Por Víctor Umaña, director del Centro Latinoamericano para la Competitividad y el Desarrollo Sostenible (CLACDS), INCAE Business School.
América Latina se benefició ampliamente de la bonanza de las materias primas alentada por el crecimiento acelerado y apetito voraz de India y China. Los exportadores de commodities de la región vieron cómo sus términos de intercambio mejoraron notablemente frente al mundo, promoviendo tasas de crecimiento sin precedentes. Latinoamérica en términos generales aprendió de las malas prácticas de antaño. Pagó deudas, incrementó su tasa de ahorro y acumuló reservas.
Lo anterior sin embargo, no se ha traducido en aumentos importantes en productividad. La región aún muestra rezagos importantes al compararse con países desarrollados y sobre todo con sus competidores en Asia. El consenso entre los economistas apunta a que la educación no es lo suficientemente buena, a la burocracia y corrupción, a que existe poca competencia en algunos servicios claves, a las deficiencias en infraestructura de transportes y sobre todo a la poca innovación entre las empresas.
El problema es que el mercado no genera suficientes incentivos para que las empresas inviertan en innovación. El emprendedor latinoamericano enfrenta varios obstáculos. Primero, la inversión en nuevas industrias se percibe de mayor riesgo al no tener antecedentes, por lo que es más caro el financiamiento. Segundo, los servicios para fomentar y complementar estas inversiones rara vez existen al no haber escala o demanda suficiente. Tercero, el descubrimiento requiere de capacitar y entrenar al personal, quien puede luego circular libremente y ser contratado por la competencia.
Para resolver este dilema son necesarias acciones que permitan asegurar el retorno sobre la inversión en nuevas actividades. Literatura reciente con énfasis en la región, no descarta a priori la intervención del gobierno, sino más bien sugiere una combinación de medidas de política para resolver específicamente las fallas del mercado que obstaculizan la innovación.
Varios economistas como Rodrik, Hausmann y Rodriguez-Clare sugieren que la estrategia de innovación de América Latina dependería del nivel de desarrollo de cada país e involucraría una combinación de medidas que promuevan la generación de nuevas actividades y el aumento de la productividad de industrias existentes. Para países menos adelantados habría una preponderancia de las medidas para generar descubrimientos, mientras que aquellos que muestren un mayor nivel de desarrollo, se daría énfasis en las medidas de promoción de la productividad de las industrias agrupadas en clusters.
Algunas políticas indicativas pueden ser medidas para promover las exportaciones en casos en que los sectores no generen suficientes inversiones para descubrir nuevos mercados; inversiones complementarias en infraestructura; becas y apoyos para estudios en áreas de importancia para la diversificación y el crecimiento de algunas actividades; y por supuesto el apoyo directo a la innovación mediante donaciones y concursos de propuestas.
No se espera que el Gobierno sea quien resuelva todos los problemas de la innovación. Tampoco se le atribuye toda la responsabilidad al sector privado. Más bien se parte del supuesto que la solución a los problemas de innovación es un proceso cooperativo, donde los gremios y las universidades cumplen un papel muy importante junto al Gobierno. La profesionalización de los gremios y la efectiva inserción de la academia en la solución de estos problemas, una tarea pendiente en la región, contribuiría al aumento de la productividad de los países.