Luego de recuperar la presidencia de Nicaragua en los comicios de noviembre de 2006, Daniel Ortega ha gobernado Nicaragua ininterrumpidamente y, tras las cuestionadas elecciones de este domingo, se apresta a extender su mandato hasta 2027.
En febrero de 1990, Daniel Ortega perdió las elecciones presidenciales de Nicaragua frente a Violeta Chamorro. La derrota le dejó una profunda huella al líder izquierdista, a quien le tomó 16 años recuperar el poder que, según analistas y opositores, parece decidido a conservar a cualquier precio.
Y los últimos años lo han confirmado.
En abril de 2018, su presidencia peligró cuando protestas por una reforma de pensiones devinieron en grandes manifestaciones contra él y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo. En respuesta, la pareja envió a los uniformados a disolverlas dejando más de 300 muertos y miles de heridos.
Dos años más tarde, en plena pandemia del coronavirus, la dupla presidencial se radicalizó aún más y apresó a decenas de opositores, incluyendo a siete aspirantes presidenciales, terminando de enterrar los estándares internacionales mínimos para celebrar los comicios del domingo, según han denunciado diversos países y organismos internacionales.
"El objetivo de Daniel Ortega y Rosario Murillo es eliminar cualquier posible duda de su supervivencia en el poder", opinó Tiziano Breda, analista del International Crisis Group.
Luego de recuperar la presidencia de Nicaragua en los comicios de noviembre de 2006, Ortega ha gobernado Nicaragua ininterrumpidamente y, tras las cuestionadas elecciones del domingo, se apresta a extender su mandato hasta, por lo menos, enero de 2027, convirtiéndose en el mandatario vivo que más tiempo ha permanecido en el poder en América.
Desde 2017, además, gobierna en tándem con Murillo, con quien se casó en 2005. Desde entonces, la poetisa de 70 años se ha convertido en una de las figuras más polémicas y omnipresentes del segundo país más pobre de América, donde, según sus críticos, nada se mueve sin su consentimiento.
Ella es la portavoz del Gobierno y su rostro más visible. Acompaña a Ortega, de 75 años, en todas sus apariciones públicas y, de lunes a viernes, informa en radios y televisoras controladas por su familia sobre el quehacer del Gobierno y hasta del clima, sin perder la oportunidad para descalificar a sus adversarios como "diabólicos", "forajidos" y "pacotillas".
Caminos cruzados. Ortega nació el 11 de noviembre de 1945 en La Libertad, un municipio mayormente rural, ubicado a unos 175 kilómetros al este de la capital, Managua. Criado en el seno de una familia de clase media opositora al régimen del dictador Anastasio Somoza, se identificó rápidamente con la lucha sandinista.
En 1963 abandonó la universidad y se unió al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). A los 22 años cayó preso por el asalto a un banco. Pasó siete años en prisión hasta que fue liberado, junto a otros detenidos del FSLN, en un intercambio con altos funcionarios del gobierno de Somoza.
En tanto, Murillo nació en Managua el 22 de junio de 1951 al abrigo de una familia de acomodados productores de algodón y descendiente del general Augusto Sandino, un revolucionario nicaragüense que, más tarde, dio su nombre al FSLN.
Cursó estudios en Reino Unido y Suiza pero pronto regresó a su país y, apenas a los 18 años, se integró al FSLN, los guerrilleros que combatían a la dictadura de Somoza.
Mientras leía y escribía versos, escondía a guerrilleros en su casa de Managua. Por su participación guerrillera, estuvo presa un breve periodo. En el terremoto que devastó la capital en 1972, perdió un hijo.
Se marchó al exilio en Costa Rica en 1977. Allí se reencontró con Ortega, se enamoraron, se unieron de hecho y nunca más se dejaron. Un año antes se habían topado en un museo de Caracas, Venezuela. Mientras estuvo tras las rejas, Ortega confesó que leyó los poemas de Murillo que aparecían en el diario La Prensa.
En 1979, cuando los sandinistas derrocaron a Anastasio Somoza -el último dictador de la dinastía familiar-, Ortega y Murillo regresaron a Managua. Desde entonces, la pareja tuvo siete hijos.
"Los dos son diferentes pero complementarios y, al juntarse, resulta esa fuerza dañina e inescrupulosa que gobierna Nicaragua", aseguró Fabián Medina, autor del libro biográfico sobre Ortega "El preso 198".
"Ortega es pasivo, introvertido, respaldado ante sus bases por sus años de cárcel y guerrilla en el Frente Sandinista y con cero empatía por el sufrimiento ajeno. Murillo es impetuosa, vengativa, extrovertida y de una energía inagotable", agregó.
Conocida por sus coloridos atuendos estilo hippie y el lenguaje metafórico-religioso de sus discursos, Murillo se ubica en la primera línea para suceder a Ortega en el poder si es que el mandatario no pudiera terminar su periodo de gobierno.
"Sin poder no pueden sobrevivir". Ortega debutó en el poder en 1981 como coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, que asumió luego de que la Revolución Sandinista derrotó a la dictadura que la familia Somoza mantenía con apoyo de Estados Unidos desde 1934.
En 1984 el país celebró las primeras elecciones en democracia en casi medio siglo y él se impuso de forma aplastante. A pesar de que los observadores internacionales declararon que los comicios fueron creíbles y justos, Estados Unidos siguió apoyando a los "Contras", grupos de insurgentes que intentaron acabar con el gobierno del FSLN.
Ello derivó en una aguda crisis económica para el país que, finalmente, golpeó la popularidad del izquierdista y lo llevó a perder el poder en las presidenciales de 1990.
Desde entonces, Ortega intentó retomar la presidencia por la vía de las urnas mientras -cuentan quienes los conocieron- Murillo lo animaba recitándole el coro de la canción "no se me raje, mi compa", de Carlos Mejía, creador de la banda sonora de la revolución sandinista: "No se me raje mi compa, no se me ponga chispón. Que la patria necesita su coraje y su valor".
En 1998, la hija de Murillo con una pareja previa, Zoilamérica Ortega, acusó al mandatario de haber abusado sexualmente de ella desde que tenía 11 años. La primera dama mostró su lealtad hacia Ortega al declarar que su hija era una "loca", "mentirosa" y "traicionera".
Ello le permitió al comandante transitar el escándalo sin mayores consecuencias y, en 2006, tras dos intentos seguidos, finalmente retomó el poder. Quienes conocen a la pareja, aseguran que en ese momento algo cambió en ella y empezó a dedicar sus horas a afianzar su poderío y acallar las críticas.
"Ellos se están jugando la vida, porque sin poder político no pueden sobrevivir", dijo, desde el exilio, Zoilamérica.
Con el paso de los años, Murillo fue acumulando cada vez más poder y desde 2017 es la vicepresidenta del país y vocera exclusiva del Gobierno, mientras Ortega disminuía sus apariciones públicas y su contacto con el pueblo entre rumores de una enfermedad crónica.
Murillo, quien no respondió a una solicitud de comentarios de Reuters, ha dejado su sello en el Gobierno con sus trajes coloridos, aretes llamativos, excesivas pulseras y anillos. Además, decora los actos oficiales con flores multicolores, entre los se sobresale el fucsia, símbolo de espiritualidad.
Ha estado a la cabeza de la reforma de calles, derribo de monumentos y siembra de sus simbólicos "árboles de la vida": enormes construcciones metálicas, de formas arbóreas y llamativos colores, que buscan transmitir "alegría" al pueblo.
"Ortega encontró en Murillo lo que a él le faltaba. Y Murillo encontró en Ortega el vehículo que necesitaba", escribió Medina en su libro.