No tengo cómo saber qué pasó en la reunión entre García y Obama en la Casa Blanca. Pero es posible que uno de los propósitos de EE.UU. fuera consolidar sus alianzas en A. Latina, en vísperas de una reunión hemisférica que podía ser turbulenta.
El presidente de Perú, Alan García, recibió en Washington, de Barak Obama, una entusiasta aprobación a su política económica, la que jamás consiguió de sus propios ciudadanos, a juzgar por las encuestas.
Además de los elogios mutuos, ambos presidentes conversaron sobre temas de interés común. Aspectos a tratar bastante conocidos, por lo que no quedaba claro que hubiese algo nuevo que decir en torno a ellos.
Tomemos como ejemplo la política contra el narcotráfico. Existe una clara tendencia declinante en la cooperación bilateral sobre ese tema. Parte de la explicación es que la producción de drogas del Perú se destina cada vez más al mercado europeo, y cada vez menos al mercado estadounidense. Pero ello no explica por qué también se están reduciendo los montos de ayuda destinados al Plan Colombia. Y no puede argumentarse que esa reducción se deba a los éxitos de su política antinarcóticos en el área andina: según Washington Office on Latin America (WOLA), en las dos últimas décadas la producción de hoja de coca en Bolivia, Colombia y Perú se ha mantenido relativamente estable (Vg., alrededor de 200.000 hectáreas).
La reducción de la ayuda podría deberse de un lado a problemas internos: dado un déficit fiscal de dos dígitos que alimenta una deuda pública que se aproxima al tamaño de su producto anual, el gobierno de los Estados Unidos necesita hacer recortes en sus programas de gasto. Pero podría haber también otra razón: aunque no haya tenido aún consecuencias para su política hacia la región, hay indicios de que el gobierno de los Estados Unidos está comenzando a reconsiderar su estrategia frente al narcotráfico.
Hillary Clinton admitió el fracaso de la “Guerra contra las Drogas”, mientras Gil Kerlikowske (el nuevo “Zar Antidrogas”) señaló que el nombre mismo era inadecuado, en tanto sugiere que el Estado estaría librando una guerra contra un sector de su propia población. Existen además propuestas para crear comisiones en ambas cámaras del Congreso para evaluar las bajas imprevistas que ha ocasionado esa infausta “Guerra”, librada en lo esencial en América Latina durante el último cuarto de siglo. El punto es, sin embargo, que todo ese proceso es un asunto de política nacional para los Estados Unidos, y ese país no consulta a terceros las decisiones sobre asuntos internos.
Lo mismo podría decirse de la política migratoria, otro de los temas en la agenda de García y Obama. Pero, pese a no ser formalmente parte de la agenda, había un tema coyuntural de interés común en el cual la colaboración del Perú podía ser útil para los Estados Unidos: la misma semana en la que Obama recibía a García, se llevaba a cabo en el Perú la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Para evaluar su relevancia, habría que poner el tema en perspectiva: después de un auspicioso debut en la cumbre presidencial de Trinidad y Tobago, la relación de la administración Obama con diversos países de América Latina sufrió un serio deterioro. El primer desencuentro se produjo en torno al acuerdo de seguridad entre Colombia y los Estados Unidos, que le permite a los militares de este último país operar desde siete bases de la fuerza aérea colombiana.
Luego se produjeron desavenencias, tanto en torno a la respuesta hemisférica que ameritaba el golpe de Estado en Honduras, como en torno a la legitimidad del proceso electoral en el que Porfirio Lobo fue elegido nuevo presidente de ese país.
Como si la agenda hemisférica no fuera fuente suficiente de complicaciones, ahora hay que sumar a estos hechos las diferencias surgidas entre los Estados Unidos y el Brasil en torno a la manera más adecuada de lidiar con el programa nuclear iraní.
En ese contexto, Perú, como país anfitrión de la Asamblea General de la OEA, introduce en la agenda temas por demás espinosos como el de las crecientes adquisiciones de armas por parte de algunos países de la región. Y sugiere además la conveniencia de que estos asuman el compromiso de reducir el monto de esas adquisiciones. Lo cual no sólo provoca suspicacias entre los potenciales aludidos (Vg., Brasil, Colombia, Chile y Venezuela), sino que además podría equivaler a mentar la soga en casa del ahorcado, teniendo en cuenta que en esa Asamblea estaría presente un Estado que representa por sí solo la mitad del comercio mundial de armas.
No tengo cómo saber qué pasó durante la reunión privada entre García y Obama en la Oficina Oval de la Casa Blanca. Pero bajo las circunstancias descritas, cabe dentro de lo posible que uno de los propósitos del gobierno de los Estados Unidos fuera consolidar sus alianzas en América Latina, en vísperas de una reunión hemisférica que podría sufrir turbulencias imprevistas.