Por Maribel Ramírez Coronel, Periodista en temas de economía y salud para El Economista.
En la industria farmacéutica mexicana los incentivos están al revés. No están hechos para que las empresas generen valor agregado y aporten más a la economía, sino para favorecer al exterior. Los estímulos actuales están hechos para impulsar más que nada a la importación, ya sea del producto terminado o de la materia prima.
En este sentido, hay 3 tipos de empresas farmacéuticas en México. El primero lo conforman las que traen del exterior el producto terminado, y obtienen el permiso de Cofepris para venderlo. En este grupo hay nacionales y trasnacionales. El riesgo es de casi cero. Si ganan la licitación del gobierno como principal comprador, ya lograron el negocio. Si no la ganan, pierden lo invertido en el trámite ante la autoridad sanitaria que les lleva de 6 a 8 meses, pero no más.
En el segundo tipo están la gran mayoría de fabricantes de medicamentos en el país, incluidas nacionales y extranjeras. Importan la materia prima para hacer en México la conformación farmacéutica, lo que les lleva de 1.5 a 3 años. El costo y el riesgo en este caso es un poco más elevado, pero no tanto como la tercera opción que es cuando la empresa hace desde el principio la síntesis de la materia prima dando realmente valor agregado.
Las trasnacionales hacen la mayor parte de investigación y desarrollo de sus productos en sus países de origen (Estados Unidos, Europa, Canadá, etcétera), en tanto, de las nacionales, hay un único caso que opera bajo este esquema.
Esto lo hizo ver Jaime Uribe Weichers, director general de Probiomed en un foro en la comisión permanente del Senado. Probiomed es la única empresa en México que tiene la cadena de valor 100% integrada. Investiga cómo hacer sus propias moléculas, desarrolla sus propios procesos de fabricación y los de formulación y los pone a disposición del mercado.
Muchas trasnacionales hacen igualmente ese proceso pero la inversión fuerte original la ejercen en sus países; a México sólo traen el producto terminado. Algunas otras tienen plantas en el país bajo la segunda modalidad e incluso invierten en investigación clínica para probar aquí la seguridad y eficacia de sus productos, pero la inversión en este caso es mínima respecto de lo que destinan a otros países donde sí hay incentivos para ello.
Todo esto significa, explica Uribe, que cuando el IMSS le compra un producto a una empresa 100% integrada como Probiomed, 90 centavos de cada peso se quedan en el país en forma de sueldos y salarios, impuestos, etcétera. En cambio, cuando le compra a una transnacional que importa los biotecnológicos del extranjero, en México se quedan menos de 10 centavos y 90 centavos retornan al exterior. O cuando le compra a una empresa que importó la sustancia química para producir el fármaco, la ganancia para el país es mínima.
Frecuentemente esto es poco visto por las autoridades. Será por eso que Probiomed se siente incomprendida, máxime ahora que las exigencias para los biocomparables la han dejado en aprietos por las grandes inversiones a que está obligada con la nueva regulación.
Por eso es que Uribe Wiechers busca que se entienda la posición de una empresa como Probiomed que da valor agregado como ninguna otra farmacéutica mexicana a sus productos. Si la industria petrolera mexicana tuviera el mismo valor agregado de manufactura que Probiomed con sus medicamentos biotecnológicos, dice, en lugar de estar exportando petróleo, estaríamos exportando transbordadores espaciales. Así dimensiona el valor agregado que se le da a un producto farmacéutico biocomparable producido desde cero en México.
¿Cómo impulsar políticas públicas para que muchas otras compañías como Probiomed inviertan en investigación y desarrollo y fabriquen sus propias materias primas aquí? Ello sería impulsar a México hacia la economía del conocimiento.