Por Gabriel Rovayo, director general en IDE Business School y presidente de Roadmak Solutions.
Cuando la Revista Bloomberg Businessweek le preguntó al decano de Harvard, Nitin Nohria, qué es lo que se debiera enseñar a los líderes empresariales, su respuesta fue clara y
desconcertante: “humildad”. Seguramente, muchos esperaban que él dijera: estrategia, visión global, eficiencia, visión emprendedora... y no fue así.
Su respuesta no fue técnica ni académica, quizás ni políticamente correcta, pero sí alberga una dosis profunda de humanidad: “Los líderes empresariales sufren de exceso de confianza y de un exagerado sentido de su fuerza de carácter (...) Desarrollar el carácter es un proceso de vida similar al desarrollo del conocimiento (...).
Las escuelas de negocios debemos enseñarles a estar vigilantes para que no caigan en la arrogancia”. Humildad, eso es liderazgo para el decano de la escuela de negocios más influyente del mundo. El término humildad se deriva del latín humilĭtas, -ātis, que significa bajo o de la tierra. En este
sentido, se entiende a la humildad como modestia, es decir, como el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades para obrar en consecuencia. Es la virtud que nos ayuda a conocer, simultáneamente, nuestros errores y nuestra grandeza.
Uno de los principales nombres de la literatura clásica española y autor del Quijote, Don Miguel de Cervantes, opinaba que la “humildad es la base y fundamento de todas las virtudes”. No es mi intención caer en moralismos, por ello prefiero rescatar un concepto que con conjuga profundidad y sencillez: “Humildad es estar en la verdad”. ¡Exacto! No se trata de falsas modestias, peor de victimizarse para lograr el elogio ajeno. Humildad es tan simple como esto: saber en qué somos buenos y en qué, no.
Por ello, Nitin Nohria, quien además de ser un académico de gran rigor es uno de los profesores más apreciados por parte de los estudiantes, y con el que me reuní el año pasado en Harvard,
fundamenta su concepto de liderazgo en la humildad porque en el mundo empresarial –aceptémoslo- se evidencia cierta desorientación. Se confunde poses con protocolo, vanidad con fortaleza, narcisismo con seguridad, prepotencia con autoridad. Ese es el momento en que los líderes se limitan a ser jefes y a hacer alardes de poder, se quedan en ordenar y se olvidan que su razón de ser es orientar y dirigir. Incluso las mitologías más antiguas y clásicas, como la griega y la romana, dan cuenta de que a los dioses siempre les ha causado enojo que el éxito se saliera del control del ser humano hasta hacerlo sentir perfecto, invencible y eterno.
Sobre la base de estas reflexiones, quisiera compartir con ustedes lo que Horacio Marchand llama ‘Los ocho pecados del éxito’. Para este consultor mexicano en Management, con estudios de Doctorado en Psicología Profunda y Estudios mitológicos, las cosas se complican cuando, efectivamente, todo sale tan bien que parece que ensalzar el propio trabajo está justificado, es más, es percibido como una justa retribución al esfuerzo realizado.
Ese momento es cuando Marchand llama la atención de los empresarios y les recuerda que: “El éxito también es tóxico, embriagante; sesga, carga, presiona, demanda. Puede inflar hasta reventar”. Aquí los ocho pecados que él señala:
1. Complacencia, ocurre cuando el business as usual genera confort.
2. Arrogancia, cuando se cree que la competencia es inferior.
3. Politiquería, cuando los feudos contaminan a la empresa.
4. Miopía métrica, cuando se subestima la pérdida de clientes.
5. Unidimensionalidad, cuando una misma fórmula parece solucionarlo todo.
6. Fuga de talento, cuando se van los buenos y cree que ‘se arrepentirán’.
7. Incrementalismo, cuando la meta se limita a subir ventas y bajar costos.
8. Negación, cuando se cree que lo malo solo les ocurre a otros.
¿Acaso no hemos pasado todos, alguna vez, por alguno de estos ocho escenarios? El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Como dice José Ramón Pin, catedrático de IESE Business School de la Universidad de Navarra: “Hacer empresa es un ejercicio ético”. En este contexto, qué sabias resultan las palabras del Dean Nitin Nohria, si algo hay que enseñar en las escuelas de negocios es humildad. ¡Qué gran lección!