“Nuestro futuro sigue en deuda” es la consigna de la primera marcha del año convocada por representantes estudiantiles de Chile.
Uno de los cánticos que se repiten en todas las manifestaciones de los estudiantes chilenos es: “La educación chilena no se vende, ¡se defiende!” y precisamente ese es el tema principal que hoy distancia al Gobierno de Michelle Bachelet de los estudiantes: el concepto de gratuidad en la educación. Porque en Chile estudiar es costoso, sobre todo si se quiere tener una formación profesional de calidad.
Según los estudiantes, el concepto de gratuidad se entiende de distinta forma en el proyecto que trabaja el Gobierno y lo que ellos demandan. Así lo explica Marta Matamala, presidenta del centro de estudiantes de la Universidad de Santiago y vocera de la Confederación de Estudiantes de Chile (CONFECH). “La gratuidad universal es una bandera de lucha que no transamos, porque es una demanda sentida por la mayoría de las familias chilenas que no pueden pagar por la educación de sus hijos, tampoco son negociables una serie de temáticas que creemos construyen la nueva educación, por ejemplo, si vamos a seguir con formas de financiamiento irrestricta a los estudiantes por ser pobres, sin preocuparnos de qué les están enseñando no estamos generando un verdadero cambio”, dijo en conversación con DW.
Aunque parece un avance que hoy en Chile se trabaje para mejorar el sistema educativo heredado por la dictadura militar, los estudiantes creen que el progreso va por otro camino. “El avance que existe es en la conciencia colectiva. Hoy a la gente se le instala la idea de educación como un derecho, pero no creo que las políticas públicas las podamos calificar de avance, porque cuando el Gobierno habla de gratuidad habla de becas mejor formuladas, pero de becas al fin y al cabo. Cuando nosotros hablamos de gratuidad, hablamos de que las personas tengan acceso masivo a la educación superior y que el dinero no sea condicionante para poder estudiar. En general, vemos avances en cómo la gente observa el fenómeno y cómo quiere participar dentro de él, pero en términos de políticas concretas, yo no creo que los estudiantes tengamos algo que celebrar”, agrega Matamala.
Largo camino de reformas y manifestaciones. Aunque los estudiantes chilenos se han manifestado desde siempre por mejoras en distintas áreas, fue el año 2006 cuando se inició un movimiento estudiantil de enorme fuerza. Fue una década llena de multitudinarias marchas, con hitos en el 2011, como cacerolazos en todo Santiago a favor de los estudiantes y con líderes que dieron que hablar en todo el mundo, los mismos que hoy ocupan un lugar en la Cámara de diputados, como es el caso de Camila Vallejo y Giorgio Jackson, que forman parte de la comisión de educación, donde se discute una de las reformas que pretende ser un emblema de la segunda administración de Bachelet.
Para Cristóbal Bellolio, cientista político chileno y miembro del doctorado Legal and Political Theory en University College London, “hay una especie de bifurcación entre lo que los estudiantes perciben como organización y lo que la población observa que está haciendo el Gobierno. El programa de educación con el cual ganó Michelle Bachelet en cierto sentido fue impuesto por el movimiento estudiantil que atormentó al presidente Piñera. Es decir, los estudiantes ganaron la batalla para que sus demandas fueran incorporadas en el ideario presidencial victorioso. Sin las movilizaciones del 2011 jamás el programa de Bachelet habría sido tan ambicioso en materia educacional”.
La serie de proyectos de ley que incluye la reforma se han analizado durante los años 2014 y 2015, con la aprobación de varias leyes que buscan el gran cambio educacional en todos los niveles. En este contexto, para muchos puede resultar difícil entender que los estudiantes protesten nuevamente. Lo cierto es que para los universitarios y alumnos secundarios, los cambios que se plantean en la reforma no apuntan a la transformación radical que buscan en la educación de su país.
“En el primer año de gobierno de Bachelet se hizo una reforma radical en educación escolar. Se eliminó el lucro, la selección en colegios y el esquema de financiamiento compartido. Al año siguiente se dio el primer paso en la gratuidad, no como le gustaría al movimiento estudiantil, pero fue un pequeño avance Por lo tanto, mucha gente se pregunta hoy por qué es tan necesario marchar si algunas de estas demandas parecen estar en proceso de ser cumplidas. Lo que veo es que los estudiantes quieren consagrar la educación universitaria como un derecho y no a través de becas, que es la imagen que quedó por la manera en que se generó el proyecto de gratuidad. Muchos pueden considerar que esta es una disputa semántica, pero creo que los estudiantes tienen razón en que hay una diferencia de fondo. Lo que no creo es que el Gobierno esté completamente desalineado con eso”, explica Bellolio.
Una apuesta de alto riesgo. Hoy es el segundo día de duelo nacional por la muerte del expresidente Patricio Aylwin, este factor le ha agregado un elemento polémico a la marcha de los estudiantes, que se negaron a postergar la manifestación argumentando que no hay razón legal que les impida salir a la calle. Sin embargo, Cristóbal Bellolio observa un gran riesgo en esta determinación. “Si el objetivo es llegar a la gratuidad universal, por supuesto que las movilizaciones son una estrategia legítima y funcional para mantener presión sobre el Gobierno. Pero hoy no es un buen día para marchar".
Y agrega, "creo que la CONFECH fue estratégicamente torpe porque el foco estará en esta especie de quiebre generacional entre dos Chiles: uno que está despidiendo respetuosamente a un expresidente importante en la recuperación de la democracia y otro Chile que nació en democracia y que eventualmente puede entregar imágenes de encapuchados causando destrozos. Los estudiantes arriesgan mucho hoy día, la marcha tiene que ser muy buena en términos de masividad y tranquilidad para que la gente no se quede con imágenes negativas que provoquen rechazo”.