Aunque simboliza el amor de Brasil a la samba y la sensualidad, el Carnaval también deja ciudades atestadas de turistas y calles apestando a orina.
Río de Janeiro. El comienzo del Carnaval envía a muchos brasileños a luchar para comprar entradas para los desfiles legendarios o trajes para las excitantes fiestas en la calle, pero millones de otros quieren escapar de la juerga de bacanales.
Tanto como la mitas de la población de algunos sectores planea alejarse de las celebraciones de una semana que comenzaron este viernes y cerrarán la mayor parte de la primera economía de América Latina por buena parte de la semana.
"Sinceramente detesto el Carnaval, en su totalidad", dijo Vanessa Pedral, una diseñadora de páginas web de 30 años que adquirió una suscripción de televisión por cable para escapar de la total cobertura en los medios de acceso libre.
"En mi humilde opinión, Brasil tiene mucho más que mostrar que una tonelada de traseros sacudiéndose en las calles. Amo Brasil, pero no amo el Carnaval", agregó.
Aunque simboliza el amor de Brasil a la samba y la sensualidad, el Carnaval también deja ciudades atestadas de turistas y calles apestando a orina.
Los que cuentan con medios económicos conducen a ciudades de la montaña o a playas aisladas, toman retiros espirituales o religiosos. Otros simplemente se esconden en sus casas y se tapan los oídos.
Los residentes de Río de Janeiro, centro de las más famosas celebraciones del Carnaval, dicen que su aspecto más simbólico, desfiles de miles de personas marchando con elaborados trajes o bailando en carrozas adornadas, se ha convertido en un paraíso de elite para turistas extranjeros y celebridades.
Con entradas que pueden costar cientos de dólares y enormes avisos publicitarios de gigantes corporativos como el banco Bradesco y la gigante cervecera Brahma, muchos sienten nostalgia de una época en que el Carnaval era más inocente.
"Solía ser más feliz, no era tan impulsado por los medios, la gente común podía participar", dijo Vera Goncalves, una abogada de 48 años. "Ahora ya no es una celebración, sino más bien una ostentación para turistas".
Olor a orina. En respuesta a la comercialización de los desfiles, los Cariocas, como se conoce a los residentes de Río, han desarrollado en los últimos diez años fiestas callejeras alternativas conocidas como "blocos" en que juerguistas disfrazados marchan por las calles detrás de un camión con música a todo volumen.
Pero estos también han comenzado a perder su encanto como resultado de su creciente popularidad.
"Estuve viviendo fuera de Río y cuando regresé hace unos años el Carnaval parecía diferente. Ríos de personas, las calles insoportables, y el olor a orina por todos lados", dijo Claudia Siqueira, de 40 años, gerente de una compañía de finanzas, quien decidió pasar el carnaval de este año en Chile.
Un 57% de los brasileños encuestados por la firma de opinión pública Sensus en un encuesta en 2004 respondieron que no les gustaba el Carnaval, contra 41% que dijeron que les gustaba.
La desaprobación podría estar al alza debido en parte a la creciente influencia de los cristianos evangélicos en un Brasil predominantemente católico romano. Los primeros tienden a ver las pecaminosas fiestas con horror.
El rechazo al Carnaval se resalta por la creación de una página de Facebook en portugués titulada "Odio el Carnaval!!!".
"Recolección de comida, cerrar las casas, comprar todos los libros que se pueda para sobrevivir a este horrible periodo. Es la única manera!", escribió Marthina Wiegerinck en la página del sitio de internet.
Pero otros encuentran difícil tener empatía con los escépticos.
"Están totalmente locos. Me he pasado todo el año esperando al Carnaval", dijo Marcos Dunlop, de 30 años, vestido como San Judas con larga túnica y sandalias en el bloco "Carmelitas" en el distrito de Santa Teresa en Río.
"Rompí con mi novia, así realmente podré disfrutarlo. Volvemos juntos el miércoles, ese fue nuestro acuerdo", agregó.