El jefe del Servicio Sismológico Nacional de México rechazó que exista una situación fuera de lo común, a pesar de las más de 473 réplicas que se han presentado tras del sismo del pasado 20 de marzo en Ometepec, Guerrero.
excelsior.com.mx. Hombre de ciencia, que admite que le tiene miedo a los temblores pero que vive en el piso 16 de una torre de departamentos, Carlos Valdés González, es desde hace siete años jefe del Servicio Sismológico Nacional, en un país como México donde tan sólo el año pasado se registraron cuatro mil 168 movimientos telúricos.
“Tengo la capacidad de contenerme, de saber qué hacer en un sismo, de actuar y después, pues de tener miedo; al final de cuentas soy ser humano y soy mexicano también”, reconoció.
Ingeniero en Geofísica por la Universidad Nacional Autónoma de México, con Maestría y Doctorado en la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos, Valdés González sintió en carne propia lo que significa estar parado en el epicentro de un temblor, cuando en 1979 haciendo trabajo de campo en Petatlán, Guerrero ocurrió un movimiento telúrico de 7,6 grados en la escala de Richter.
“Se registraron muchos daños en Petatlán y aquí en la Ciudad de México se colapsaron tres edificios de la Universidad Iberoamericana, que antes estaba en la colonia Campestre Churubusco; nos quedamos checando y midiendo las réplicas; ya después tuve oportunidad de continuar mis estudios de Maestría y Doctorado en Estados Unidos, en la universidad con la que había colaborado en Guerrero”, relató.
La tragedia del 85 le pone un dilema. Coleccionista de globos terráqueos o “munditos”, como él mismo les llama, el jefe del Servicio Sismológico Nacional comentó que durante el terremoto del 19 de septiembre de 1985 se enfrentó a un dilema profesional y personal debido a que se encontraba en California, lejos de su familia, trabajando para el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS por sus siglas en inglés).
Relató que toda la jornada se dedicó a procesar datos y marcar referencias de la sismicidad que se esperaba en México y hasta la noche cuando llegó a su departamento y prendió el televisor pudo percibir la magnitud de la tragedia.
“Traté de llamar a México para saber cómo estaba mi familia pero no tuve éxito. La pregunta era ¿qué hago, me quedo en Estados Unidos o regreso a mi país? Estaba seguro de que mis hermanos y mis padres estaban bien y lo que yo podía hacer era participar desde allá en otras labores para apoyar, no sólo a mi familia sino a muchas familias, al canalizar ayuda que se pudiera necesitar en cuestiones técnicas; así que me quedé en California”, precisó.
Carlos Valdés González bromea cuando se le pregunta sobre la percepción que tiene la gente de que en 2012 está temblando más de lo normal, justo en el año de la supuesta profecía maya del fin del mundo.
“Yo le diría con un poco de humor, que está temblando porque es un año electoral, pero no tiene que ver con eso, es coincidencia”, ironizó.
El doctor en Geofísica rechazó que exista una situación fuera de lo común a pesar de las más de 473 réplicas que se han presentado tras del sismo del pasado 20 de marzo en Ometepec, Guerrero.
Se recompone la Tierra. El científico explicó que luego del sismo de 1985 se registraron más de mil réplicas, las que comparó con un proceso de cicatrización, “que primero duele y conforme va pasando el tiempo, las células crecen y se reacomodan”.
Explicó que las réplicas son sismos que ocurren en un corto lapso, de alrededor de un mes, muy cerca del epicentro y con una magnitud menor al evento principal.
“Este dolor es un proceso que me indica que está cicatrizando el tejido, que están creciendo nuevas células y se están reacomodando, es la razón de que me punce, de que me duela; de alguna manera, la tierra después de esta fractura debajo de la superficie se reacomoda y esto se traduce en una réplica; es un proceso que a medida que pasan los días siento ya menos dolor y a la semana, hasta se me olvida que me había cortado”, ejemplificó.
Valdés González descartó también otro mito que existe entre la población de que la ocurrencia de sismos periódicamente evita que se presente un temblor de gran magnitud en la Ciudad de México, porque se libera energía poco a poco y no de un golpe.
“La gente dice qué bueno que esté temblando porque se libera energía, nosotros decimos qué bueno que esté temblando porque tenemos trabajo, pero para evitar un sismo de 7,6 en la zona central de Guerrero, si lo queremos librar con sismos de magnitud 5,6, necesitaríamos cerca de 900 sismos con esas características y en el mismo epicentro”, indicó.
El jefe del Servicio Sismológico Nacional detalló que para escapar de un movimiento telúrico de 7,6 grados en la brecha sísmica de Guerrero, entre Acapulco y la zona de Petatlán-Ixtapa Zihuatanejo, donde no tiembla fuerte desde el 16 de diciembre de 1911, se tendrían que registrar tres sismos por día durante todo un año.
“Cada vez que subimos un grado de magnitud, liberamos 30 veces más energía, quiere decir que para que evitemos un sismo de 6,6 grados requiero 30 sismos de magnitud 5,6 y para subir a 7,6 grados necesito 30 veces estos 30 sismos; 30 por 30 son 900 sismos en la misma zona y eso no está ocurriendo”, subrayó.
Hoy trabaja la posibilidad de ampliar la alerta sísmica para los movimientos que provienen de otros estados.
Correr, gritar o “salir volando”. Valdés Gonzalez dijo que la pregunta que se hacen los integrantes de cualquier familia de salirse o quedarse en sus hogares a la hora de un temblor, sólo puede ser contestada por ellos mismos.
“Esa es una pregunta que cada quien debe responder, pero cómo la debe responder, haciendo un simulacro, sí a mí me pregunta, en un piso 16, yo le voy a responder que alcanzo a bajar en un minuto pero yo solo y volando por la escalera, pero no con mi familia, entonces no me salgo, nos resguardamos en la parte en donde están los elevadores y las escaleras, que es la parte estructuralmente más fuerte de los edificios y cuando pasa el temblor, desalojamos”, señaló.
Carlos Valdés González tiene una rara fascinación por los sismos, pues mientras todos los mexicanos tratan de salir cuando sienten la primera sacudida, él quiere entrar al área donde se encuentran los sismogramas, para establecer el epicentro y la magnitud.
“Es una angustia porque tengo la posibilidad de marcarles a mi esposa y a mis hijas o de ponerme a trabajar”, compartió el hombre que vive a detalle cada movimiento del territorio del país.