Hasta ahora ha habido expresiones diplomáticas de solidaridad de mandatarios como el venezolano Nicolás Maduro, el boliviano Evo Morales y la chilena Michel Bachelet, cercanos al Partido de los Trabajadores (PT), a Rousseff y “sobre todo a Lula”, observa un especialista.
Mientras lucha en el Congreso contra un eventual juicio político con miras a su destitución, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, mantiene su tasa de aprobación en un escaso 10%, según reveló este miércoles un sondeo del Instituto Ibope, encargado por la Confederación Nacional de la Industria (CNI).
La oposición la acusa de incumplir leyes presupuestarias, incrementando el gasto en la carrera hacia su reelección en 2014. La Justicia investiga a políticos allegados −como el expresidente Luis Inácio Lula Da Silva−, por presuntas implicaciones en la trama de corrupción de la petrolera estatal Petrobras. Y, con la retirada del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), del vicepresidente Michel Temer, en cinco minutos y bajo gritos de “Brasil al frente, Temer Presidente”, Dilma perdió ya a su principal socio de coalición. Antes, la abandonaron dos socios menores: el Partido Republicano Brasileño (PRB) y el Partido Laborista Brasileño (PTB).
La presidenta necesita del apoyo de 171 miembros del Congreso o un tercio de la cámara baja para bloquear su “impeachment”. El Gobierno calcula que puede sumar 180 votos ofreciendo ministerios y altos cargos vacantes a otros aliados −el Partido Progresista (PP), el de la República (PR), y el Social Democrático (PSD)− que podrían, sin embargo, abandonar la variopinta coalición de izquierda, centro y derecha en los próximos días. ¿Cómo afecta este terremoto político brasileño a la región?
Reacción pragmática. “Hay un proceso del que se puede cuestionar su legitimidad, pero que está marchando legalmente hasta ahora”, opina el politólogo alemán Peter Birle, del Instituto Ibero-Americano de Berlín (IAI). No obstante, si llega a percibirse un proceder inconstitucional, “si el Gobierno actual logra imponer en la región su visión de que se trata de un golpe a la democracia, teóricamente una organización como UNASUR debería reaccionar”, prevé.
Hasta ahora ha habido expresiones diplomáticas de solidaridad de mandatarios como el venezolano Nicolás Maduro, el boliviano Evo Morales y la chilena Michel Bachelet, cercanos al Partido de los Trabajadores (PT), a Rousseff y “sobre todo a Lula”, observa, por su parte, el sociólogo brasileño Sérgio Costa, de la Universidad Libre de Berlín. Y es posible que –si Dilma cae− no surja “nada más que alguna que otra protesta”; como pasó con Fernando Lugo, “sacado del poder en Paraguay, en condiciones más anormales desde el punto de vista democrático”, recuerda Costa.
Claramente, el liderazgo brasileño en la región es mayor que el paraguayo y “eso puede generar reacciones más fuertes de los aliados del actual gobierno brasileño”, concede este profesor de Sociología Latinoamericana en la Universidad Libre de Berlín. Al mismo tiempo, “por una cuestión de pragmatismo, todos los países y alianzas regionales buscarán recrear rápidamente una situación de normalidad para seguir haciendo negocios y estableciendo alianzas políticas con Brasil”, advierte.
Por otro lado, “el Gobierno de Dilma Rousseff ha mostrado mucho menos iniciativa en la región que la que mostró el de Lula durante muchos años. El papel de Brasil en organizaciones como UNASUR o CELAC, y el interés de Dilma por la política exterior han sido limitados”, señala Birle. Así que un nuevo Gobierno no tendría que implicar cambios bruscos en la política exterior de Brasil, que ha sido por mucho tiempo “una política de Estado”; aún menos si se trata de “un Gobierno provisional de Temer, sin nuevas elecciones”, insiste el politólogo y latinoamericanista alemán. Aunque, a la larga, programas polémicos específicos, como el de contratación de médicos cubanos Más Médicos, pudieran verse afectados, supone Costa.
Duro golpe para la izquierda democrática. En el plano ideológico, el caso brasileño, más que confirmar la crisis de la izquierda regional, da cuenta de la amplia necesidad de reforma de un sistema “estructuralmente basado en una alianza corrupta entre los políticos de todos los partidos –ahora también incluido el PT− y los agentes económicos”, insiste este sociológo brasileño radicado en Berlín.
Aunque, ciertamente, la izquierda doméstica y continental deberá reconocer que también en Brasil se agotó ese camino de reducción de la pobreza que adoptó políticas neoliberales, reconoce Costa, en vez de cambiar un modelo de desarrollo sin sustentabilidad económica (basado en la exportación de materias primas) o un patrón de distribución que refuerza la desigualdad (sin impuestos progresivos, por ejemplo).
Como sea, “para la izquierda democrática en América Latina es una gran decepción que uno de sus símbolos más grandes de las últimas décadas –Lula da Silva− esté al borde de la caída y que toda su herencia se ponga en duda con este caos político, con lo que está pasando”, evalúa Birle. Aunque, acota y deja en el aire el principio jurídico penal de presunción de inocencia, “es aún difícil saber lo que está pasando en Brasil pues, hasta ahora, las acusaciones de corrupción en contra de Lula y de la presidenta Rousseff son acusaciones, no pruebas.”