El término de “ciencia ciudadana”, o “ciencia de crowdsourcing” se está poniendo de moda: cada vez los científicos profesionales dependen más de la participación de la sociedad en su trabajo.
A Michael Münch le encantan los insectos. El experto en tecnologías de la información de 43 años no tiene un diploma en Entomología ni ha revisado artículo alguno en las grandes publicaciones sobre Insectología, pero sí tiene una enorme colección de libros sobre el tema, y grandes deseos de ayudar a la comunidad científica a recolectar información esencial sobre ellos. Nativo de Chemnitz, Alemania, Münch pasó de documentar datos sobre plantas en los años 90 a meterse de lleno en el mundo de los insectos. No le costó mucho relacionarse con los entomólogos locales que compartían su pasión. Muy pronto, sus conocimientos se estaban utilizando para diseñar un portal de internet sobre insectos en Sajonia.
Y así, Münch se unió al creciente movimiento de la ciencia ciudadana, o “Citizen Science”.
Unidos por su deseo de participar en la creación de una cultura científica, los ciudadanos científicos son principiantes, voluntarios y otras personas corrientes que colaboran con expertos y organizaciones para ayudar a almacenar información vital para la investigación científica. Desde astronomía hasta zoología, prácticamente todos los campos del universo científico tienen ya un proyecto de ciencia ciudadana propio.
Algunos lo llaman ciencia de “crowdsoucing”. Imagínese hacer una excursión a su patio trasero para catalogar las especies de caracoles que lo frecuentan para contribuir a una investigación sobre evolución. O aprovechar una sesión de buceo para documentar la diversidad de especies que ve a su alrededor. O seguir la actividad de los ruiseñores sin salir del portal de su casa, posteándola en Facebook. Y eso es solo la punta del iceberg. No se necesitan títulos, doctorados ni credenciales de la Academia de la Ciencia.
Los ciudadanos científicos originales. A pesar de lo exótico y moderno del término “crowdsourcing”, lo cierto es que este movimiento no comenzó con la era de internet: la ciencia ciudadana es, simplemente, un nombre nuevo para una práctica que viene de muchos años atrás.
“Si observamos la larga historia de la ciencia y la tecnología, el concepto del científico profesional es en realidad bastante nuevo”, dice el doctor Christopher Kyba, del Instituto de Leibniz de Ecología de Agua Dulce y Pesca Interior. “Los ciudadanos fueron los primeros científicos. Los panaderos eran científicos, e igual que los granjeros. Para aprender a hacer pan o elaborar cerveza había un proceso de ensayo y error que se desarrolló con el tiempo”, añade el experto.
Según Lars Lachmann, experto en conservación especies de la organización alemana de protección de los animales NABU, los datos recopilados por la comunidad ya constituían la base de los estudios ornitológicos de campo mucho antes de que el concepto de ciencia ciudadana se pusiera de moda: “Los primeros científicos de aves eran sacerdotes y médicos. Hay mucho conocimiento más allá de las universidades, y la ciencia ciudadana aprovecha el tiempo y las nociones de la gente que no forma parte de la academia. Sin estas personas no tendríamos acceso a una enorme cantidad de recursos”.
NABU tiene uno de los dos proyectos de ciencia ciudadana más grandes de Alemania, y permite a sus miembros participar activamente en sus eventos anuales de observación de aves “Stunde der Wintervögel” (“Hora de las aves de invierno”) y “Stunde der Gartenvögel” (“Hora de las aves de jardín”). Con cientos de miles de participantes y millones de avistamientos de aves, NABU ha convertido a gente corriente en fiables fuentes de información científica. Y teniendo en cuenta la cantidad de datos necesaria para avanzar en ciencia, Lachmann mantiene que la academia se quedaría en nada sin su ejército de colaboradores de a pie.
Orígenes previos a la era de internet. Charles Darwin, sin duda, estaría de acuerdo. Solo en el período de un año, el descubridor de la selección natural envió más de 1.500 cartas a naturalistas y gente corriente para que lo ayudaran a recopilar pruebas de su teoría de la evolución. Sí, lo ha leído bien: 1.500 envíos de correo ordinario. En un año. Sin Google, ni Twitter, ni Facebook para acelerar el proceso. Darwin se adelantó al “crowdsourcing” antes de que esta palabra estuviera en boca de todos.
