Con la firma, Teherán no podrá construir la bomba atómica, se reconfigura la geopolítica regional y se pone fin a 35 años de aislamiento del régimen iraní.
El acuerdo, que se comenzará a implementar a fin de año y que obliga a Irán a no construir la bomba atómica, tiene varios significados claves.
El primero y más importante es que se pone fin a un programa nuclear iraní, que puso en vilo durante 35 años al mundo entero, pues se temía que el régimen chiita desarrollara la bomba, aunque ese gobierno siempre lo negó.
Con el acuerdo firmado, tras la larga negociación, Irán se compromete, entre otras cosas a permitir la presencia a largo plazo de la OIEA en Irán, que verificará los concentrados de minerales de uranio producidos por todas las instalaciones durante 25 años.
También detendrá los rotores y fuelles de las centrífugas durante 20 años.
Estas medidas harán que empiece una era nueva en Oriente Medio que pondrán fin a 35 años de enfrentamiento entre Washington y Teherán y ayudará a reconfigurar los equilibrios geopolíticos en una región sacudida por la violencia extremista.
El hecho de que Irán, la potencia chií de la región con gran influencia en Irak, Siria y Líbano (por la milicia Hezbolá), firme el acuerdo y cambie su imagen ayudaría a bajar la tensión por el avance del Estado Islámico. Ayudaría a dar un poco más de estabilidad al mejorar su relación con Occidente.
Israel, única potencia nuclear de la región, cree que el acuerdo es insuficiente para controlar las actividades nucleares de Irán.
El acuerdo permitirá también que el país, con las terceras reservas petroleras más grandes, influirá en el precio del petróleo y le permitirá a Irán modernizar sus instalaciones y reactivar una industria que estaba casi muerta.