A raíz de las últimas elecciones presidenciales, la polarización ha alcanzado en Brasil niveles llamativos de crispamiento y son muchos los que han dado la voz de alarma sobre el nivel de enfrentamiento verbal.
Universia Knowledge Wharton. El domingo 26 de octubre, por fin se deshojó la margarita de las elecciones en Brasil: Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), salió reelegida por un estrechísimo margen y dirigirá el país durante los próximos cuatro años. Su contrincante en esta segunda vuelta, Aécio Neves, líder del opositor Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), fue el candidato derrotado con el 48,36% de los votos, frente a los 51,64% de Rousseff.
Los analistas y expertos consultados coinciden en señalar que éstas han sido unas de las elecciones más duras y combativas tras el regreso, en 1985, del país a la democracia. Uno de los principales motivos ha sido la montaña rusa de los resultados de las encuestas de intención de voto durante la primera ronda, además de lo igualado que ha estado el campo de batalla en la segunda. Prueba de ello es que al principio de la campaña hubo un momento en que las encuestas situaban a Rousseff por detrás de la figura emergente Marina Silva, una ecologista que fue ministra de Medio Ambiente del propio partido de la presidente. Y apenas una semana antes de que se celebrase la elección definitiva, existía empate técnico entre los dos candidatos finales.
Esta situación de igualdad forzó que el propio Luiz Inácio Lula da Silva, el carismático ex presidente fundador del PT, partido que gobierna el país desde 2003, interviniera con más énfasis en la recta final de la campaña para azuzar a Neves con acusaciones de lo más variopintas. Lula, exsindicalista del sector del metal, ha llegado a decir durante un mitin a apenas cuatro días de los comicios: “A veces nos agreden verbalmente como los nazis agredían en los tiempos de la II Guerra Mundial. Ellos son intolerantes [por la oposición socialdemócrata]… Son más intolerantes que Herodes, que ordenó a matar a Jesucristo para evitar que se convirtiera en el hombre que fue”. Lula tampoco se ahorró calificativos personales hacia Neves a quien calificó de “hijito de papa”, en referencia a los orígenes acomodados del exgobernador de Minas Gerais (2003-2010).
Con las descalificaciones en los últimos compases de la campaña electoral, Lula se encargó de hacer el trabajo sucio a Rousseff, consciente de cómo disgusta este tipo de lenguaje a los electores. Y no ha dudado en hacerlo porque en la primera ronda este tipo de comentarios, e incluso las falsas acusaciones, resultaron decisivos para eliminar de la carrera a Marina Silva. Aunque según los expertos, lo que hundió definitivamente a Silva fue su ambigüedad respecto a temas como la política económica o la seguridad.
Al final, el panorama político brasileño ha prescindido de las medias tintas y ha acabado por enfrentar a los dos clásicos bloques en torno a la derecha y la izquierda, ricos contra pobres, élite contra trabajadores, el norte menos desarrollado contra el pujante sur. Sin embargo, la polarización ha alcanzado niveles llamativos de crispamiento y son muchos los que han dado la voz de alarma sobre el nivel de enfrentamiento verbal, trasladado incluso a Facebook, entre defensores de ambos bandos.
“Nunca he visto una división tan fuerte del país, ha habido cosas increíbles durante la campaña. La gente se peleaba en las redes sociales, incluso entre los amigos…”, señala el brasileño Felipe Monteiro, profesor de Insead e investigador del Mack Institute for Innovation Management de Wharton, quien añade que “por un lado, esto puede ser bueno porque la gente ahora se interesa más por la política, pero ha sido demasiado. Los medios sociales han funcionado como una caja de resonancia de toda esa polarización”.
Quizás, por eso, el último debate televisado de los dos candidatos aparcó por un momento los ataques personales y se centró más en la marcha de la economía, atrapada en una recesión técnica, con dos trimestres de crecimiento negativo, y en los problemas de corrupción que asolan al gobierno del PT, especialmente los vinculados con la petrolera semiestatal Petrobrás en la que existía todo un entramado de sobornos y desvío de fondos.
Al final, Monteiro señala que el miedo entre los electores más desfavorecidos a perder lo conseguido a través de los programas sociales en los años de Gobierno del PT ha prevalecido sobre la incógnita de apostar por el cambio. “Neves no alcanzó a convencer a los millones de brasileños que no lo conocían”, dice. Ello, a pesar de que Rousseff ha acabado sus cuatro años de presidencia con peores índices económicos que los de su antecesor, Lula da Silva.
