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Una solución radical para la guerra en Afganistán
Mié, 29/12/2010 - 09:25

Iván Eland

La segunda llegada de Petraeus
Iván Eland

Iván Eland es Director del Centro Para la Paz y la Libertad en The Independent Institute en Oakland, California, y autor de los libros Recarving Rushmore: Ranking the Presidents on Peace, Prosperity, and Liberty, The Empire Has No Clothes, y Putting “Defense” Back into U.S. Defense Policy.

Si las acciones dicen más que las palabras, esta semana las fuerzas armadas de los EE.UU. parecen confirmar las conclusiones pesimistas de las Estimaciones de Inteligencia Nacional (NIE por su sigla en inglés) sobre la guerra en Afganistán y Pakistán, a las que habían desdeñado la semana anterior. 

La evaluación militar hizo hincapié en un cuadro optimista de los progresos en las provincias de Helmand y Kandahar, en Afganistán, mientras que las NIE, producto de las 16 agencias de inteligencia de los EE.UU., reconocieron algunos avances en esas dos provincias pero se centraron en el serio obstáculo que implica la falta de voluntad de Pakistán para cerrar los santuarios de los guerrilleros a través de la frontera.

La semana pasada, los comandantes militares intentaron de desacreditar las NIE afirmando que se trataba de un esfuerzo vetusto realizado por divisiones de inteligencia de escritorio que habían pasado sólo un periodo limitado, en el mejor de los casos, en Afganistán. Esta semana, sin embargo, los altos mandos militares estadounidenses en Afganistán -aparentemente reconociendo la validez del punto principal de los jinetes de escritorio- están abogando por una riesgosa expansión de las incursiones por tierra de las fuerzas de Operaciones Especiales en toda la frontera entre Afganistán y Pakistán para atacar esos santuarios del Talibán, lo cual refleja también una creciente frustración por la falta de esfuerzo de parte de Pakistán allí.

Además, mientras los militares enfatizaban los logros en las provincias sureñas de Helmand y Kandahar, restaban importancia a la propagación de la insurgencia y la inestabilidad en el norte de Afganistán. La guerra de guerrillas a menudo se asemeja al juego de “golpear al topo”-cuando fuerzas de contrainsurgencia superiores atacan en una zona, los rebeldes súbitamente aparecen en otro lugar-.

 El mismo problema tuvo lugar en 1983, cuando el gobierno salvadoreño luchaba contra los rebeldes comunistas. Cuando las fuerzas de contrainsurgencia del gobierno pacificaban una parte del país, la guerrilla simplemente huía hacia otra. Las guerrillas suelen tomar el camino de la menor resistencia. Y debido a que sus ataques de golpear y huir pueden hacerse de manera más barata y eficiente que los de los contrainsurgentes, por lo general el tiempo está de su lado; pueden sencillamente esperar a que el gobierno o las fuerzas de ocupación extranjeras queden exhaustas o se rindan.

Finalmente, reflejando la propagación de la insurgencia a otras partes de Afganistán, el normalmente reacio a la publicidad Comité Internacional de la Cruz Roja celebró una poco frecuente conferencia de prensa, en el momento de la evaluación color de rosa de los militares estadounidenses, al parecer también para desacreditarla. La Cruz Roja afirmó que de conformidad con todas sus rigurosas mediciones, la situación de la seguridad en Afganistán se ha deteriorado hasta alcanzar su peor estado desde el derrocamiento del Talibán a finales de 2001.

El aumento de los ataques de los EE.UU. con aviones sin tripulación y la intensificación de las incursiones transfronterizas por tierra en Pakistán, sin embargo, no harán sino perturbar a un país que cuenta con armas nucleares y que era mucho más estable antes de la invasión original de los EE.UU. en Afganistán. Tales acciones estadounidenses es probable que sólo alimenten los ya rampantes sentimientos anti-estadounidenses y radicalicen aún más a los islamistas.

