“El problema del narcotráfico no es un problema que se resuelva con ametralladoras. En algún momento la humanidad va a tener que declararle la paz a las drogas” explica Juan Pablo Escobar Junior en entrevista con DW.
Sebastián Marroquín o, mejor dicho, Juan Pablo Escobar, hijo del capo de la cocaína que mantuvo en jaque al Estado colombiano en la década de los ochenta y noventa, cuenta en “Pablo Escobar, mi padre” la historia desde dentro de uno de los capítulos más negros de la historia reciente del país. Y lo hace esforzándose por ser objetivo y respetuoso con las innumerables víctimas, pero sin renegar del cariño que profesó a su progenitor. Más de dos décadas después de su muerte, ha agitado fantasmas del pasado que creía alejados. Pero que siguen muy vivos en Colombia. Tras la publicación del libro, afirma, ha vuelto a recibir “educadas amenazas” para que no vuelva más a Colombia.
-¿Cómo se dio usted cuenta de que su padre era el mayor narcotraficante de la historia?
-En agosto de 1984, con la muerte del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla. Yo tenía siete años. La figura de mi padre comenzó a aparecer en televisión ya no como el “Robin Hood de Colombia”, sino como el posible autor intelectual de la muerte del ministro. Más o menos a esa edad mi padre me dijo que él había elegido ser un delincuente y que esa era su profesión. Y, entonces, cuando todas las televisiones empezaban a informar de la muerte del ministro, nosotros nos tuvimos que ir a Panamá y nuestro hogar no volvió a ser el que era, resultaba evidente que mi padre no era el hombre de oficina que yo creía tener en mi casa, más allá de que sus horarios no eran los más convencionales para ir a la oficina.
-Cuando uno crece en ese ambiente de ilegalidad, la frontera entre lo lícito y lo ilícito debe ser muy difusa. ¿Cómo decidió usted no seguir los pasos de su padre?
-Hubo varios momentos. El más decisivo fue la muerte de mi padre. Yo reacciono violentamente y amenazo al país. Me arrepiento de esas amenazas diez minutos después, cuando tomé conciencia de las consecuencias de llevarlas adelante. Y me di cuenta de que tampoco recuperaría a mi padre así, que, muerto, él, el siguiente podía ser yo. Yo siempre quería hacerle ver a mi padre que la violencia no era el camino. Y él nunca me sugirió que su deseo fuera que yo siguiera sus pasos. Para mí fue una decisión difícil. De hecho, si tú analizas los otros hijos que han quedado de narcotraficantes, todos ellos continuaron los pasos de sus padres. Pero yo fui muy consciente de la violencia que mi papá generó y cómo esa violencia volvía después a nosotros. Hubiera sido insultando las enseñanzas de la vida si me hubiera convertido en una persona como él.
-¿Aunque usted eligió enderezar su camino, el resto de la gente proyectaba en usted la responsabilidad de los crímenes de su padre?
-Y apostaban por que yo me convertiría en Pablo Escobar II. Estaba condenado de entrada a continuar sus pasos, sus negocios y sus métodos. Fue mucho más difícil precisamente por eso lograr separarme de ese pasado, de ese legado de violencia. Pero bueno, creo que también los enemigos de mi padre, que eran los que más tenían la posibilidad de juzgar si yo estaba haciendo las cosas bien o no, finalmente se dieron cuenta de que yo no representaba una amenaza para ellos ni para el país… y me dejaron vivir por eso. Si no, yo estaría muerto, no cabe ninguna duda.
-¿Ha intentado lanzar un mensaje con el libro?
-Exactamente, yo quiero que quienes lo lean, sobre todo a los jóvenes, entiendan que son historias que no deben repetirse. La manera en la que se ha mostrado al mundo la historia de mi padre incita a que ese modelo se repita. Es decir, generan un producto glamouroso, aspiracional, que muchos quieren imitar. Son jóvenes que no conocen la historia, que no saben las consecuencias de la violencia, ven una serie de televisión, ven una película o leen un libro por ahí cualquiera sobre la vida de mi padre y quieren ser como él. Pero mi padre está muy lejos de ser un héroe, como lo han querido plantear algunos productos sobre su historia, porque terminan dejando un mensaje difuso sobre las consecuencias de sus acciones. Yo siempre digo que si alguien lee mi libro y le dan ganas de ser Pablo Escobar, entonces yo hice muy mal mi trabajo.
