Un país puede ser próspero, pero no necesariamente su crecimiento llega a todos. Ésa es la idea fuerza del estudio Índice de Progreso Social. Costa Rica está en el lugar 25 en un ránking de 132 naciones. Le siguen Uruguay y Chile.
“Todos los presidentes nos han dicho que la economía crece. Incluso, en los 90, quisieron hacernos creer que éramos jaguares. ¿Y dónde está ese crecimiento?”, se pregunta Gabriel. Para este “nano pyme” chileno, propietario de un taxi que él mismo trabaja, la respuesta es taxativa: “Ese crecimiento se queda en las famosas siete familias dueñas del país. No llega al resto”.
Las sentencias de Gabriel suenan como un eco del discurso de las movilizaciones sociales de Chile y otros países de la región y que dan cuenta de una paradoja: si una economía exhibe números saludables ello no implica, necesariamente, que el desarrollo llegue de igual manera a todos los individuos.
Ésa es la idea fuerza del Índice de Progreso Social, un estudio de The Social Progress Imperative, cuyo resultado ubica a Costa Rica, Uruguay y Chile entre los mejor situados dentro de un ránking de 32 naciones. En el top 10 están los de siempre, que han sabido conjugar crecimiento con progreso: Nueva Zelanda, Suiza, Islandia, Holanda, Noruega, Suecia, Canadá, Finlandia, Dinamarca y Australia.
¿Pero qué mide este nuevo instrumento? “Investiga cómo funciona una sociedad, en base a índices sociales y ambientales, sin considerar el PIB per cápita”, dice Pablo Frederick, director de sustentabilidad y cambio climático / ERS de Deloitte, consultora que colaboró en el estudio que pronto será presentado oficialmente. Es decir, esta indagación parte de la base de que el nivel de ingresos promedio de una nación no es suficiente para garantizar que ésta tenga un buen progreso social.
Con lo anterior, se evalúa el desempeño de los países en tres dimensiones que luego se desagregan en mediciones específicas (ver diagrama). El primer estadio es la capacidad de una nación para atender necesidades básicas como techo y nutrición. El segundo, las condiciones de bienestar, analiza la construcción de las estructuras en variables como acceso a educación básica, información y sustentabilidad. El último, las oportunidades, se relaciona con las posibilidades que los países ofrecen a sus ciudadanos para potenciarse, como garantías a derechos personales, educación superior y tolerancia.
Chile lindo
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la esperanza de vida en Chile pasó de 55 años en 1950 a 80 años en 2012. Lidera en la región y se ubica entre los 27 con mayor expectativa en el mundo. Sin embargo, Chile es el Estado de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) con la peor distribución de ingresos.
Lejos de esos números de laboratorio está la sensación real, la que viven personas como Gabriel. “Allá arriba (Barrio Alto) las calles son limpias y ordenadas. Igualito a Cerro Navia, donde vivo”, dice con ironía.
Pero figurar 30 en una lista de 132 países en el Índice de Progreso Social no es malo, dice Frederick, de Deloitte. “Estamos en tránsito a incorporarnos al mundo desarrollado. Ahora tenemos que preocuparnos de otras cosas”.
Es cierto que no hay, necesariamente, una relación lineal entre crecimiento económico y progreso social, dice Aldo Mascareño, académico y director del Centro de Investigación en Teoría Política y Social de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI). “Eso no significa que tengamos que despreocuparnos del crecimiento. Para repartir hay que tener algo que distribuir”.
Al comparar a los líderes latinoamericanos del ránking con las naciones que están más arriba en el mismo, hay que considerar que Costa Rica, Uruguay y Chile tienen un ingreso per cápita bastante menor, en términos absolutos y PPP.
Ahora bien, ¿cómo se explica la sensación de descontento que hay en un país como Chile, pese a una ubicación relativamente positiva? Rubén Castro, profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad Diego Portales (UDP), dice que la satisfacción tiene que ver con lo que ellas reciben versus lo que esperan percibir. “Las expectativas tienen que incorporarse como una variable política (…) Deberíamos pensar por qué se generan expectativas y cuáles son".
Desde los 90 Chile ha mostrado tanto un crecimiento económico sostenido como una mejora en los indicadores de desarrollo económico, recuerda Mascareño en la misma línea. Pero, "eso no se ha traducido en posibilidades de inclusión universales”.
El rol de los actores
El progreso social no es una tarea que recaiga únicamente en la autoridad. Aunque ésta tiene un rol principal, el protagonismo también es para empresas y ciudadanos. “Es la sociedad entera (la responsable)”, dice Castro.
Las empresas deben trabajar el concepto de sustentabilidad, dice Frederick. “Gobernar una empresa hoy sin atender a sus grupos de interés es un suicidio”, dice. Por su lado, la sociedad civil hace bien en exigir cosas. Pero también debe contribuir con una conducta acorde al desarrollo: “Esto va desde saludar en el ascensor hasta separar la basura”, añade el experto de Deloitte.
El proceso de reformas que empieza a impulsar el actual gobierno de Bachelet, con transformaciones tributaria, educacional y constitucional, tiene que ver con este dilema, dice Mascareño. “Es un intento de ajuste entre las expectativas generadas en los últimos 25 años y la posibilidad de las instituciones de entregar una respuesta (...) El objetivo del Estado tiene que ser lograr el balance entre mejoras en bienestar sin eliminar la base de crecimiento”.
Todo esto es necesario para avanzar hacia el desarrollo de Chile. Sobre todo para que no se repliquen más relatos como el de Gabriel. Para él, además de educación y salud, hay más temas por resolver en calidad de vida. “Después de sacarme la mugre trabajando desde los 15 años, tengo una jubilación miserable. Por eso sigo taxeando. A mi edad (68) debería estar disfrutando a mis nietos y mis últimos años con mi viejita”, dice el taxista.