En 2011, probablemente tenga inicio la prometida retirada de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, simultáneamente con una ampliación de las incursiones por tierra de la Fuerzas de Operaciones Especiales de los EE.UU. en Pakistán, y cada vez más ataques de aviones no tripulados en el espacio aéreo de ese país. Esta situación recuerda a la retirada de las tropas de los EE.UU. de Vietnam al mismo tiempo que se producía una escalada secreta por parte de los Estados Unidos de la guerra en Camboya para golpear similares santuarios guerrilleros.

¿Hay una mejor manera de poner fin a esta guerra que una escalada y desescalada simultáneas al estilo de lo hecho en Vietnam? Sí.

Primero, la gente, los gobiernos, y las insurgencias responden todos a los incentivos, así que analicemos los objetivos de las distintas partes en conflicto.

La India quiere influir en Afganistán para hacer que su archirrival -Pakistán- quede en el medio de ella y un Afganistán dominado por la India.

Pakistán, para evitar ser la carne en el sándwich, desea un gobierno amigo de Pakistán en Afganistán. Para conseguirlo, apoya a los talibanes afganos pese a que el enemigo del Talibán -los Estados Unidos- le proporcionan carradas de miles de millones de dólares al año en concepto de ayuda.

El presidente Hamid Karzai y el gobierno afgano no confían en Pakistán y preferirían que los talibanes fuesen derrotados, pero parecen estar tratando de llegar a un acuerdo con el Talibán por temor a que los EE.UU. se retiren de Afganistán.

Los talibanes afganos desean tomar el poder en Afganistán o al menos ser parte de un gobierno de poder compartido. También quieren que los invasores extranjeros sean expulsados de Afganistán.

Al-Qaeda central desea atacar a los Estados Unidos y sus aliados debido a su interferencia en, y ocupación de, tierras musulmanas.

El único objetivo de los Estados Unidos debería ser que Afganistán y Pakistán no proporcionen un santuario para Qaeda.

El problema es que el objetivo de los EE.UU. en Afganistán -aunque el presidente Obama lo ha reducido desde la institución de la democracia para meramente estabilizar al país de George W. Bush-sigue siendo demasiado ambicioso. Los Estados Unidos precisan dividir los intereses de los grupos radicales, no movilizarlos para que se conviertan en aliados.

En particular, los Estados Unidos deberían tratar de separar a los talibanes afganos y sus partidarios en el gobierno paquistaní de al-Qaeda. Para ello, en lugar de atacar a Pakistán -y de ese modo dándole bríos a todos los grupos militantes y alienando al gobierno paquistaní, que tiene que lidiar con el consiguiente anti-americanismo- los EE.UU. deberían arribar a un acuerdo con los talibanes afganos y los pakistaníes. Esta táctica se asemejaría a la compra de la oposición que dio resultados para reducir la violencia en Irak. De no llegarse a un acuerdo, los paquistaníes y los talibanes afganos naturalmente seguirán persiguiendo su interés común de tener un gobierno afgano influenciado por el Talibán, y los pakistaníes se opondrán a entregar a Osama bin Laden y la conducción de al-Qaeda -guardándolos como la ultima prenda de negociación mano a mano con los Estados Unidos.

Pero, ¿qué ocurriría si los EE.UU. diesen a los talibanes y Pakistán lo que desean, ya sea el control parcial o total sobre el gobierno afgano? Además, los EE.UU. se comprometerían a una rápida retirada de Afganistán. A cambio, los paquistaníes deberían entregar a la conducción de al-Qaeda, y Afganistán y Pakistán no darían más cobijo a alguien del grupo.

Los EE.UU. podrían también intentar este acuerdo mientras todavía tienen alguna influencia. En definitiva, los EE.UU. tendrán que retirarse de Afganistán y permitir así que los talibanes tengan algún papel en el gobierno afgano, pero más adelante probablemente no obtendrán ninguna concesión a cambio.

El cierre de un acuerdo luce ahora como un enfoque radical, pero en el largo plazo, los EE.UU. es probable que tengan una mano perdedora en Afganistán y precisan lograr el mejor acuerdo posible mientras todavía posean algún poder de negociación.

*Esta columna fue publicada originalmente en The Independent Institute.

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