-¿Cree que es posible la paz en Colombia? ¿Cree que sería posible con el narcotráfico un proceso similar al que actualmente se lleva a cabo con la guerrilla?
-Creo que va a ser muy temprano para hablar de eso, pero a la larga el mundo va a tener que aceptar la idea de que el narcotráfico va a seguir existiendo. No importa las leyes que se redacten en su contra, que lo único que hacen es potenciarlo, como han hecho durante cuarenta años de manera ininterrumpida las ideas y las leyes prohibicionistas iniciadas con Nixon. Entonces, historias como las de mi padre se seguirán repitiendo. Ahora tenemos a El Chapo Guzmán, pero mañana será otro… Esto no es un problema que se va a resolver con ametralladoras. Pueden detener o matar a todos los capos del planeta en un solo día, y al día siguiente la droga va a seguir llegando a las calles, porque hay doscientos millones de consumidores de drogas en el mundo, según Naciones Unidas. Entonces siempre va a haber alguien dispuesto a proveerles drogas a esos millones de consumidores. Yo digo que en algún punto, alguna vez en la vida, la humanidad va a tener que declararle la paz a las drogas, porque esta idea de seguir declarándole la guerra no ha funcionado.
-¿Cómo cree que se adaptarían las mafias del narcotráfico a esa nueva situación, si de verdad cambia el modelo de lucha contra la drogadicción? ¿Se integrarían en un mercado legal?
-No creo que se conviertan después en empresarios prósperos de drogas lícitas. Creo que se les acabaría el juego, se les acabaría el negocio. No habría forma de que financiaran violencia, ni de que financiaran corrupción, porque sencillamente los costos no les darían para eso. No habría forma de que se enriquecieran como se están enriqueciendo ahora porque no habría quien pague el triple por una droga que podría ir a comprar a una farmacia y que sabe que está controlada por el estado. Yo no digo con esto que las drogas sean buenas. Pero tampoco negarlas y prohibirlas es la solución. El alcohol y el tabaco son las drogas que más personas matan al año… más que todas las drogas ilícitas juntas. Hay que combatirlas con educación e información, desde el Estado y la familia.
-¿Por qué está tan difundida la droga?
-Esto es algo que tiene que ver con el ser humano, con su deseo de abstraerse de la realidad, de los problemas cotidianos, de buscar en las drogas un refugio, aunque sea momentáneo, aunque sea innecesario, pero eso somos los seres humanos… buscamos eso, no importa que seas un lord británico, un rey o un peón. Lo que creo es que criminalizar a aquél que consume es un grave error. Es tratar como a un delincuente a una víctima de la situación. Y eso no contribuye para nada, ni a la sanación del implicado ni a la solución del problema. Y, mientras los narcos siguen libres y tranquilos, se entretienen con el consumidor habitual y nos hacen un escándalo mientras miles de kilos siguen entrando por todas las puertas grandes de todos los países del mundo.
[[wysiwyg_imageupload:6046:]]
-Volviendo al libro, ¿cómo se ha documentado y qué ha aprendido sobre aquella historia? ¿Cuál ha sido la dificultad de acercarse casi como un historiador a la vida de su padre?
