulto en inglés.

En todo caso, lo que es claro es que ese mismo tono desafiante y agresivo que aparece en la introducción del programa continúa en el resto del programa. La consigna no es analizar, debatir ni interpretar los temas de la agenda nacional sino denunciar, en una actitud casi de desahogo de la irritación contenida. Expresiones como “chorros”, “chantas”, “no afanen más”, son de curso corriente.

El “efecto Tinelli”. La gran mayoría de los casos de presunta corrupción denunciados por Lanata ya habían sido antes “destapados” por otros periodistas, algunos tan antiguos que datan de la época en que Néstor Kirchner era gobernador de Santa Cruz. Tanto que los entrevistados de su programa son, no pocas veces, periodistas de otros medios.

“Todo esto se sabía, pero lo que hizo Lanata realmente invalorable fue poner el tema del ‘choreo’ en primer plano”, afirma Jorge Asís, el analista político que hizo punta con su denuncia en el escándalo de tráfico de influencias que envuelve al vicepresidente Amado Boudou.

Es una visión compartida por buena parte del gremio periodístico: Lanata se ha erigido en una gran caja de resonancia para poner en el centro de la agenda política la cuestión de la corrupción.

Y eso, de por sí, ya es un factor de irritación para un gobierno que siempre se ha jactado de su habilidad para mantener el dominio de la agenda pública. Esto explica por qué el periodismo parece cada vez más polarizado en dos bandos, uno que acompaña a Lanata difundiendo y acrecentando sus denuncias, y otro que busca denostarlo, cuestionando sus prácticas profesionales.

Es por eso que una de las expresiones que más se escuchan por estas horas en el ámbito mediático es “tinellización”. Es una palabra que se aplica con un sentido peyorativo, vinculado a la frivolidad y al bajo nivel aunque con llegada a un público masivo.

En el caso del periodismo político, la acusación de “tinellización” tiene un doble sentido. El primero alude a la banalización de la denuncia, que para los críticos de Lanata, más que estar basada en documentos y testimonios confiables, se apoya sobre golpes de efecto de dudosa credibilidad, como la cámara oculta a personajes extravagantes.

Esa es la acusación que se hizo en los programas televisivos afines al oficialismo, donde se buscó demostrar que Lanata había caído en lo que la jerga periodística denomina “comprar pescado podrido”. Fue así que se difundieron repetidas veces las contradicciones de los testigos que habían hecho las denuncias. Y se buscó ridiculizar el valor de la documentación presentada por Lanata, al demostrar que los certificados de incorporación de sociedades off shore eran fácilmente “bajables” de internet.

Lanata acusó el golpe y contraatacó diciendo que, al no poder negar las denuncias por lavado de dinero, el gobierno intentaba cuestionar su credibilidad. Fue así que denunció un plan oficial para “frivolizar” su denuncia, llevándola al terreno del periodismo farandulero.

Se basó en la información brindada por Silvia Mercado, una periodista que acaba de publicar un libro sobre Raúl Apold, el llamado Goebbels de Perón y sus parecidos con el manejo mediático actual del kirchnerismo. Mercado afirmó que Leonardo Fariña, el presunto “valijero” de Lázaro Báez, pronunció su famosa frase (“Lanata quería ficción y yo le di ficción”) por indicación de Carlos Zannini, el poderoso secretario legal y técnico, considerado el estratega político de Cristina Kirchner.

“Fueron a buscar a Fariña y lo sentaron en el despacho de Zannini, quien le dio indicaciones a Fariña de lo que tenía que decir en los medios, ahí se decidió banalizar la noticia. Es evidente que la cabeza del gobierno está preocupada por esta denuncia”, dijo Mercado. Pero no se quedó allí, sino que denunció que Jorge Rial y Luis Ventura, los principales referentes del periodismo “chimentero” de espectáculos habían recibido US$600.000 del gobierno como incentivo para entrevistar a Fariña en su célebre desmentida y luego correr el tema al terreno farandulero, de manera que la consecuencia del programa de Lanata no fuera la sospecha sobre Lázaro Báez sino la continuidad del matrimonio de Iliana Calabró.

Esta acusación hecha por Mercado y suscrita por Lanata motivó una miniguerra entre colegas, ya que Rial y todo el staff periodístico del canal América TV (cuyos dueños están vinculados al kirchnerismo y son sospechados de recibir un trato benéfico) salieron a desmentir airadamente un condicionamiento oficial.

Rial mantuvo un diálogo radial con Lanata para asegurarle que no seguía instrucciones de Zannini, mientras que Ventura anunció que iniciaría acciones legales contra Mercado.

Irritado por el hecho de que la veracidad de su documentación haya sido puesta en duda, Lanata miró a cámara y dijo “acá tenés, imbécil”, mientras exhibía el certificado de Teegan Inc, la empresa fantasma de radicación panameña. Lo que el gremio periodístico dedujo es que el destinatario del insulto era Diego Gvirtz, el productor de los principales programas televisivos pro gobierno, incluyendo al emblemático 6, 7, 8.

No deja de ser curiosa la reacción de Lanata al quejarse por cómo su cruzada anticorrupción es “frivolizada”. A fin de cuentas, fue la propia producción de su programa la que editó imágenes donde, junto a los funcionarios sospechados de corrupción, se veía a Iliana Calabró y a la modelo Karina Jelinek. Precisamente, en ese ingrediente reside buena parte de la repercusión masiva que tuvo su denuncia.

Y es en este punto donde entra la segunda acepción de la “tinellización”. Es decir, no la que tiene que ver con la frivolidad sino con la capacidad para utilizar a toda la red de medios como una caja de resonancia.

“Lo que hace ahora Lanata es lo mismo que hacía Tinelli: las cosas pasaban primero en Tinelli y después se comentaba en todos los otros programas”, argumenta Jorge Asís.

No está claro si fue un efecto deliberadamente buscado por Lanata y el multimedios Clarín, pero lo cierto es que, en este momento, el hecho de que las denuncias (esas mismas que durante años quedaron restringidas al pequeño público de lectores de diarios) hayan alcanzado una repercusión masiva se debe al “sistema Tinelli”. Esto implica un programa central que realiza un fuerte gasto de producción para montar un show de alto impacto, y luego una constelación de programas satélites comentan, durante toda la semana, sobre lo ocurrido en el programa principal, reproduciendo fragmentos, invitando a sus protagonistas y debatiendo en torno a él.

De esta forma, el público al que llega la denuncia de Lanata excede el –de por sí alto– rating de 25 puntos, sino que se multiplica varias veces al llegar al resto de los canales de televisión abierta y cable, en todas las franjas horarias. Algo difícil de lograr sin la inestimable ayuda de Karina Jelinek.

Así transcurre el debate periodístico argentino por estos días. Entre acusaciones mutuas de estar pagados por el gobierno para amplificar el “relato kirchnerista” o de estar “haciéndole el juego a la derecha destituyente”.

Quién diría que, en retrospectiva, hasta hagan extrañar a Bernardo Neustadt, a quien se acusaba de exacerbar su costado de showman por sobre el de periodista.

Recordado por cosas tales como desarmar en cámara un teléfono “para ver si adentro del aparato estaba la soberanía nacional”, al menos contribuyó a popularizar el debate ideológico y programático de los años 1980.

Algo que parece lejano en estos días de chicanas, insultos y dedos levantados en el gesto de fuck you.

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