Los dos apelan al nacionalismo, aunque Xi Jinping nos sorprendiera en el último Foro Económico Mundial con un discurso globalizador que poco tiene que ver con las políticas que aplica. Los dos son negociadores y pragmáticos y, dadas esas premisas, se pueden entender.
“Será una reunión difícil”. Ése fue el tuit de Donald Trump de cara al encuentro que tendrá hoy en Florida con el presidente chino Xi Jinping.
Y desde luego que lo será. Se trata de la relación bilateral más importante del mundo. Estamos hablando de las dos grandes potencias económicas y militares del planeta. Trump es el del “Make America Great Again”. Xi Jinping el de la “Great Rejuvenation of the Chinese People”.
Los dos apelan al nacionalismo, aunque Xi Jinping nos sorprendiera en el último Foro Económico Mundial con un discurso globalizador que poco tiene que ver con las políticas que aplica. Los dos son negociadores y pragmáticos y, dadas esas premisas, se pueden entender.
Si algo sabe Xi Jinping sobre Trump es que es un fanfarrón, pero no es dogmático. Igual que llegó arremetiendo contra la política de “Una China” y flirteó con Taiwán, no tuvo reparos pocos días después en dar marcha atrás y asegurar que honrará dicha política, aplacando las tensiones iniciales.
Eso delata que hay espacio para las concesiones, y que todo versará sobre la capacidad de cada uno para pactar.
Dos serán, en esencia, los temas que abordarán: el de las relaciones comerciales y el de la seguridad mundial. El comercial es el predilecto de Trump: si hoy ocupa la Casa Blanca es en gran medida porque desde la campaña electoral despotricó contra China (junto con México) por ejercer un comercio injusto y robarles empleo.
En ese asunto tratará de llevarse una victoria y hacer fanfarria: necesita quedar bien ante un electorado que parece un poco decepcionado tras la derrota del “Obamacare”.
Sin embargo, el asunto más sensible es el de la seguridad mundial, especialmente el de Corea del Norte así como el de las disputas territoriales en el Mar del Sur de China, un asunto que enfrenta al régimen de Pekín con sus vecinos: Filipinas, Vietnam, Malasia, Taiwán y Brunéi.
China no buscará confrontarse con Estados Unidos. Lo que necesita es estabilidad, mantener un statu quo a sabiendas de que, de seguir con la actual tendencia de crecimiento, llegará un punto en el que sobrepasará a Estados Unidos y se convertirán en la primera potencia económica.
Por tanto, posiblemente Xi Jinping busque cómo contentar a Trump por el lado comercial con tal de que no se entrometa mucho en la geopolítica asiática.
Comercio. Lo que más le arde a Trump, lo que más ha denunciado, es el gigantesco déficit comercial de Estado Unidos. En 2016 fue de US$347.000 millones. A su lado, los déficits con el resto de países quedan empequeñecidos. Con México, el otro blanco de sus ataques, el déficit fue de US$63.200M.
Trump ha prometido recortar ese masivo déficit. Lo malo es que, desde que llegó a la Casa Blanca, no ha existido una línea coherente y consistente sobre qué puntos y hasta dónde Estados Unidos debe trasladar sus quejas comerciales a China.
El caso más emblemático es el de la manipulación del renminbi. Pese a que el propio Trump ha estado atacando a China por mantener un yuan artificialmente barato para espolear las exportaciones chinas e impulsar a la economía, la realidad es que esa acusación cada vez es más difícil de sostener.
El gobierno chino ha ido liberando la divisa a las fuerzas del mercado y, si por ellas fuera, el yuan debería estar en niveles más deprimidos. Si no es así es porque su intervencionismo ha estado focalizado a estabilizar el yuan en niveles más robustos, destinado en buena parte a abortar nuevos episodios de extrema volatilidad como los que acontecieron en agosto de 2015 y en enero de 2016, cuando el yuan se devaluó.
Resultado de ese esfuerzo, China ha dilapidado nada más y nada menos que 1 billón de dólares de sus reservas internacionales desde mediados de 2014. Para que se hagan una idea, todas las reservas de Banxico son de 175.000 mdd.
Pero además ha habido algunos retoques. Por ejemplo, hace tiempo que Trump ya no dice lo de gravar las importaciones chinas con un arancel del 45%. No parece que ésa sea la manera óptima de recortar el saldo deficitario con China. Sí, en cambio, procurará buscar una relación más justa en el sentido de recurrir al principio de reciprocidad: mientras las empresas chinas tienen facilidades para comerciar e invertir en Estados Unidos, China sí impone restricciones y barreras a las actividades estadunidenses en China.
Además, hay otros asuntos espinosos como el de los subsidios que concede el gobierno de China a determinados sectores así como el de la propiedad intelectual.
Sin embargo, el pragmatismo chino sabrá cómo contentar a Trump. Basta con ver lo feliz que salió el presidente tras su encuentro con Jack Ma, el fundador del gigante de comercio electrónico Alibaba: el magnate chino le prometió incorporar un millón de pequeños negocios estadunidenses a su plataforma para vender productos en China.
Con ese plan estimó crear un millón de empleos en Estados Unidos si cada empresa que atraiga a la plataforma genera un puesto de trabajo.
Por tanto, y en la línea de Jack Ma, no sería extraño que Xi Jinping ofrezca a Trump aceptar mayores importaciones estadunidenses en China en algunas categorías comerciales, o le proponga promover inversiones de China en Estados Unidos que generen empleos en esos sectores que tanto le gustan a Trump como el automovilístico o el del carbón, un plan que no le costaría mucho al gobierno chino y que permitiera a Trump bombardear al electorado con una gran riqueza de tuits que le permitieran alardear de sus logros en inversión y empleo.
Corea del Norte. Pero el asunto más espinoso será el de Corea del Norte, por eso Trump irá acompañado de su secretario de Estado, Rex Tillerson. El mensaje de Estados Unidos es que el tiempo de tolerancia con el programa nuclear y de misiles balísticos de Pyongyang se ha acabado. Washington juzga que sus esfuerzos diplomáticos ya han dado todo lo que podían dar, y ahora le toca a China, principal aliado del gobierno norcoreano, poner mayor empeño: o coopera, o Estados Unidos responderá por su cuenta, sin descartar una acción militar.
¿Cómo China puede ejercer una mayor presión? Pues bien por la vía diplomática, dada su influencia sobre el gobierno norcoreano, o acogiéndose a las sanciones internacionales.
China, respetando las sanciones impuestas por la ONU, ha embargado las importaciones de carbón norcoreanos, principal fuente de ingreso de divisas para el país. Sin embargo, Estados Unidos ha acusado a China de permitir que compañías y bancos sigan operando, de manera ilícita, con Corea del Norte, lo que ha impedido que se bloquee el comercio y el sistema financiero del régimen de Kim Jong-un.
Sabiéndose el centro de las negociaciones, y en una provocación más, Corea del Norte lanzó ayer mismo un nuevo misil balístico de alcance intermedio a aguas del mar de Japón. Pero el asunto es aún más complicado. Para cubrirse de esa amenaza armamentística de Pyongyang, Corea del Sur está levantando junto con Estados Unidos un escudo antimisiles que si bien cuenta con la aprobación de Tokio, es rechazado por Pekín y Moscú hasta el punto de que el gobierno chino ya ha tomado alguna represalia contra el gobierno de Seúl.
China teme que los potentes radares del escudo antimisiles puedan recabar información militar sensible que pueda vulnerar su propia seguridad, por lo que en caso de proseguir con sus planes, “habrá consecuencias”.