¿Pero puede esta ciencia ciudadana reportar resultados verdaderamente científicos? Según el doctor Matthias Nuss, del Museo Senckenberg de Zoología de Dresde, la respuesta es “sí”. Nuss afirma que los ciudadanos científicos facilitan la mano de obra para compilar la cantidad de datos necesaria con la que los profesionales pueden llevar a cabo su labor.
Por ejemplo: con más de 34.000 especies de insectos solo en Alemania, sería imposible para entomólogos profesionales catalogar toda la información esencial sobre todas ellas. Aquí es donde los apasionados, aunque no sean profesionales, juegan un papel decisivo. El programa “Insekte Sachsen” (“Insectos de Sajonia”), financiado por NABU, se lanzó en 2010 y anima a principiantes a enviar fotos de insectos regionales que después se verifican por expertos para la identificación de sus especies. El programa llegó recientemente a las 2.000 especies fotografiadas en su catálogo, un logro conseguido gracias a sus miles de comprometidos voluntarios.
Pero el concepto de conservación de biodiversidad basada en la comunidad no es un fenómeno limitado a Alemania. En Reino Unido, ciudadanos científicos ayudan en la batalla contra el cáncer, mientras que otros miembros de la comunidad colaboran con la documentación de los leones en el Serengueti, y lepidópteros principiantes cuentan mariposas a través de América del Norte.
Y Brasil, uno de los países más diversos del mundo, no es una excepción. En colaboración con el gobierno alemán, el parque nacional brasileño Serra de Bodoquena ha comenzado un nuevo programa de monitoreo de biodiversidad que promueve la colaboración de los ciudadanos con los científicos para recopilar detalles esenciales sobre la flora y fauna locales. Teniendo en cuenta que Brasil alberga nada menos que 70% de las especies animales y vegetales documentadas en el mundo, los ciudadanos científicos pasan de ser meros participantes a ser auténticos agentes en la lucha contra la desaparición de especies.
El poder de la ciencia abierta. El doctor Kyba, del Instituto de Leibniz, dice que depender de científicos de la comunidad puede ser especialmente esencial, dado que una persona media sería un mejor candidato para llevar a cabo una tarea que un ordenador. Por ejemplo, a la hora de reconocer patrones, o cuando se requiere observación en varios lugares, posiblemente al mismo tiempo.
Kyba tiene mucha fe en el poder de la ciencia abierta, o la iniciativa de hacer las investigaciones y la información accesibles a todos los niveles de la sociedad. Y cuando el poder de la tecnología se une a todo esto, el alcance de las iniciativas comunitarias de conservación llega a su máxima eficiencia: su aplicación “Loss of the Night” (“Pérdida de la Noche”), un proyecto científico para ciudadanos diseminado por todo el mundo que vigila la contaminación lumínica, permite a los usuarios almacenar información sobre la visibilidad de las estrellas al subirla a una base de datos para científicos, quienes más tarde usan los datos para hacer correlaciones entre salud, entorno y sociedad en general.
Kyba cree que internet y los smartphones tienen un gran impacto en el movimiento. Por ejemplo, el experto señala el GPS y su uso de localización automática en espacio y tiempo como un avance definitivo que ha fomentado la expansión de proyectos de ciencia ciudadana que, de no disponer de tal tecnología, nunca habrían existido. Los líderes del movimiento de ciencia ciudadana sostienen que las tecnologías emergentes como aplicaciones para móviles y colección de datos a través de juegos son el futuro del proyecto global.
La tecnología puede ser nueva, y la terminología puede ser moderna, pero para veteranos como Christopher Kyba, la ciencia ciudadana todavía se sostiene sobre las mismas preguntas que siempre han movido a la comunidad científica: “Creo que los científicos en general se muestran escépticos ante nuevas ideas, y creo que no es algo malo. Creo que el mismo escepticismo se debería mostrar tanto ante nuevos proyectos de ciencia ciudadana como ante experimentos que se propongan en la Organización Europea para la Investigación Nuclear, con preguntas como ‘¿es esto realmente necesario? ¿Vale con este método para responder a la pregunta?’”.