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¿Qué hizo a Mata Hari la espía más famosa de todos los tiempos?
Lunes, Noviembre 6, 2017 - 09:09

Con sus danzas y el misterio en torno a su personalidad, Margaretha Geertruida Zelle es una estrella rutilante en toda Europa.

Son los dos espías más famosos de la historia: él, James Bond, 007; ella, Mata Hari, H21. Él, un producto de la fantasía del escritor británico Ian Fleming; ella, la muy carnal neerlandesa Margaretha Geertruida Zelle, nacida el 7-8-1876 en la capital de Frisia, en la pequeñoburguesa & very tipical dutch town de Leeuwarden. Él, protagonista de doce novelas y media docena de cuentos firmados por un ex espía naval inglés. Ella, fuente de una copiosa bibliografía que abarca más de 250 títulos. Él, interpretado hasta la fecha por seis actores. Ella, por nada menos que 38 actrices, entre las cuales algunas leyendas: Asta Nielsen, Greta Garbo, Merle Oberon, Jeanne Moreau, su compatriota Sylvia Kristel (¡Emmanuelle!)...

Mata Hari hace su aparición en París en el momento álgido de la Belle Époque, a caballo entre los siglos XIX y XX, cuando reinan sin corona unas artistas dobladas de cortesanas como son Cléo de Meróde, La Bella Otero, Mistinguett, Isadora Duncan, Colette (quien antes de ganarse la vida con la pluma se la ganó luciendo su cuerpo en el Moulin Rouge)... Fueron ellas las que le abrirían y le dejarían expedito el camino, después de la Gran Guerra, a Josephine Baker. Con la única excepción de la Duncan, muerta a sus 50 años en un absurdo accidente automovilístico, todas ellas morirán a edades avanzadas: La Bella Otero a los 97, Cléo de Meróde a los 91, Mistinguett y Colette a los 81, la Baker a los 69. Quizá sea también por este dato que destaca entre todas la temprana muerte de Mata Hari, en la flor de su edad, a los 41 años.

Tuvo una juventud accidentada, pasando de ser rica heredera a una muchacha sin dote, debido a los reveses de la fortuna, que arruinó a su padre manirroto y con ínfulas de nobleza. Su madre, de ascendencia javanesa, muere tísica cuando Margaretha sólo cuenta 15 años. A los 19, gracias a un aviso matrimonial en un diario, conoce al oficial John McLeod, de ancestros escoceses, veinte años mayor que ella, pero con quien se casa y luego viaja en 1897 a las Indias orientales neerlandesas, concretamente a Batavia, la actual Yakarta. Aunque habían pasado casi cuarenta años desde que en 1860 Eduard Douwes Dekker, alias Multatuli [= “el que mucho sufrió”, un seudónimo tomado de un verso de Horacio], publicara Max Havelaar o las subastas de café de la Compañía Comercial Neerlandesa, la primera novela anticolonialista de la historia, lo cierto es que la colonia que encuentra la joven esposa del entretanto comandante McLeod no es muy distinta de aquella que provocó la apasionada y magistral denuncia de Multatuli.

Pero difícilmente debe haberlo notado ella. Su matrimonio es un infierno, y cuando su marido se jubila del Ejército, impone Margaretha el regreso a los Países Bajos, y ya allí se separa “de techo y lecho” del padre de sus hijos. Es a partir de ese momento, y tras un par de intentos para ganarse la vida como modelo, cuando surge Mata Hari, nombre que en la lengua malaya significa el ojo del día, cumplida imagen de el Sol. Mata Hari es una artista consumada de la autopromoción. Se inventa un par de pasados a cuál más misterioso y en todo caso siempre oriental (India, Ceilán, Indonesia) e inventa además de paso unas danzas rituales, cuyo mayor atractivo es que las termina casi en un desnudo total... siempre seis velos, nunca el último, lo que demuestra su gran refinamiento y conocimiento del atractivo sexual implícito. Pero también algo documentado en las memorias del médico que practicó su autopsia: que sus pechos eran pequeños y con pezones muy oscuros y poco desarrollados, razón suficiente para que nunca los mostrase en público pese a ser la creadora indiscutible del moderno striptease.

Con sus danzas y el misterio en torno a su personalidad, triunfa plenamente en París, Madrid, Berlín, Milán, es en toda Europa una estrella rutilante, millonarios y aristócratas se disputan sus favores, así como militares de alta graduación. Y es ahí donde se fragua su desgracia. Durante la Gran Guerra, y tras la brutal derrota del Ejército francés en la batalla conocida como del Chemin des Dames (135.000 muertos y heridos graves), se busca a toda costa un chivo expiatorio, y el Deuxième Bureau [el servicio secreto militar] lo encuentra en la persona de Mata Hari. Su proceso es un juicio político amañado para condenarla, y la sentencia que la condena a muerte una farsa jurídica indigna. Prácticamente dopada por un fuerte somnífero que le administra el médico de la cárcel en el día víspera de su ejecución, la sacan del profundo sueño en que reposaba para llevarla a los fosos del castillo de Vincennes, atarla a un poste y fusilarla en la madrugada del lunes 15 de octubre de 1917, hace ya un siglo. Pero, dopada o no, se negó a que le vendasen los ojos.

El periodista y escritor alemán Michael Winter, en un ensayo publicado por el semanario Die Zeit con motivo del 75.º aniversario de este crimen, resumió así su análisis: «Con la ejecución de Mata Hari se instituyó un escarmiento no sólo en una espía, sino en una mujer que gracias a su sexualidad se había emancipado. Es posible que el miedo a la emancipación de la mujer, ya fomentado en su día por los hermanos Goncourt, fuese en Francia –al final de la Belle Époque– mayor que el miedo a los alemanes».

Autores

El Espectador/ Ricardo Bada