Consigue cada vez más cosas en el mundo simplemente por ser Brasil. Eso se llama “poder blando”: la capacidad de generar liderazgo por admiración e imitación, sin amenazas militares ni incentivos económicos. Algunos apuestan a que será su fuente de poder en las próximas décadas.
Brasil se ha vuelto tan pero tan popular, que Estados Unidos quiere instalar una de sus bases militares en Rio de Janeiro.
Hay algo de cierto en este chiste, basado en un rumor que surgió en las vísperas de la firma de un acuerdo de cooperación militar entre Washington y Brasilia. Porque, pese a las avalanchas y a los comandos armados en las favelas, Rio, además de São Paulo, es la ciudad en la que hay que estar. Razones no faltan: enormes campos petroleros a tiro de piedra, suculentos negocios de energía, Mundial de Fútbol y Juegos Olímpicos ad portas, industria de cine, playas maravillosas, confianza, creatividad, optimismo. Un lugar en que el futuro ha vuelto a ser lo que era: un espacio donde todo será y todos estarán mejor.
Para muchos, el atractivo y presencia cada vez mayor de Brasil en los asuntos globales es una señal del aumento espectacular de su soft power o poder blando: la capacidad de generar liderazgo por admiración e imitación, sin amenazas militares ni incentivos económicos. Algunos analistas indican que, en el caso brasileño, esto no es menor, porque será su principal fuente de poder real hasta mediados de este siglo. Para otros, ya hoy resulta insuficiente. De lo que no hay duda es que -sin desastres a la vista- seguirá aumentando.
Gracias a las exitosas reformas económicas y financieras, un constante pero sólido crecimiento, empresas que han salido al mundo, una bolsa de valores cuya capitalización sólo es superada en las Américas por la Bolsa de Nueva York, el Nasdaq y la Bolsa de Toronto; políticas sociales que han favorecido la creación de una clase media masiva y un nada despreciable mercado interno de casi 190 millones de habitantes, Brasil ha saltado al sitial de potencia emergente en el mundo. Con un Producto Interno Bruto de US$1.612 billones (millón de millones), Brasil fue en 2008 la octava economía más grande del mundo, según datos del Banco Mundial.
Fue la perspectiva de este explosivo auge lo que llevó al banco de inversiones neoyorquino Goldman Sachs a meter a Brasil en un mismo saco con Rusia, India y China, y a bautizar a ese club de potencias emergentes como BRIC. Se supone que este grupo liderará la economía global hacia 2050. Y si alguien tenía dudas sobre la legitimidad de la inclusión brasileña, el desempeño de su economía durante la crisis, de la cual salió relativamente ilesa, vino a confirmar su estatus.
Con estos avances como carta de presentación, Brasil hace escuchar cada vez más su voz y opiniones. “Toda esta proyección externa está basada en el éxito de su economía, sus grandes perspectivas y en la estabilidad de su democracia”, dice Rubens Barbosa, un ex embajador y presidente del Consejo Superior de Comercio Exterior de la Federación de Industrias del Estado de São Paulo (FIEP).
Sin embargo, el éxito y el tamaño de su economía no es toda la historia. Indonesia posee un récord de crecimiento similar y más habitantes. Sin embargo, pocos pueden mencionar alguna iniciativa de ese país.
Con todo lo bueno que es su momento actual, la influencia futura de Brasil en la arena global residirá en gran medida en que pueda mantener el peso de sus recursos “blandos”: el liderazgo sur-sur, ser un líder creíble en políticas medioambientales y un agente que impulsa un mundo multipolar equilibrado, entre otros aspectos.
“No sé qué es lo blando o lo duro”, dice Peter Hakim, presidente emérito de Diálogo Interamericano, un centro de estudios con sede en Washington dedicado a los asuntos hemisféricos, y miembro del consejo editorial de AméricaEconomía. “Pero la estatura de Brasil está creciendo a medida que su influencia crece, y su influencia crece con su estatura”.
Sugerir, no ordenar. Desde que la expresión soft power fuera acuñada y difundida a fines de los años 80 por Joseph Nye, profesor de la Escuela de Gobierno J.F. Kennedy de la Universidad de Harvard, el concepto ha generado un fuerte debate. Para muchos, el que no pueda medirse con exactitud, a diferencia del PIB o la cantidad de aviones de combate, lo hace impreciso, casi inútil.
