El próximo martes la canciller alemana visitará a Donald Trump en Estados Unidos. Será el primer encuentro entre ambos desde que Trump asumiera la presidencia.
Cuando los líderes políticos alemanes y estadounidenses tienen un desacuerdo sobre algún tema crucial del debate público, normalmente suena así: "Bajo mi liderazgo, este país no va a emprender ninguna aventura”, declaró el canciller Gerhard Schröder durante un evento de campaña del partido socialdemócrata en 2002. Se refería, obviamente, a la potencial invasión de EEUU a Irak, cosa que finalmente sucedió en 2003. Se dice que el reproche público de Schröder no solo irritó a Bush, sino que también dañó su relación personal definitivamente.
"No estoy convencido", le dijo el ministro de Asuntos Exteriores alemán Joschka Fischer al secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, en la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero de 2003. Fue un mes antes de que comenzara la invasión estadounidense de Irak.
El rechazo público de Fischer a la guerra de Rumsfeld fue algo muy inusual en el contexto de la relación tradicionalmente cercanas y - al menos públicamente - armónicas entre los líderes de ambos países.
Libia, Cuba y Alemania. "Creo que Libia, Cuba y Alemania son los únicos que dijeron que no van a ayudar en ningún sentido”, dijo Rumsfeld, también sin pelos en la lengua, en febrero de 2003. La intención era enojar a Berlín, al ponerlo a la misma altura que las otras dos naciones, tradicionalmente hostiles a Washington.
A contramano de este trasfondo histórico, el número y la ferocidad de los ataques verbales durante la campaña presidencial en contra de la canciller Merkel verdaderamente no tienen precedente.
En una entrevista en octubre de 2015, Trump dijo en referencia a la decisión del Gobierno alemán recibir más de un millón de refugiados: "Pensaba que Merkel era una gran líder. Lo que ha hecho en Alemania es una locura”. Y predijo: "Va a haber disturbios en Alemania”.
Arruinando Alemania. Dos meses después de que la revista Time declarara a Merkel la persona del año, Trump usó Twitter para declarar que la revista eligió a la persona que está "arruinando Alemania”.
Pero luego, en septiembre de 2016, después de haber criticado a Merkel durante meses, Trump, de repente alabó, aunque con reservas, a la canciller alemana.
"Bueno, creo que Merkel es un gran líder mundial", dijo en una entrevista. "Pero yo estaba muy decepcionado con todo el asunto de la inmigración, creo que es un gran problema. Siempre estuve con Merkel, pero creo que cometió un error muy trágico hace un año y medio", agregó.
A diferencia de algunos miembros de su gabinete, Merkel se mantuvo tranquila y no contradijo directamente las críticas de Trump. Merkel prefirió esperar hasta después de su asunción para enviar un mensaje al nuevo presidente.
Sin gritos. En una declaración extraordinaria en la que lo felicitaba por su victoria, Merkel le ofreció a Trump una estrecha cooperación basada en una serie de valores compartidos, que se encargó de enumerar uno a uno: "Democracia, libertad, el respeto a la ley y la dignidad de los seres humanos independientemente de su origen, color de piel, religión, género, orientación sexual o posición política", dijo.
Y Merkel no se detuvo allí, también salió a confrotnar al veto migratorio de Trump que prohibía viajar a los ciudadanos de varias naciones predominantemente musulmanas. "La batalla necesaria y decisiva contra el terrorismo no justifica en modo alguno poner a determinados grupos sociales bajo sospecha, en este caso gente de creencia musulmana o de determinado origen", dijo en enero en Berlín.
Ambos líderes se reunirán en la Casa Blanca el próximo martes 14 de marzo de 2017. Teniendo en mente esta lucha retórica previa, parece justo describir la primera reunión de Trump-Merkel como potencialmente intensa. También deja claro por qué un experimentado analista de política exterior de Estados Unidos no bromeaba del todo al decir que consideraría ya como un éxito la reunión si Trump se comporta y el encuentro termina sin gritos.