El alumno más disciplinado de la región está cada vez más díscolo. ¿Culpa del presidente o fatiga del modelo?
Cuando la cápsula Fénix sacó al último de los 33 mineros atrapados, Sebastián Piñera era el presidente más popular de América Latina y quizá del mundo. Después de su gira triunfal por Europa, exhibiendo la famosa carta, sus índices de aprobación marcaban 63%.
En poco menos de un año todo se derrumbó. Miles de chilenos han salido a las calles, en lo que ha sido la temporada de manifestaciones más intensa desde el retorno a la democracia. Algunos para rechazar el proyecto hidroeléctrico HidroAysén, otros contra el sistema de educación, o a favor del matrimonio homosexual. Para colmo, la poderosa Unión Demócrata Independiente, en la que militan el atribulado ministro de Educación, Joaquín Lavín, y la polémica vocera de gobierno, Ena Von Baer, ha dado señales crecientes de insatisfacción. La única buena noticia es que la oposición de centroizquierda es más impopular que el propio mandatario.
En este ambiente algunos ya comienzan a hablar de una reforma constitucional. Algo que tiene lógica para el politólogo Fabián Pressaco, de la Universidad Alberto Hurtado. “A Chile le vendría muy bien una reforma”, dice, refiriéndose “a la necesidad de renovar y refrescar las normas fundamentales que regulan el sistema político y social, incorporando a la Constitución nuevos valores, nuevas necesidades”.
Con todo, el país no está viviendo una revolución como la de Egipto (bien o mal, es una democracia) ni una oleada de malestar como la que azota a España (la economía no está en recesión). El gobierno tiene años para remontar, y muchos recuerdan cómo los anteriores pasaron también por su momento más oscuro a mitad de periodo.