La industria colombiana del café vive uno de sus momentos más difíciles. La culpa es de los precios y del cambio climático.
Según la creencia popular, “gracias a los pecadores hay café en Colombia”. La leyenda tendría su origen en Francisco Romero, sacerdote de Salazar de las Palmas (provincia de Santander), quien por la década de 1850 imponía a los habitantes que acudían a confesarse una peculiar penitencia: sembrar café. Nada ingenuo el sacerdote: mano de obra gratis para un cultivo que se propagó por toda Colombia y se transformó en pilar de la economía del país.
Hasta la década de los 80, Colombia se jactó de ser el segundo mayor productor mundial de café. El buen desempeño del cultivo fue tal que hasta la marca país de Colombia se impregnó de la popularidad del café. “Así Colombia logró posicionarse como ‘el país cafetero’ en la región. Hasta el día de hoy se le conoce así en el extranjero”, explica Carlos Rojas Gaitán, presidente ejecutivo de la Asociación de Exportadores de Café de Colombia (Asoexport).
Arraigado así en la cultura campesina colombiana, las extensas plantaciones en las faldas cordilleranas contribuyeron al crecimiento del PIB, la financiación de la balanza de pagos, el empleo y la estabilidad monetaria y cambiaria. No obstante, a fines de los 80 las cosas comenzaron a cambiar para peor. Entre 1989 y 2011, el país perdió siete puntos porcentuales de su participación en la producción mundial, mientras que productores como Brasil aumentaron su protagonismo y surgieron nuevos jugadores como Vietnam e Indonesia, que destronaron a Colombia del podio cafetero. “Actualmente estamos cuartos a nivel mundial en la producción de café estándar”, indica Andrés Guerrero, profesor de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes en Colombia. Para el académico, “hay un cambio de mercado y de contexto cafetero. Colombia debe poner atención en esto”.
Los productores colombianos no sólo están sufriendo en los mercados de exportación por la redoblada competencia. A nivel interno los dolores de cabeza también se multiplican. La volatilidad de los precios ha afectado las cosechas de los pequeños campesinos y, con ello, su subsistencia. Las medidas gubernamentales han resultado insuficientes y entre los cafeteros ha cundido una sensación de malestar.
A comienzos de octubre de este año, cerca de 50.000 productores se movilizaron durante una marcha nacional convocada para protestar por los problemas que vive el sector y denunciar la “indiferencia del gobierno”.
En la mira
De acuerdo a los análisis de los caficultores, ésta es la peor época para la producción del café en 36 años. “Tuvimos una crisis hace 10 años y ahora estamos comenzando a enfrentar una muy fuerte”, dice Juan Pablo Echeverry, gerente de Hacienda Venecia en Colombia, una finca cafetera en el municipio de Manizales, al sur de Bogotá.
La cosecha de 2011 fue la menor en más de 30 años: apenas 7,8 millones de sacos de 60 kilos, como consecuencia de las fuertes lluvias en las principales zonas productoras. A esto se suma la volatilidad de los precios. El café comenzó a subir en 2004 y logró su peak en 2011, cuando alcanzó los precios que tenía en la segunda mitad de la década del 70. Desde entonces se han desbarrancado.
Frente a esto, y para evitar que la especulación siga deteriorando el bolsillo de los productores, la Federación Colombiana de Cafeteros (Fedecafé) lanzó un contrato de protección de precios, un seguro que busca proteger los ingresos y disminuir el riesgo. “Colombia tiene 560.000 productores de café. Para resguardar a estos agricultores ideamos este mecanismo financiero que les permite refugiarse”, señala Luis Fernando Samper, gerente de Comunicaciones y Mercadeo de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia.
¿Será suficiente para enfrentar la crisis? Además de la volatilidad de precios y el entorno macroeconómico, están los problemas derivados del cambio climático, que han fortalecido plagas y epidemias. “La araña roja y la broca representan un grave problema para nosotros. Ahora tenemos que cosechar todo el año y fumigar. Eso implica más costos”, indica Juan Pablo Echeverry.
El Centro de Investigación del Café (Cenicafé) está trabajando en un proyecto para mapear el genoma del café y dotarlo de nuevas defensas contra sus enemigos naturales. Además, está realizando investigaciones en agroclimatología para preparar la caficultura a los efectos de la variabilidad climática.
Sin embargo, el acumulado entre enero y septiembre, equivalente a 5,4 millones de sacos, aún es un 3% inferior en comparación con el mismo periodo de 2011. Un informe de la Organización Internacional del Café (OIC) asegura que, aunque la producción cafetera colombiana está mejorando, “retomar los niveles de producción de comienzos de este milenio tomará tiempo”.
En la industria cafetera lo saben y se están preparando para años difíciles. Algunos expertos señalan que lo importante es promover una reforma institucional que fortalezca el sector. “El futuro de la caficultura dependerá de lo que se haga hoy en el gremio cafetero; de las estrategias que se diseñen no sólo para superar la crisis, sino para tener un gremio fuerte y robusto”, señala Alfonso Gómez, profesor de economía en la Universidad EAFIT.
Colombia no dejará de ser un “país cafetero”. Pero volver a los buenos tiempos dependerá de las políticas públicas y la acción de las asociaciones de productores para enfrentar esta coyuntura. Porque recurrir a las trampas de la fe, como hizo el padre Romero a mediados del siglo XIX, no parece una buena idea.