Un estudio confronta la tesis dominante entre los economistas de que el nivel económico es lo que impacta la esperanza de vida.
El boxeador colombiano Antonio Cervantes, Pambelé, dijo alguna vez que es mejor ser rico que pobre. Más allá de la sabiduría incuestionable de su frase, una nueva investigación llevada a cabo por los demógrafos Wolfgang Lutz y Endale Kebede tiene algo que aclarar al respecto.
Luego de analizar los ingresos y la mortalidad en 174 países, desarrollados y en desarrollo, durante el período 1970-2010, los dos investigadores concluyeron “que la aparente asociación positiva entre salud e ingresos puede atribuirse en gran medida al aumento del logro educativo”.
Al igual que Pambelé, desde los años setenta se estableció entre expertos en economía y salud, y casi como una verdad absoluta, que el progreso en la esperanza de vida estaba estrechamente relacionado con el desarrollo socioeconómico. En 1976, Thomas McKeown, un médico británico, luego de analizar las tasas de mortalidad en Gran Bretaña durante la segunda mitad del siglo XIX y el comienzo del siglo XX, argumentó que los descubrimientos médicos tenían poca importancia para los avances significativos en la supervivencia durante este período. Por la misma época, el sociólogo estadounidense Samuel Preston sugirió que existía un fuerte vínculo entre el ingreso económico y la disminución de la mortalidad.
Pasaría casi una década para que la tesis de McKeown y Preston fuera cuestionada. El dardo lo lanzó Caldwell al fijarse en países como Sri Lanka y Costa Rica, donde la disminución de la mortalidad parecía estar más asociada a la “autonomía femenina”, un resultado directo de la educación femenina. “La cuestión de si el ingreso o la educación es el determinante más importante de la disminución de la salud y la mortalidad mundiales es relevante para establecer prioridades de política tanto en los países en desarrollo como en los industrializados”, apuntaron Wolfgang Lutz y Endale Kebede en su artículo.
Al revisar los datos para zanjar el dilema, Lutz y Kebede descubrieron que en las últimas décadas la riqueza sí se ha correlaciona con la longevidad, pero, para sorpresa de muchos, también encontraron que la correlación entre la longevidad y los años de escolaridad fue mucho más estrecha. Además, desde 1975 hasta 2010 el impacto de la educación se mantuvo, mientras en el caso de la riqueza se observaron variaciones.
Cuando el equipo colocó estos dos factores en el mismo modelo matemático, descubrieron que las diferencias en la educación predecían de cerca las diferencias en la esperanza de vida, mientras que los cambios en la riqueza apenas importaban. ¿Cómo se explica este fenómeno? Lutz y su coequipero argumentan que una mejor educación conduce a una vida más larga y también tiende a generar más riqueza, razón por la cual la riqueza y la longevidad también están correlacionadas.
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