Sucios, desaliñados y con los pies doloridos, pero siempre ostentaban algo inclasificable: la alegría de una vida despreocupada y alejada del resto del mundo.
Viajaban como polizones en trenes de mercancías o se echaban a la carretera como nómadas. Apenas llevaban unas monedas en los bolsillos, trabajando en campos o manufacturas hasta ganar un poco de dinero que les permitiese seguir saltando de ciudad en ciudad.
No les importaba lo que dijesen de ellos ni que la mayoría les viese como pordioseros. Su única premisa era vivir todo tipo de experiencias mientras recorrían Estados Unidos de costa a costa.
Eran los hobos, verdaderos trotamundos que formaron el primer gran movimiento contracultural norteamericano, una fuente de inspiración para activistas, intelectuales, escritores, músicos y pintores durante el siglo XX.
Jack Kerouac o Woody Guthrie nunca se hubiesen lanzando al camino con tanta determinación para narrar sus vivencias en sus libros y canciones, respectivamente, si antes no hubiese existido la legión de los hobos, que formaron una sociedad paralela, retirada de los preceptos, los convencionalismos y las normas oficiales.
En palabras de Ben Reitman, su máximo representante: “Llegaban sucios, desaliñados y con los pies doloridos pero siempre traían consigo la alegría de una vida despreocupada y alejada del resto del mundo”.
Su testimonio se recoge en el trepidante relato de Bertha Thompson, una mujer hobo que fue prostituta, ladrona y trabajadora social, entre otras muchas cosas, protagonista del libro "Boxcar Bertha", autobiografía de una hermana de la carretera, publicado en 1937 y traducido ahora en español por la editorial Pepitas de Calabaza.
Con su base en Chicago, una ciudad que a principios del siglo XX mostraba más convulsión social que Nueva York o San Francisco, la hobohemia se solapa con la agitación del movimiento obrero estadounidense, haciendo que adquiriese conciencia como una auténtica contrasociedad con sus saberes y su jerga.
El propio Reitman, considerado como el rey de los hobos, pasó su infancia en Chicago, entre su madre y las prostitutas del cercano barrio de la estación a las que dominaba Al Capone. Fue en esa ciudad, por donde pasaban unos 200.000 hobos cada año, donde conoció a la anarquista Emma Goldman, pionera en la lucha por la emancipación de la mujer. Ambos tuvieron una relación que duró años.
El modo de vida que Reitman relata en su libro a través de Bertha Thompson era una alternativa social ante el imparable progreso del capitalismo como orden económico. Era una forma de resistencia. El vagabundeo premeditado suponía un deber solidario para aliarse con los más necesitados, una manera de ir más allá en la lucha contra los poderosos y los patrones que ya imponían jornadas laborales excesivas, explotaban a los trabajadores o echaban a los ganaderos de sus campos por el desarrollo industrial.
Los hobos, que podían constituir en torno al 5% de la población activa del país, representaban de alguna forma ese ejército industrial en la reserva al que se refería Karl Marx en su crítica a la economía política en su obra "El capital". Aunque se les podía ver trabajando en los campos, las fábricas o las vías ferroviarias, siempre estaban de paso, durmiendo en campamentos provisionales o dormitorios comunitarios y poniendo en práctica los versos de Walt Whitman, al que leían cada día, en su poema "No te detengas".
La experiencia colectiva de los hobos, como los más fieles embajadores del otro lado del sueño americano, inspiraría a cantautores del folk más aguerrido como Woody Guthrie, Pete Seeger o Bob Dylan, que les dedicaron canciones. O a la generación beat de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, incluso a los hippies y el movimiento punk, en una forma más individual y urbana.