Por primera vez en once años, el jefe del Gobierno nicaragüense ha escuchado a compatriotas pidiendo a gritos su dimisión. También su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, parece perder la popularidad de que gozaba.
Este domingo, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, se dirigió a sus compatriotas para anunciar la derogación de las controvertidas reformas de la seguridad social que desataron protestas multitudinarias a partir del pasado 18 de abril, pero también para subrayar que actuaría "con la firmeza correspondiente" con miras a restablecer el orden, enfatizando que "la inmensa mayoría" de los nicaragüenses condenaba los disturbios en los que murieron veintisiete personas y resultaron heridas más de cien.
Sebastian Huhn, del Centro Internacional para la Investigación de la Violencia, adscrito a la Universidad de Bielefeld, está entre los analistas que describen las revueltas en cuestión como un punto de inflexión en la historia política reciente de Nicaragua. Sabine Kurtenbach, del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA), coincide con Huhn al describirlas como síntoma de otros problemas graves, como la caída de la importación del petróleo venezolano que garantizaba el funcionamiento del Estado centroamericano.
O como lo explicó hace poco Zoilamérica Narváez, hijastra del mandatario, desde su autoexilio en Costa Rica: "Hace rato que la economía nicaragüense dejó de ser la de los números reales (…) La cooperación venezolana venía siendo la caja chica para sostener todas las acciones populistas, todo el financiamiento social que maquillaba al de Daniel Ortega como un 'Gobierno de los pobres'". Esto condujo al incremento de las cotizaciones tributarias de los trabajadores y ese aumento empañó la popularidad del Ejecutivo de Ortega.
Por primera vez en once años, Ortega escuchó a gente pidiendo a gritos su renuncia y la de su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo. La ruptura del diálogo entre el mandatario y el empresariado local es una secuela de la inesperada brutalidad con que policías antimotines y grupos de choque oficialistas arremetieron contra sus compatriotas en diez ciudades. La alianza del exguerrillero con los grupos económicos más robustos de su país, otrora adversarios, es uno de los factores que posibilitaron su prolongada estancia en el poder.
El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) derrocó al dictador Anastasio Somoza en 1979. Desde entonces y hasta 1990 se estableció en Nicaragua un Gobierno revolucionario; José Daniel Ortega Saavedra (La Libertad, 1945) fue coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional entre 1981 y 1985. En 2006, luego de dieciséis años en la oposición, los sandinistas volvieron a ganar en las urnas con Ortega como caballo de batalla. Desde entonces, el líder izquierdista ha sido reelegido en dos ocasiones, en 2011 y en 2016.
La docente y escritora Rosario Murillo Zambrana (Managua, 1951) ya se oponía a la tiranía de Somoza y era secretaria del célebre Pedro Joaquín Chamorro, director del diario La Prensa, cuando conoció a Ortega en 1977. "La compañera Rosario" fue ganando poder desde que el líder sandinista volvió al Gobierno en 2007. Desde entonces, como coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, dirige las reuniones del Gabinete, coordina planes de emergencia, organiza los actos públicos y es la única vocera del Ejecutivo.
¿Asegurando la sucesión? Conocedores del acontecer nicaragüense atribuyen el lanzamiento de su candidatura a la vicepresidencia como un intento de "asegurar la sucesión" en caso de que Ortega, aquejado desde hace años por una enfermedad nunca revelada, no llegue al fin de su mandato. El hecho de que el matrimonio ocupe los cargos más altos de la jerarquía gubernamental es tan controvertido como la eliminación del artículo constitucional que le impedía a Ortega optar por una segunda reelección. Aparte de los siete hijos de la pareja, Murillo tiene dos más.
Uno de ellos es Zoilamérica Narváez, quien demandó a Daniel Ortega en 1998 bajo el cargo de haber abusado sexualmente de ella en varias ocasiones desde que era una niña. Protegido por su inmunidad parlamentaria, el juicio en su contra no prosperó. En círculos políticos se asegura que el enorme poder de la primera dama es justamente fruto del apoyo absoluto que le dio a su esposo en medio del escándalo; Murillo se enfrentó públicamente a su hija.
"Los dos siempre trabajaron bien en equipo. Y desde el ascenso de Ortega a la presidencia de Nicaragua, ella siempre concentró cuotas de poder institucional en sus manos, incluso a escala comunal. Eso fue posible porque la pareja es muy popular; muchos los odian, pero una gran parte de la población los aprecia con un fervor llamativo. Pese a las irregularidades registradas en los procesos electorales, las encuestas revelaban que había una enorme cantidad de personas dispuestas a votar por Ortega y por Murillo", recuerda Huhn.
Democracia y popularidad. "Creo que esa popularidad se debe a que, como en otros países latinoamericanos, el ideal de la democracia no es tan importante para las masas como la presencia de una persona fuerte y aparentemente bienintencionada frente al timón. A eso hay que sumar que ellos salpican el discurso oficial con elementos religiosos o esotéricos que no tienen nada que ver con el discurso revolucionario sandinista; eso les permite establecer contacto más rápidamente con las numerosas comunidades pentecostales de Nicaragua", agrega el experto de Bielefeld.
"Los Ortega-Murillo se han dedicado desde hace años a acumular cuotas de poder. Desde que ganó las elecciones de 2006, Ortega le ha sacado todo el provecho posible al sistema político, que es de corte presidencialista. Y su esposa hizo lo mismo incluso antes de ser más que la primera dama. ¿Que si son populares? Por supuesto que lo son: ellos se esmeraron en seducir a cierta clientela con sus palabras y con beneficios concretos. Hasta los Gobiernos populistas tienen que mostrar resultados tangibles para sobrevivir", dice Kurtenbach.