El Papa visitó Prato. En la ciudad industrial de la Toscana, es probable que Francisco se interesase por la difícil situación de explotación que sufren los trabajadores. Aquí, los más afectados son, sobre todo, chinos.
En el programa del Papa Francisco en la ciudad toscana de Prato no figuraba ninguna fábrica textil china. En su lugar, había un encuentro titulado “Mundo del trabajo”. En esta ocasión, tuvo la oportunidad de reunirse con trabajadores chinos del sector textil. Y es que para el Papa, una de sus preocupaciones es la lucha contra todas las formas de esclavitud moderna.
Megan Williams hizo un reportaje desde Prato: En una mañana invernal, a principios de 2011, iba sentada en el asiento trasero de un coche de la policía italiana cuando pasamos por delante de una fila de edificios bajos de ladrillo. Pequeñas fábricas llenan las calles de una zona industrial de Prato. Estamos en la Toscana, al noroeste de Florencia.
Hace tiempo, Prato era una ciudad puntera en lo que a la producción de artículos de lana de alta calidad se refiere. Tanto que, en el año 2000, exportaba textiles por valor de siete mil millones de euros. La competencia de Europa del Este, África, Bangladesh y, por supuesto, China, sin embargo, ya presionaba el mercado. Puesto que en esos lugares la mano de obra es barata, el resto de fábricas textiles que no se vieron obligadas a cerrar se fueron de Prato.
A los antiguos edificios se mudaron productores textiles procedentes de China, para los cuales salud y seguridad son, a menudo, términos desconocidos. Las autoridades trataron de hacer frente a esta situación, con escaso éxito. Incluso el coche de policía en el que iba se dirigía a hacer una redada. El objetivo, uno de los cientos de talleres en los que trabajadores chinos confeccionan ropa barata a medida con máquinas de coser. La ropa que los europeos compran con gusto, y en grandes cantidades.
Sin luz y rodeados de suciedad. Los policías derriban una puerta lateral y les sigo hasta una habitación grande, del tamaño de un pabellón, abarrotada de máquinas de coser, con el suelo cubierto de retazos de tela y las ventanas tapadas con plásticos negros. En un rincón, tablas de aglomerado hacen de tabiques y forman una pequeña cocina y un baño. Hay suciedad por todas partes.
Alrededor de 20 jóvenes emergen de la oscuridad, se frotan los ojos perplejos y nos miran asustados. El policía revisa sus pasaportes. Tres de los trabajadores no tienen permiso de residencia. De mala gana, meten la ropa, las computadoras, los woks y alimentos congelados en grandes bolsas de plástico. Con una gruesa cadena cierran la puerta de la fábrica. De repente aparecen varios coches. Los trabajadores se montan en ellos y se van. Probablemente a otra fábrica de este tipo.
Desde el año 2008, la policía ha llevado a cabo cerca de 2000 acciones de este tipo en la ciudad de 200.000 habitantes. En Prato, una de cada cinco personas proviene de China. No hay ningún lugar en Europa con un porcentaje tan elevado. Además, según el investigador experto en mafias, Franco Roberti, la comunidad china de Prato “está muy unida y es difícil penetrar en ella”.
A pesar de que en Italia soportan prácticamente las mismas condiciones que en China, en Prato cobran entre 2 y 3 euros la hora, casi el doble por realizar el mismo trabajo. En mi última visita a la ciudad, me reuní con Wei Dingwen, un trabajador textil de 28 años. Me contó que trabaja siete días a la semana, 18 horas al día, a razón de 40 euros la jornada. El sueldo íntegro del primer año fue a parar a los bolsillos de los traficantes de personas que lo trajeron a Italia. A pesar de ello, con una sonrisa me confirma que le gusta su trabajo. Aquí "el trabajo significa dinero", concluye Dingwen.