Las esperanzas de que la capital engendrara un nuevo Brasil quedaron mayormente en el camino y hoy tiene problemas como sobrepoblación, desigualdad, violencia y corrupción.
Brasilia. El sueño era grande. En sólo unos años, Brasil construiría una moderna capital en el medio de la sabana, un experimento que buscaba trasladar la cúpula del poder al centro del vasto país.
Brasilia cumplió 50 años este miércoles y en la osada arquitectura de Oscar Niemeyer perduran vestigios de ese sueño: edificios de departamentos uniformes y una ciudad en forma de avión que según la leyenda estaba pensada para indicar el despegue de un gigante sudamericano.
Aunque su entorno estéril no es para cualquiera, algunos se sienten atraídos a esta ciudad por sus calles relativamente libres de tráfico, sus grandes espacios abiertos y los niveles de seguridad en relación a otras grandes urbes brasileñas, como Río de Janeiro y la capital comercial, Sao Paulo.
La economía de Brasilia ha crecido con dinamismo en los últimos años, impulsando a una nueva clase de ricos.
Pero las esperanzas de que la moderna capital engendrara un nuevo Brasil quedaron mayormente en el camino, puesto que el desarrollo vino acompañado de las plagas de otras ciudades brasileñas y latinoamericanas: la sobrepoblación, la desigualdad, la violencia y la corrupción.
"El desarrollo fue muy desigual. El plan para Brasilia no previó tal crecimiento demográfico descontrolado", dijo el camarero Raimundo Nonato de 35 años, quien vive en Arapoanga, uno de los muchos barrios pobres de las afueras de Brasilia.
Un boom inmobiliario dejó a muchos residentes más pobres fuera de las zonas centrales y fomentó la expansión de ciudades satelitales, habitadas por muchos de los que trabajan para los adinerados funcionarios públicos de la capital.
La ciudad, hogar de unas 2,5 millones de personas, fue calificada como una de las más desiguales del mundo por la agencia de vivienda de Naciones Unidas.
Niemeyer, un famoso arquitecto, dijo sentirse decepcionado por las enormes brechas en el ingreso que ahora marcan la capital, hogar de su altísima catedral y un edificio del Congreso de doble cúpula.
Arapoanga, a un mundo de distancia de las casas fortificadas de políticos y funcionarios públicos, sufre por la violencia, una precaria infraestructura y la falta de servicios sanitarios. El barro de los caminos de tierra arruina las calles asfaltadas durante la temporada de lluvias y los canales pensados para cloacas están atascados con basura.
Los planes de pavimentar más calles y construir un sistema de desagües fueron puestos en suspenso este año, después de que el gobernador del estado fuese encarcelado por cargos de corrupción, en la última en una larga lista de escándalos de sobornos que Brasilia ha visto con el transcurso de los años.
"Sólo Dios sabe cuándo tendremos cloacas", dijo Terezinha de Jesus Santos, de 54 años.
Sueños pioneros. Los problemas modernos de Brasilia no minimizan la audaz hazaña política y arquitectónica de construir una ciudad capital en menos de cuatro años, un tema que ha sido el centro de las celebraciones esta semana.
El ex presidente Juscelino Kubitschek, al frente de un período de marcado crecimiento, desarrollo industrial y confianza nacional en Brasil, logró su objetivo de mudar el centro de poder desde la elite tradicional en Río de Janeiro.
Un ejército de trabajadores y miles de camiones trabajaron a un ritmo vertiginoso, extrayendo millones toneladas de tierra roja para que la ciudad surgiera en medio de la llanura del centro de Brasil.
"Él era un imán de optimismo y un generador de confianza en uno mismo", dijo el funcionario público Luiz Carlos Botelho Ferreira, cuyo padre fue transferido a Brasilia a trabajar en Novacap, la compañía creada para construir la ciudad.
Carreteras como la que se construyó desde Brasilia hasta la ciudad de Belem, en la desembocadura del río Amazonas, conectaron el resto del país con lo que en ese momento eran poco más que tierras de labranza.
Los trabajadores pobres en busca de dinero y una mejor vida, conocidos como "candangos", hallaron brevemente una nueva tierra de oportunidades.
Pero las esperanzas de que la construcción de Brasilia deviniera en una fuente de desarrollo para el centro del país sólo fueron satisfechas parcialmente.
El PIB del distrito federal saltó 25% en los cinco años hasta 2007, pero sólo representó 3,8% de la economía ese año, a diferencia de 11,2% del estado Río y 33,9% de Sao Paulo, según datos del Gobierno. La región alrededor de Brasilia constituyó 8,9% del PIB en 2007.
"No tengo dudas de que Brasilia realmente es un enclave en el centro oeste con poco efecto multiplicador para la región", dijo Carlos Alberto Ramos, un profesor de economía de la Universidad de Brasilia.
"Estamos hablando de una economía con altos ingresos, de los más altos del país. De modo que genera mucha demanda de productos sofisticados (del sur)", agregó Ramos.
La construcción de la ciudad habría costado miles de millones de dólares, si bien los funcionarios del archivo público de Brasilia dicen que no se sabe el costo y que es imposible de calcularlo.
Los críticos dicen que Brasilia fue un sueño faraónico que perjudicó las arcas del Estado y debilitó a Río, que ha luchado por reinventarse desde que fue despojado de su estatus de capital.
De un modo u otro, Brasilia es una evidencia el poder de la voluntad política. De la sabana surgió una ciudad que ahora está empezando a producir su propia cultura y es hogar de algunas de las más famosas bandas de rock brasileño.
Si los políticos adoptaran hoy esa misma voluntad para solucionar los problemas sociales de Brasil, algunos dicen que el país cumpliría con los objetivos trazados al momento de diseñar Brasilia.
"Brasilia no tiene un futuro propio. Brasilia sólo mejorará si Brasil mejora", dijo a Reuters el senador y ex gobernador de distrito federal Cristovam Buarque.