El candidato derrotado el domingo declaró en cuanto se supieron los resultados: “He felicitado a la presidenta reelecta, le he deseado éxito y le he resaltado que la mayor de sus prioridades es ahora la de unir al país”. Rouseff también tuvo palabras conciliadoras entre los dos bandos enfrentados. Monteiro alaba la reacción de ambos porque, según él, “ya no se puede seguir con un Brasil dividido en dos. Hay que tener calma y buscar la manera de encontrar el diálogo”.
Voluntad real de cambio. Para lograrlo, en opinión de Monteiro, hay dos puntos clave que abordar: ver quién será el equipo que gobierne la economía en los próximos años y cómo se gestionan los escándalos de corrupción. En cuanto a lo primero, él señala que “la presidente tiene que hacer alguna concesión en el campo de la economía. Todavía no ha anunciado quién será el próximo ministro. Sabemos que ya no será Guido Mantega, pero eso es todo”. En su opinión, el gesto de quién va a formar el nuevo equipo económico tiene una simbología muy importante “porque mostrará si ha escuchado la llamada de cambio de los 50 millones que votaron a la oposición, y ser más pro-business, o va a seguir por el mismo camino que hasta ahora”.
Por otro lado, habrá que ver cómo Rousseff lidia con el escándalo de Petrobrás. “Su actitud respecto a este asunto a partir de ahora, de cómo lo maneje, va a indicar si ella quiere el diálogo o por el contrario piensa: ‘bueno no importa este asunto, ya gané y no haré nada al respecto‘”. Si la presidente maneja bien estos dos puntos clave, sería una buena manera de establecer el diálogo, en caso contrario, dice Monteiro, “la reacción [de oposición, mercados financieros…] sería muy negativa”.
De momento, en sus primeras declaraciones televisadas, al día siguiente de las elecciones, Rousseff ha dado muestras de optar por el ansiado diálogo, “inclusive con los mercados financieros”, dijo, y de su voluntad de investigar el escándalo de Petrobrás. “Pero antes habrá que esperar a que el mercado se calme”, puntualizó en referencia al desplome de la bolsa brasileña tras conocerse los resultados de los comicios.
Es evidente, según señala Monteiro, que en el primer mandato “Rousseff no alcanzó a establecer un buen dialogo con el Congreso, tampoco con la comunidad empresarial…” La presidente no es una persona carismática, es más bien una tecnócrata con fama de carácter seco y autoritario. Por tanto, en su opinión, urge un cambio y que ese anunciado cambio “sea de verdad, lo que significa que la economía la lideren personas [ministro de finanzas y gobernador del banco central] con reputación en el mercado, que tengan una política menos heterodoxa que la demostrada hasta ahora, tal y como hizo Lula”.
Monteiro explica que la reacción de los mercados financieros cuando Lula llegó al poder también fue muy negativa, pero el acertó poniendo al frente del Banco Central a Henrique Meirelles, y con el tiempo se ganó su confianza. “Existe un precedente en el PT. Lula tenía el mercado en su contra, pero tuvo la habilidad de reconquistarlo. Si ella está preparada para hacer un cambio así, sería muy bien recibido, pero todavía no ha hecho ningún anuncio. Por el contrario, el candidato Aécio Neves dijo desde un principio que Arminio Fraga sería el ministro de Finanzas, ya se sabía quién vendría, pero con ella no lo sabemos”, dice.
La opción de Arminio Fraga, ex presidente del Banco Central durante el Gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1995 a 2002), agradaba mucho a los mercados y al sector empresarial “ya que contaba con todas las credenciales para liderar la economía”, dice Monteiro. Durante el gobierno de Cardoso se consiguió mantener bajo control la inflación, así como la estabilización de la moneda brasileña y, según sus defensores, se sentaron las bases económicas sobre las que Lula gobernaría con éxito durante los siguientes ocho años.
Por lo mismo, “Lula es un activo”, señala Rafael Pampillón, profesor de Economía de IE Business School. En su opinión, no cabe duda de que el apoyo del expresidente ha sido determinante para la victoria final de Rousseff. “Puede gustar o no, pero los resultados de su gestión, desde el punto de vista económico y social, fueron muy buenos. En términos de empleo, crecimiento, incluso superávit en la balanza por cuenta corriente…”, enumera.
Evitar que la bomba estalle. Justamente, los desiguales resultados económicos del gobierno de Lula y Rousseff fueron la estrategia de Neves para intentar arañar votos entre el 10% de indecisos de los cerca de 142 millones de votantes llamados a las urnas. En 2010, el año que Dilma llegó al poder, la economía brasileña crecía el 7,5% anual mientras que las estimaciones de crecimiento este año no llegan al 1%. En 2011, el crecimiento del PIB fue del 2,7%, en 2012 del 1% y en 2013 del 2,5%.