-Fue muy grato el experimento de investigación previo al libro. La editorial designó a un editor, Edgar Téllez, hoy mi amigo, un tipo que conoció mucho la realidad y la historia de Colombia relacionada con el tema del narcotráfico en las décadas de los ochenta y noventa, porque fue periodista de los principales medios de comunicación del país. Conocía mucho la parte de la historia a la que entonces, como familia, no teníamos acceso. Digamos que yo conocía la versión real y él la versión oficial. Hicimos una reconstrucción muy cuidadosa de todo el personaje e hicimos una investigación exhaustiva. Yo suelo ejemplificar el nivel de investigación al que podemos llegar citando un episodio en el que le dije al editor que le iba a llevar a entrevistar a un muerto. Y es literal. Es una persona considerada oficialmente muerta y él la vio con sus ojos. Entrevistamos a personas que habían estado al lado de mi padre desde finales de la década del setenta y gente que estuvo hasta el último de sus días a su lado y que lo conoció mejor que su propia familia. Incluso a sus enemigos. No quería escribir un libro que fuera un dibujo de lo que yo imaginaba que era mi padre, sino una radiografía real de quién era él como persona, como papá, como bandido, como todo. Creo que lo logramos. La editorial también ejerció un control en la información que yo volcaba en el libro porque ellos tampoco querían comprometer el prestigio de su sello para que yo hiciera lo que quisiera con la historia de mi padre.
-De todas las nuevas perspectivas y de todos los datos que revela el libro, ¿cuál cree que es más relevante para arrojar luz sobre aquellos años?
-Hay muchos hechos en el libro a ese respecto que en ningún otro se revelan y es muy difícil establecer un ranking de importancia entre unos y otros. Para algunos sería desvelar que mi padre, sus socios, financiaron las campañas políticas del presidente López y de Belisario Betancur, hechos desconocidos por todos los supuestos historiadores de mi padre y por las autoridades colombiana. Lo más sorprendente de las revelaciones de mi libro es que ninguna de las autoridades ni personajes implicados en él han salido a desmentir ni uno solo de los hechos que yo relato en él. Y esto es muy positivo por un lado porque quiere decir que no hay nadie que quiera oponerse a mi versión de los hechos y por otro lado es preocupante porque habla de que mancomunadamente el establecimiento ha querido cerrar sus filas y no ha querido salir a dar las explicaciones que debía.
-En Colombia hay mucha gente que piensa que ustedes han seguido viviendo de la fortuna de su padre y usted explica en el libro cómo la tuvieron que devolver.
-Mi libro revela también hechos completamente desconocidos sobre la negociación con el Cártel de Cali y toda la mafia de Colombia, que nos amenazó durante más de veinte años para que nunca la revelásemos y para entregarles la fortuna de mi padre. Nos dijeron: si ustedes esconden una sola moneda, los matamos. Nosotros estábamos a merced de esos delincuentes, no podíamos darnos el lujo de esconder absolutamente nada. Por dos razones: primero por la amenaza de muerte. Y, segundo, porque ellos conocían mejor que nadie los bienes de mi padre: ellos habían sido sus socios en el pasado, habían sido sus compinches y sus grandes socios durante la década de los ochenta. Toda esa organización de “los Pepes” y del Cártel de Cali tienen que ver con personas que fueron muy amigos de mi padre y que se enriquecieron con él, pero que después cambiaron de bando y de opinión y quisieron acabar con él. A nosotros nos amenazaron para que nunca reveláramos que habíamos sido despojados de esa fortuna. ¿Cuál era la intención? Que siempre nos persiguieran a nosotros en la búsqueda de esa fortuna y no se les persiguiera a ellos.
-¿De todas las contradicciones que caracterizaron la vida de su padre, cuál le ha sido más difícil de entender, de “digerir”?
-La vida de mi padre es una gran lista de contradicciones. Era un hombre con pensamientos e ideas de izquierda, pero fundador del primer grupo de ultraderecha que hubo en Colombia, el MAS (Muerte a secuestradores). También era un hombre que construía canchas para que los chicos de los barrios más populares no se drogaran, financiados con dinero de la droga. Me sorprendió mucho que mi padre fuera tan afín a las ideas de Luis Carlos Galán y de Rodrigo Lara Bonilla, y que terminara tan enfrentado a ellos. Por el narcotráfico, exclusivamente. Una de las grandes contradicciones de la vida de mi padre es cómo terminó ordenando el asesinato de estas personas aún a pesar de que era profundamente afín a sus pensamientos y a las políticas que tenían proyectadas.