El debate en Bolivia en torno a rebajar la edad del trabajo infantil llama la atención. Más aún cuando -también en el marco del Mundial de Brasil- los países de la región se han comprometido a su erradicación.
“Tarjeta roja al trabajo infantil”: en el marco del mundial de fútbol, el lema de la campaña de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) suena en una América Latina en donde en este momento hay 12 millones de menores trabajando, de ellos nueve millones en situaciones peligrosas, según la OIT.
Los índices de menores que trabajan varían según la fuente: entre 20% y el 35% oscilan en Perú y Bolivia, entre el 10% y el 17% en Colombia, Ecuador y Paraguay. Y entre el 5% y el 8% en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Venezuela.
Según la campaña de la OIT se trata de erradicar no sólo las peores –como la prostitución, la servidumbre y el reclutamiento- sino toda forma de trabajo de menores que estén en edad de educación obligatoria. La frontera está en los 14 años. Y para el Día Mundial contra el Trabajo Infantil (12.06), no faltaron las declaraciones a favor del lema mundialista.
Por ello, que se debata reducir a 12 la edad mínima en Bolivia y que su presidente Evo Morales se declare a favor de no limitar la edad laboral infantil llama mucho la atención. Más todavía, que en su país, firmante de los convenios de la OIT, haya sindicatos de niños trabajadores que salen a las calles para exigir su derecho a trabajar.
Cultura, comunidad, familia. En esta situación “lo más importante no es establecer prohibiciones de trabajo que siempre están combinadas con la definición de una edad mínima, sino hacer políticas que cambien las condiciones de vida de las familias para darles más oportunidad de decidir libremente si los niños deberían contribuir al ingreso familiar o no”, explica a DW Manfred Liebel, catedrático emérito de la Universidad Técnica de Berlín.
Liebel, sociólogo alemán, es asesor de Unatsbo (Unión de Niños, niñas y adolescentes trabajadores de Bolivia); y lucha desde hace décadas por una visión más diferenciada del trabajo infantil.
“En Bolivia desempeñan un papel muy importante las tradiciones indígenas, según las cuales se incluye que los niños desde muy temprana edad en las actividades productivas de las comunidades. Por ejemplo en la cosecha o en la pesca, en actividades que la comunidad considera importantes. Usualmente son contextos protegidos, no es un trabajo donde los menores dependan de una persona o una empresa que explota a los niños, sino que son vistos como parte de la comunidad”, dice Liebel.
“ Algo parecido se puede ver con los trabajos que se hace dentro de las familias. Si las familias no se encuentran en la extrema pobreza, normalmente toman en cuenta las capacidades de sus propios hijos”, explica el catedrático trazando un línea muy clara entre esto y las condiciones urbanas en donde los menores están desprotegidos. “Aunque tampoco allí la edad mínima es una solución”, agrega.
Sólo prohibir no basta. Efectivamente, “la prohibición del trabajo infantil puede llevar a que los menores entren al sector ilegal”, explica a DW por su parte Nikoletta Pagiati de Earthlink, una organización alemana pro derechos humanos. “El problema debe ser acometido no sólo a nivel político y legislativo y policial, sino a nivel de organizaciones locales de protección al menor”, afirma Pagiati.
En su opinión, multar a los empresarios que contraten menores no tiene sentido si luego nadie asume la responsabilidad de ofrecerles alternativas, también educativas o de formación profesional.
Según su organización, sigue Pagiati, “hay que cambiar las estructuras de pobreza, para llegar a que el trabajo infantil no sea necesario. Si a los adultos se les paga salarios que aseguren su existencia, no tienen que obligar a los menores a trabajar”, afirma.
En cuanto al caso de Bolivia, “es buena cualquier iniciativa que lleve a cambiar la situación, también la de que los menores se organicen y se apoyen. Con todo, se corre el riesgo de promover una situación de explotación laboral infantil”, dice Pagiati para quien este movimiento podría estar caminando en la cuerda floja.
Trabajar versus estudiar. Por otro lado, si bien Earthlink asume que la edad mínima laboral puede diferir por las culturas y las costumbres de cada país, un menor “de ninguna manera debe trabajar antes de los 16 años”, la edad de la escolarización básica.
“Es demasiado sencillo decir que el trabajo en general obstaculiza el estudio de los niños”, contrapone Liebel. “Hay condiciones que obstaculizan, pero hay otras que son combinables con el estudio. Hay muchos niños que trabajan para pagarse la escuela o los útiles escolares, conozco muchos que trabajan para que sus hermanos ellos tengan la oportunidad de ir a la escuela”, dice.
En todo caso, Liebel –autor de libros como Kinderrechte aus Kindersicht (Derechos de los niños, desde la óptica infantil)- sabe de la complejidad del asunto y el desafío que representa una concepción de la educación que incluya las tradiciones y las experiencias infantiles con el trabajo. Éste, en su opinión, “ puede ser también un elemento importante del proceso de aprendizaje y del estudio mismo”.
¿Si es voluntario es bueno? Como fuere, para el debate en Bolivia, los menores sindicalizados hacen diferencia entre la edad mínima de diez años para el trabajo por cuenta propia y de doce en régimen de dependencia. También solicitan un censo de los menores trabajadores y protección para los menores.
“Muchos niños distinguen entre obligación y necesidad. Si el trabajo es necesario para su familia o para sí mismos mismo no es obligación, es algo que talvez no siempre es agradable pero es otra cosa”, puntualiza Liebel y concluye matizando la tarjeta roja de la OIT: “podría ser no contra todo tipo de trabajo infantil sino contra todo tipo de violencia”.