¿Cómo se llega a ese crecimiento anémico? Xavier S. Casademunt, Director de Esade en Brasil, relata que el primer mandato de Dilma se ha caracterizado por llevar a cabo un gobierno de continuidad, en las líneas políticas establecidas por Lula, su mentor y predecesor, “con el foco puesto en la economía social, materializado principalmente a través del programa Bolsa familia [subvenciones a familias de bajos recursos], que logró sacar de la pobreza a 36 millones de personas, especialmente en el norte y el nordeste del país”.
Por tanto, el inicio del mandato de Dilma estuvo marcado por la aparición de la nueva clase media brasileña y la emergencia de clases salientes de la pobreza, que acababan de entrar al mercado de consumo, a través del acceso al trabajo y las ayudas sociales. Casademunt señala que Dilma “convirtió a la población de Brasil en una máquina de consumo que hizo crecer internamente la economía, especialmente a partir de los incentivos a la financiación que hicieron que las familias adquirieran deudas que hoy, debido a la alta inflación [ronda el 7%] y los altos tipos de interés [situados en cerca del 11%],tienen dificultad para hacer frente”. Como consecuencia de este alto nivel de endeudamiento, dice, “el consumo por parte de las familias brasileñas está en retroceso y ha parado el crecimiento del país”. En su opinión, el problema está en que durante el tiempo en que la economía crecía al ritmo del 7% “Dilma no invirtió en la mejora de las infraestructuras o en educación, áreas muy necesarias para que la economía crezca hoy”.
Rousseff, además, se ha encontrado con la resaca del fin de la obra pública destinada al Mundial de Futbol 2014 celebrado en los meses de junio y julio, “lo que supone un frenazo importante para la economía, porque parar la obra pública significa aumento del desempleo y crecimiento negativo”, indica Pampillón.
A tan solo un mes de las elecciones, las encuestas reflejaban que el 70% de los brasileños pedía un cambio de gobierno. En este sentido, “la falta de crecimiento económico es sólo la punta del iceberg”, comenta Casademunt, quien añade que “gran parte de la población, especialmente las clases media, media-alta y alta, están cansadas de vivir en un país donde la salud, la educación y la seguridad son precarias y, en contrapartida, los impuestos son de los más altos del mundo”. Por otro lado, la corrupción y los deficitarios servicios públicos, como el transporte, también generan un fuerte descontento entre los ciudadanos, lo que alcanzó su máxima expresión en las fuertes movilizaciones sociales de junio de 2013.
Monteiro añade que el desempleo, situado en el 5%, no es una preocupación, de momento. Sin embargo, teniendo en cuenta los datos de crecimiento e inflación, “si se sigue el mismo camino que hasta ahora, Brasil tendrá problemas serios: no va a crecer, la inflación va a aumentar y habrá desempleo alto. Se trata de un escenario posible en 2016”. La duda es, dice: ¿Rousseff percibe que las cosas podrían llegar a explotar?”. Y añade que es evidente que el modelo de crecimiento basado en el consumo no da para más, “ya no tiene la misma fuerza, va a necesitar más inversiones a través de reformas muy importantes, en transportes, en infraestructuras, etc. pero para eso se necesita confianza, inversiones extranjeras y credibilidad en la política económica”. No es que la bomba esté a punto de explotar ahora, comenta, “toda la preocupación es qué hacer para que no explote”.
“Brasil tiene potencial en tantas cosas”, recuerda Monteiro. “El riesgo es que la presidente no perciba hasta qué punto el país está dividido, que hay un clamor por el cambio y el diálogo con una oposición que ahora está muy fuerte”. En este sentido, Casademunt advierte que en caso de que Dilma no haga mejoras significativas en la línea de la demanda general, la economía continúe en retroceso y el país siga con las deficiencias que presenta hoy, “es muy posible que la población vuelva a tomar las calles pidiendo cambios en la educación, la salud, la sanidad, y exigiendo medidas para mejorar la economía con carácter de urgencia”.
A pesar de la preocupación por el futuro, Monteiro valora de forma muy positiva cómo se han desarrollado estas elecciones de cara a reforzar la democracia en su país. “Con todos los problemas que tenemos en este sentido en Latinoamérica, 110 millones de personas votaron, los resultados se anunciaron en apenas dos horas, el voto electrónico funcionó perfectamente, el candidato que fue derrotado felicitó a la presidenta electa; todo esto como desarrollo de democracia es muy importante”.