Por Fernanda Vicente, directora ejecutiva Diverge, Centro de Innovación Empresarial Universidad Finis Terrae. Presidenta Mujeres del Pacífico.
Los terremotos y tragedias naturales siempre nos dejan lecciones y este no fue la excepción. Un buen ejemplo es lo que ocurrió en una de las grandes cadenas de supermercado que cerraron sus puertas para no ser víctima de saqueos de sus propios clientes. Se entiende, aunque no se justifica, la reacción en base a la experiencia del 27 F, pero es una aberración bajo la mirada del nuevo paradigma de empresa.
Seguramente habrán mea culpas e inclusos despidos, comunicados de prensa y toma de medidas, pero lo más probable es que quede registrado en la gerencia, en su departamento de RSE, Marketing y Comunicaciones, como una episodio de crisis que nuevamente se salvó gracias a tácticas mil veces utilizadas. Y aquí está la gran lección; la manera de hacer negocios habitual, ya no da para más.
Cuando veía esas imágenes en las redes sociales recordé la tragedia de Rana Plaza en Bangladesh en el 2013. Cuando un edificio de 8 pisos se desplomó aplastando a 1127 personas, en su mayoría obreros de una fábrica de ropa, pese a todas las advertencias previas de la precariedad de la construcción. Tras esa tragedia se hizo popular la frase “business as usual it is not an option”, y hoy 2 años después, toma más fuerza que nunca.
La gran empresa chilena está en problemas. Se ha perdido la conexión con sus stakeholders, lo que lamentablemente nos lleva a encontrarnos con pago a proveedores a 120 días, en preferir poner en riesgo la vida de sus clientes por cuidar su stock, en contaminar con malos olores y residuos una comunidad, en secar ríos vitales para la subsistencia de pueblos cercanos a sus industrias para satisfacer su necesidad de producción, o permitir que trabajadores entren a una mina a punto de colapsar.
Los empresarios y ejecutivos se acostumbraron a esta manera de hacer, fueron educados en importantes universidades bajo este modelo, son décadas de inercia y mejoras operacionales y productivas que las han transformados en mejores empresas pero que las han aislado de su entorno y disfrazado como “externalidades” el impacto que generan. El concepto de Responsabilidad Social Empresarial, importante en esta antigua empresa, hoy queda chico, porque el rol social que sí tienen la empresa debe estar en su ADN. Ya no es aceptable que este rol esté depositado en un área, incluso fragmentado en distintos departamentos, si quieren sobrevivir en el nuevo escenario donde el poder está afuera de las empresas, el cambio debe ser total, transversal y debe nacer desde los propios dueños y permear a toda la organización.
Una buena herramienta para adaptarse a esta cambiante realidad y comenzar la transformación hacia esta nueva empresa es poner los esfuerzos en crear innovación con triple impacto (económico, social y ambiental), trabajando en conjunto con sus propios empleados, proveedores, clientes y comunidades donde se insertan. Se puede, es fácil, más económico, sustentable y crea mayor bienestar social.