Pero el poder duro tampoco se traduce automáticamente en una mayor influencia en los asuntos mundiales. Es el caso de Pakistán, que posee armas nucleares y una gran población, cuya capacidad de convencer a otra nación de hacer algo -sin amenazarla con usar sus bombas- es igual a cero.
Brasil es el anti Pakistán. No posee armas atómicas, no tiene conflictos territoriales con países vecinos, pero ha logrado en varios temas más influencia que el país asiático. Cuando el precio del petróleo estaba sobre los US$100 el barril hace unos años, todo el mundo miró y copió la experiencia de la industria del etanol en Brasil. Ahora, el gigante sudamericano es una referencia en temas energéticos.
Para Paulo Sotero, director del Instituto Brasil de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales Woodrow Wilson, de la Universidad de Princeton, lo anterior es prueba de que el Estado brasileño es y necesita ser intensivo en el uso de su poder blando. “El potencial (de Brasil) para influir en los resultados internacionales probablemente será determinado más por la capacidad de las élites del país para identificar y aprovechar los activos de valor asociados a su estabilidad y la gobernabilidad democrática, antes que por cualquier otro activo de poder duro”, escribió Sotero en un artículo académico titulado Brasil: ¿Ser o no ser un BRIC?
A ritmo actual, Brasil a duras penas llegará a tener el peso militar de Francia o Italia hacia 2040 o 2050, según Sotero. Por eso, dice, “la proyección del poder de Brasil es fundamentalmente de poder blando”. El propio Joseph Nye concuerda. “El poder blando es más importante para Brasil que para Rusia o India, porque en áreas militares tiene una posición más débil que los otros miembros del BRIC”. Más estatura. Para Juan Toklatián, analista de asuntos internacionales y académico de la Universidad Torcuato Di Tella, en Argentina, el poder blando es una reformulación “de lo que en los 70 y 80 se conocía como poder medio o poder regional: lo que ha cambiado no es el concepto, sino quienes lo ejercen”. La diferencia, dice, es que ahora estos poderes generan nuevas instituciones informales, como el G20 y los BRIC, y trabajan con una agenda más ambiciosa que trata de reformar las reglas del sistema. “Lo que es notoriamente brasileño es que Brasil ha sabido utilizar sus grandes tradiciones de política exterior para que se lo perciba en forma benigna”, dice Toklatián.
La ausencia de conflictos bélicos, su tradicional pragmatismo diplomático y respaldo al multilateralismo conforman un historial que Brasil hoy aprovecha. “Es la herencia que hoy capitaliza Brasil, a la inversa de Argentina, que es la descapitalización permanente, o también de México, que era el puente con EE.UU., la gran promesa y todo se difuminó”, afirma el analista.
Ello explica, por ejemplo, que pese a toda la violencia en Rio, esa ciudad no se perciba tan peligrosa como otras en América Latina. “Lo que en algunos días del mes sucede en Rio es más terrorífico que lo que ocurre de manera permanente en Ciudad Juárez, pero la mirada internacional es que esto no es dramático o que no va a crecer”, dice Toklatián.
La danza con Irán y EE.UU. Hasta ahora, el poder suave le ha servido a Brasil para instalarse con propiedad como actor en las esferas internacionales. Sin embargo, el país se está acercando a un momento de tomar decisiones que podrían afectar este círculo virtuoso.
“Desde mi perspectiva, (Brasil) debe resolver lo antes posible su posición estratégica”, dice Rodrigo Álvarez, analista internacional de Flacso/Chile-Brasil. “Existe un paso intermedio que Brasil debe esclarecer para definir qué tipo de actor quiere ser o llegar a ser: uno que sigue las reglas o uno que hace las reglas”.
La postura que Lula da Silva ha adoptado frente al tema de Irán muestra que Brasil quiere participar activamente en los temas más conflictivos a escala global. El mandatario brasileño ha defendido la idea de que Irán pueda aspirar a tener armas nucleares, contrariando claramente la postura de Estados Unidos y la Unión Europea. En vísperas de la cumbre de seguridad nuclear que se celebró en Washington a mediados de abril, Lula dijo que era “entendible” que Irán quisiera desarrollar armas atómicas, porque se siente amenazado por Pakistán e Israel, que poseen arsenal nuclear. Brasil, que actualmente es miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se ha opuesto a sanciones a Irán. Para mayo, Lula tenía previsto una visita a Teherán.
