La Lava Jato celebró cinco años de existencia este domingo pasado y tuvo este jueves a su segunda víctima más ilustre, el ex presidente Michel Temer, que junto a Lula, engrosa una larga lista de gobernadores, empresarios y políticos sacudidos por la Lava Jato.
Río de Janeiro. La detención del expresidente de Brasil Michel Temer este jueves reforzó la Operación Lava Jato, la gran red de corrupción alrededor de la petrolera estatal brasileña Petrobras que ha sacudido Brasil y que vive sus momentos más críticos por la disputa que mantienen el Supremo Tribunal Federal y el Ministerio Público sobre su dirección.
La Lava Jato celebró cinco años de existencia este domingo pasado y tuvo este jueves a su segunda víctima más ilustre, el ex presidente Michel Temer, de 78 años y que dejó el cargo el pasado 31 de diciembre.
Por el momento, el mayor emblema de la operación es el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010), quien está preso desde el 7 de abril del año pasado por corrupción pasiva y lavado de dinero, con dos condenas en su contra superiores a los doce años.
Junto a Lula y Temer, una larga lista de gobernadores, empresarios y políticos brasileños también acabaron sacudidos por la Lava Jato, operación que cuenta con un gran apoyo popular en las calles por acabar con la sensación de impunidad que gozaron siempre las personas próximas al poder en Brasil.
En las últimas semanas, una disputa entre la Corte Suprema y la Fiscalía sobre el envío de las denuncias por financiación ilegal, la conocida como 'Caja 2', a la Justicia Electoral, algo que la máxima Corte del país defiende y que ganó por apenas un voto.
El Ministerio Público criticó que la Justicia Electoral no tiene ni la estructura ni las condiciones para investigar casos serios de corrupción.
Con la salida del juez federal Sergio Moro, figura más destacable de la Lava Jato y que fue nombrado ministro de Justicia por Jair Bolsonaro, la operación quedó huérfano de un líder y las disputas entre la Corte Suprema y la Fiscalía la debilitaron públicamente, por lo que la detención de Temer la vuelve a colocar en la primera página de la actualidad.
Temer llegó a la Presidencia de Brasil el 31 de agosto de 2016, tras la destitución en el Congreso de la presidenta electa, Dilma Rousseff, por supuestas irregularidades fiscales. Cuando fue oficializado como el 37º presidente de Brasil, Temer ya llevaba 102 días como presidente interino, una vez la Cámara de Diputados votó por apartar Rousseff del cargo en el mes de abril. Temer era el vicepresidente de Rousseff desde el inicio del mandato de esta última, el 1 de enero de 2011.
Su gobierno inferior a los dos años y medio estuvo caracterizado por las polémicas y las dos denuncias de corrupción que puso la Fiscalía general de la República en su contra por corrupción, a mediados 2017. De esta forma, Temer se convirtió en el primer presidente en ejercicio de la historia de Brasil denunciado formalmente por corrupción.
El gran apoyo que obtuvo en el Congreso para llevar adelante las reformas prometidas impidió que la denuncia de Temer avanzara y el presidente quedara apartado del cargo para ser juzgado por la Corte Suprema. Sin embargo, era un secreto a voces que una vez saliera de la Presidencia y perdiera el fuero privilegiado, Temer acabaría cayendo, tal y como sucedió hoy.
El exmandatario brasileño es objeto de diez investigaciones, cinco de ellas iniciadas por la Corte Suprema, más lenta en sus decisiones, y que pasaron a la primera instancia una vez perdió el fuero privilegiado.
El gran beneficiado con su detención es el actual presidente, Jair Bolsonaro, quien hizo de la lucha contra la corrupción su bandera durante la campaña electoral pero ha visto como en los menos de tres meses de gobierno, varios casos de irregularidades han salpicado su entorno, ya sea con su hijo mayor, el senador Flávio Bolsonaro, como por el ya exministro de la secretaría del gobierno Gustavo Bebianno o el actual ministro de Turismo, Marcelo Álvaro Antonio. Todo ello hizo caer su popularidad, según un sondeo divulgado esta semana.
Cinco años después de su inicio, el discurso y la presión en varios sectores de poder para poner fin a la Lava Jato empieza a ganar fuerza. La gran incógnita es saber cómo reaccionará ante ello el gobierno de Bolsonaro, defensor de la lucha anticorrupción y que cuenta con el juez Moro, la gran figura de la Lava Jato, en su equipo, en un momento en el que el Ejecutivo brasileño necesita un gran apoyo en el Congreso para llevar adelante sus reformas, principalmente fiscales.
Y para ello, necesitarán los votos de unos diputados y senadores acorralados por la Lava Jato y que desde la sombra, piden a gritos su fin.