Desde afuera se la ve como una de las profesiones más ingratas por su exposición a contextos de violencia e intolerancia, pero cada vez más jóvenes la eligen. Muchos lo hacen para mantenerse vinculados al fútbol y otros la ven como una salida laboral.
Cuenta Rodrigo Solé que cuando comenzó a cursar la carrera en 2007 en la Asociación Argentina de Arbitros eran alrededor de 30 chicos en el aula y muchas veces les costaba juntar 22 para hacer un ‘partidito’ de fútbol.
Este año se anotaron alrededor de 400 jóvenes para iniciarse en una profesión que mirada desde afuera aparece como una de las más ingratas por su exposición a contextos de violencia e intolerancia, pero que muchos la buscan para mantenerse vinculados al deporte y otros la toman en cuenta como una salida laboral.
“Yo jugaba al fútbol pero no pude ser profesional. Entonces decidí seguir la carrera de árbitro para estar en el ambiente del deporte, que es lo que más me gusta”, explica Rodrigo Solé, de 27 años, actual juez de línea en la Primera C.
Solé se reunió con Télam junto a Matías Panozzo, también recibido de árbitro, y Emmanuel Panozzo, que está cursando segundo año en las tres A, como se le dice a la Asociación Argentina de Arbitros.
“Al principio lo vi como una salida laboral, pero después del tercer partido me empezó a gustar cada vez más”, relata Matías, que se ríe cuando es consultado por los constantes insultos que recibe un árbitro.
“Por un lado uno se va acostumbrando, por otro tratamos de abstraernos y además tenemos una materia en primer año, psicosociología, que nos prepara para esos momentos. Igual, cuando le conté a mis amigos que iba a estudiar esta carrera, me dijeron que estaba loco”, indica Emmanuel, de 20 años, aún estudiando.
“Las puteadas las escuchás siempre. Lo más conveniente es no prestarle atención y estar concentrado en el partido. Nunca tenés que darte vuelta para ver quién te insultó porque podés desconcentrarte”, acota Matías, de 24 años.
Rodrigo, el más experimentado de los tres porque ya dirige en la primera C, contó que en la cancha vivió todo tipo de experiencias: “Me han escupido, tirado botellas, petardos y la verdad que cuando uno es juez de línea se torna muy complicado. Pero yo amo lo que hago y trato de no pensar en eso”.
“Como árbitro uno tiene que adaptarse a todas las circunstancias: por ejemplo dirigir a gente más grande que uno. Encima en el fútbol todos buscan sacar ventaja y no se respeta al árbitro, como sí ocurre en el rugby, donde se acepta la decisión de la autoridad, aunque el jugador piense que se equivocó”, añade Emmanuel.
Para ingresar a estudiar la carrera se necesita haber finalizado la escuela secundaria. Durante los dos años de la cursada se transitan materias como Nociones de Sociología, Ética y Deontología, Preparación Física, Teoría del Reglamento Técnico del Deporte, Estructura Técnica del Deporte, Historia y Organización, Clases de futsal.
Pero, ¿cómo se explica la decisión de un chico de seguir la carrera de árbitro, teniendo en cuenta que lo espera una tarea cargada de hostilidades?
“Los seres humanos pensamos en la elección de una carrera que nos depare un saber hacer. Es decir, que, la persona que elige por ejemplo, la carrera de árbitro, ve en las hostilidades del entorno una oportunidad de saber hacer algo con eso, ya sea ser más justo, poner un límite o mediar en un conflicto. Debe tomar decisiones a favor o en contra de algunos intereses en detrimento de otros, o bien, trabajar la imparcialidad. Lo piensa desde el punto de vista de la reparación", explica a Télam la psicoanalista Rosmary Galvagna.
"Uno elige una carrera para reparar, enmendar o mejorar aquello de lo que sufrió. La vocación siempre es un intento de saber hacer algo con eso que la vida nos puso en el camino y que nos impartió sufrimiento. Siempre se elige desde el lugar de reencauzar aquello que vemos torcido”, se explaya.
¿Es posible para una persona disociarse del entorno hostil que vive como árbitro? ¿En qué medida esta circunstancia impacta en su vida social y familiar?
"La persona que encarna la posición de árbitro en su mundo cotidiano tendrá que estar atento y saber abstenerse de querer ser árbitro y juez en todas partes. Tendrá que haber sabido perder muchas veces una batalla interna contra los ideales de justicia, cero error, los ideales de ‘lo correcto’. Es decir deberá aprender a aceptar cierta imperfección en el proceso de arbitraje y vivir con eso, junto con varios errores, sin por eso abandonar el entusiasmo de hacer su tarea lo mejor posible", apunta la psicoanalista.
Por convicción, como salida laboral o por seguir ligado al deporte, muchos chicos transformaron a la carrera de árbitros como una de las más requeridas. Y ¿quién no soñó con dirigir alguna vez?