Pero ¿puede Brasil basar el centro de su política externa en ser principalmente un gigante admirado y amigo de todos?
“Brasil está tratando de construir un poder duro con mucho cuidado”, dice Khatchik Derghougassian, profesor de relaciones internacionales de la Universidad de San Andrés, en Buenos Aires. La piedra de toque es su relación con Estados Unidos. “Brasil no ha determinado qué tipo de relación quiere tener con Washington. Si un ‘rol a la India’, esto es, alianza y poder duro, o algo distinto. Por eso aparecen cosas como lo de esta base en Rio, luego de la pelea por las bases en Colombia”.
Sotero, de la Universidad de Princeton, cree que el destino de Brasil está inevitablemente al lado de Estados Unidos como potencia occidental. Barbosa, de la FIEP, concuerda, por lo cual manifiesta “mucha reservas a iniciativas como Unasur, el Consejo de Defensa y otras donde hay un sentimiento antiamericano”.
Sin poder duro, el intento de Brasil de participar en la política global, en especial la del Medio Oriente, puede tener resultados amargos. “Ese juego es entre pocos y es un juego muy enredado”, dice Toklatián. “Le puede pasar lo mismo que al ex presidente (argentino) Menem”. En los años 90 Carlos Menem trató de mediar en el conflicto, intento que terminó con gran descrédito y dos atentados explosivos en Buenos Aires.
Para Nye, el inventor del concepto de soft power, Brasil ha desaprovechado su poder blando en el caso de Irán. “Esperaba que Brasil tomara una posición más fuerte en esta cuestión”, dijo en una conferencia durante una reciente visita a Brasil. “Usar el soft power en este caso es tratar de convencer a las generaciones más jóvenes de iraníes de que tener armas nucleares no va a atraer a sus vecinos, al contrario”.
Barrio duro. Pese a su creciente poder blando, Brasil tiene dificultades para imponerse en su propio vecindario. Para proyectarse como una potencia global, su influencia en Sudamérica es crucial. “Brasil no puede imponer su voluntad a la mayoría de los países (de la región): tiene que usar la diplomacia y la buena voluntad”, dice Peter Hakim. “Pero su habilidad para reducir tensiones con Bolivia y Paraguay el año pasado demostró talento diplomático real”.
Un caso fue el del golpe de Estado en Honduras, que muestra la impotencia del poder blando sin poder duro. Brasil se la jugó a fondo para restituir al derrocado presidente Manuel Zelaya, quien probablemente apostó al creciente poder diplomático de Brasil para refugiarse en la embajada de ese país. Aunque Brasília logró alinear a Sudamérica en un rechazo unánime al golpe, no fue capaz de influir de manera significativa en los acontecimientos hondureños. Además, también estaba incursionando en un juego de poder duro, ya que se estaba metiendo en una región que históricamente pertenece a la esfera de influencia de Estados Unidos y, en menor grado, de México.
El barrio no es asunto menor. “Brasil tiene primero que consolidarse en la región. Pensar más en el sur y, luego, con consenso regional, llegar a la escena mundial”, dice el profesor Derghougassian.
“Brasil ha hecho un gran despliegue en la región, pero está cada vez más retraído y sus logros son magros”, afirma Toklatián. “No pudo lograr que sus candidatos al BID (Banco Interamericano de Desarrollo) y la OMC (Organización Mundial del Comercio) resultaran electos. No pudo lograr muchos cambios en Venezuela”.
En Brasil muchos culpan a los vecinos “malagradecidos” o izquierdistas de los pocos logros que ha tenido su diplomacia en la región. Pero varios expertos creen que el magro avance en el vecindario tiene más que ver con la personalidad política de Brasil. “La integración regional tiene un costo. Significa sacar dinero del bolsillo. Uno cede soberanía en un proceso de integración”, dice Derghougassian.
Desde otro prisma, su colega Toklatián concuerda: “El soberanismo y cierto nacionalismo perjudican a Brasil”.
Pero el tiempo juega a su favor. Si las cosas siguen como vienen siendo, éxito e influencia seguirán pedaleando en tándem a favor del gigante.